ESPECTACULOS
Juan Leyrado

Paciente real, analista de ficción

Lleva 20 años haciendo terapia y otros tantos de casado con una psicóloga, e interpreta a un psicoanalista en Ella en mi cabeza. El actor, quien también pinta, cuenta que no lo llaman de la tele igual que a otros colegas de su generación.

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PINTOR POR HORAS. Estudia arte plstico y se entusiasm. Pinta oyendo jazz o Mozzart de fondo. | Cedoc

Con una contagiosa parsimonia, se toma la cintura, se masajea las piernas y ensaya un gesto silencioso cargado de dolor. Sentado en las escaleras de cemento, mira de reojo a los artistas callejeros que copan la Rambla. Entre el bullicio y los carritos de garrapiñadas que ganan cada vez más espacio, pasan la gorra imitadores de Ricardo Arjona, folcloristas con ponchos agujereados, malabaristas full time y magos sin efectos especiales. “Me duele el cuerpo. Debe ser porque acá en Mar del Plata hay muchas subidas”, comenta Juan Leyrado.

Pero luego encontrará otra razón a sus molestias físicas: además de su trabajo en teatro, casi todos los días se para frente a un caballete para pintar cuadros durante más de cinco horas. Eso le permite ocupar las horas de soledad que pasa lejos de su mujer, a quien no ve hace más de diez días. “La extraño, pero pronto vendrá a visitarme”, dice ilusionado.

“No sé si será el mar o el clima, pero a veces me levanto cansado. Prefiero la humedad porteña. Soy un bicho de Buenos Aires”, comenta Leyrado, de lentes con marco negro y vestido con un saco marrón, camisa blanca y jeans, en el camarín que ocupa en el Teatro Auditorium, donde de lunes a jueves sube a escena con Ella en mi cabeza, la obra escrita y dirigida por Oscar Martínez que presenta con su amigo Darío Grandinetti y con Natalia Lobo. Entre fotos familiares, una caja con la imagen del Dalai Lama, un frasco con miel y un pequeño afiche con las dos caras del teatro, el actor reflexiona sobre el doctor Klimovsky, su último personaje, un psicoanalista que viste traje blanco. Es muy distinto a otros que interpretó, como el Panigazzi de Gasoleros, el militar de Iluminados por el fuego, su versión de Cyrano de Bergerac, el travesti Lulú de Cabaret Bijou y el sacerdote tercermundista que interpretará este año en la película Matar a Videla.

—¿El público se encariñó con su nuevo personaje?
—Hay mucha gente que me dice: Leyrado, me gustaría tener un terapeuta como usted. Otros que nunca hicieron terapia ven la obra y se entusiasman con la posibilidad de acercarse a un consultorio. Es un psicoanalista desacartonado, cuyo paciente es Adrián, el personaje de Darío Grandinetti, quien ama y odia a su mujer en iguales proporciones. Está lejos de los hombres con barba que visten de negro y no hacen preguntas.

—¿Su mujer, que es psicoanalista, lo interpreta todo el tiempo?
—No. Para nada. Yo tengo mi psicoanalista. Hace más de 20 años que me psicoanalizo.

—¿Qué significó el alejamiento de Julio Chávez?
—Mucho. Fortalecimos nuestra amistad iniciada en las clases de Agustín Alezzo. Le deseo lo mejor en su nueva obra. Pero al mismo tiempo llegó Darío y eso me reconfortó. Con él hicimos Los mosqueteros y Los lobos. Es un placer trabajar con él y con Oscar (Martínez), quien sabe qué pedirle al actor.

—¿Qué piensa del regreso de “Gran Hermano”?
—Nada. Tienen derecho a poner en pantalla lo que se les dé la gana, pero ese tipo de programas no los veo. No están dentro de mi posibilidad de elección.

—¿Por qué no está haciendo una tira?
—Es que no he sido convocado y no tuve ofertas, al igual que otros actores de mi generación. No hay nada raro. Son etapas. La televisión es un negocio. De todos modos, el año pasado hice un par de capítulos para Mujeres asesinas y fue una linda experiencia.

—¿Qué programas le gustan?
—Veo poca televisión, pero me gustó Hermanos y detectives, y veo muchos reportajes. Me gustan los documentales. Ahora estamos armando un programa con la productora de mi hijo Luciano, en el que se hablará de escritores de la talla de Osvaldo Bayer y Eduardo Galeano.

—¿Desde cuándo pinta?
—Empecé hace poco. Mi maestro es Juan Doffo. Puedo estar horas y horas pintando cuerpos. Lo hago cuando me levanto. Escucho jazz o a Mozart. Me daría mucha vergüenza mostrar las pinturas. Me gusta pintar en soledad. Antes, las temporadas eran otras: iba mucho a la playa con mis hijos. Ahora crecieron y Luciano me hará abuelo.

—¿Qué opina de la Ley del Intérprete?
—Llegó tarde. Murieron muchos viejitos, con un tazón de leche en la mano.