ESPECTACULOS
‘Cuatreros’

Por qué vuelvo una y otra vez sobre la memoria

Hacer una película es un hecho siempre traumático, porque implica quedarse al desnudo en muchos sentidos, y también llenarse de ropas que no son las propias.

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Trilogía. La realizadora Albertina Carri y Los rubios, La rabia y su último film, Cuatreros. | cedoc

Hacer una película es un hecho siempre traumático, porque implica quedarse al desnudo en muchos sentidos, y también llenarse de ropas que no son las propias. Lo que hace de ese desnudo una práctica desconcertante, como salirse del propio cuerpo, estar por un rato en estado de gravedad cero. Es extraño, pero hay algo de pérdida de identidad al entregar una película a las salas.

El otro día, en una presentación de Cuatreros estuve un largo rato tratando de explicar que el yo del film es un yo ficcional –y autorreferencial– y que el yo que se para frente al público a responder preguntas es otro yo, también ficcional. No soy yo, grita mi yo desde adentro mientras hago la película y más fuerte grita cuando presento la película. No crean que me conocen, dije finalmente en aquella presentación, y cuando salí de la sala alguien me preguntó: ¿Cómo se te ocurrió lo de la primera persona? Respondí muda, porque no me parece ninguna ocurrencia la primera persona en Cuatreros, sino más bien una exigencia del texto mismo. Exigencia de ese texto fílmico o texto audiovisual llamado película. Y mientras caminaba por esa noche tan filistea que son las inmediaciones del Malba, me acordé de unas palabras de Clarice Lispector: “Anoche tuve un sueño nítido, inexplicable: soñé que jugaba con mi reflejo. Pero mi reflejo no estaba en un espejo, sino que reflejaba a otra persona que no era yo”.

Tal vez porque me eduqué sin televisión y leyendo a Calderón de la Barca,la idea de reflejo, de yo que no soy yo pero es un yo tan fulgurante que parece serlo todo, me parezca algo casi convencional. O tal vez porque cuando hice Los rubios, –“mi primer yo ficcional”, podríamos llamar así a esa película– era muy joven y no sabía que me iba a pasar 15 años más contestando sobre aquel yo. Ese tiempo transcurrido me hizo rebasar la autoficción hasta volverla pura ficción y entonces no desvanecerme frente a los archivos fílmicos sino enfrentarlos como si esas imágenes hubieran sido creadas por mí.

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Hace muchos años, en una presentación de Los rubios en una universidad de renombre, Piglia me dijo: “Hablar de la propia obra es un género aparte, otro género que no siempre tiene que ver con la obra realizada, ni tampoco con quién la realizó”. Cada vez que me paro frente al público al final de una de mis películas, me vienen a la mente las palabras de esa bestia de la literatura argentina, y son como un mantra que me disocia. Tanto de mí como de la obra, tanto de ese presente en la sala como del texto que la precede, este texto, o aquel texto, o la nota en la cocina con las indicaciones para encender un proyector. Pienso, mientras intento explicar por qué hice una película en primera persona, por qué la llené de material de archivo, por qué vuelvo una y otra vez sobre la memoria, por qué no puedo evitar ese yo político que explota en sonido, que finalmente lo que ese monstruo de la literatura universal me dijo como al pasar, es el germen de Cuatreros.

Porque Cuatreros extrema todas esas experiencias de reflejos, espejos, ratios, espectros, sueños, píxeles, haluros de plata, apariciones y fantasmas. Las hace convencidas, férreas en un sistema de hazañas que organiza un traslado posible, en ese juego de luces y sombras que es el cine, hacia una memoria que reverbera en presente. Y entonces, las hace relato.

Hacer una película es siempre un hecho traumático. Porque hacer una película es un acto de poder; se corta, se recorta, se enmudece, se llena de sonido, se pone fuera o dentro del cuadro y ese acto de domeñar las imágenes parece alejarse de cualquier idea libertaria sobre el mundo. La revolución que pretende Cuatreros, es entonces, un ideal que denuncia como imposible en un mundo de imágenes en el que el cine se ha convertido en una linotipia. La única salida es destruir la pantalla para que esa máquina de hacer matrices nos deje respirar sobre nuevas imágenes y así, nuevos mundos, que no por nuevos desconocen a aquellos viejos, sino que los interpelan poniéndolos en escena. La película exigió una voz en primera persona, un yo que transmuta en nosotros, al tomar el archivo fílmico como propio. Al desconocer cualquier propiedad sobre las imágenes, más allá del acto de estar viéndolas.


*Guionista, productora, directora. En TV realizó 23 pares y La bella tarea. En cine dirigió Los rubios, La rabia, Géminis y Cuatreros, entre otras. En el Malba los domingos 9 y 16  de abril a las 20 hs.  Cuatreros.