Tiene carisma, ángel y una capacidad innata de hacer delirar a una cantidad desmesurada de mujeres extasiadas con tan solo una mirada de chico bueno. Mueve la pelvis y las chicas deliran, habla de sexo y las muchachas se le ofrecen, le canta al amor y el público femenino derrama varias lágrimas y aullidos de desesperación por tener al ídolo tan cerca y no poder tocarlo.
Con un espectáculo de más de 1 hora y media, el referente del pop ingles mundial cerro la presentación en la Argentina de su gira "Close Encounter", con más de 60 mil espectadores en el estadio Monumental, y demostró que además de ser el dueño del podio de Pop, tiene una capacidad histriónica que lo convierte en un showman con todas las letras.
Pasadas las 22, y con el delirio de un estadio copado por mujeres jóvenes, Robbie Williams apareció sobre el escenario iluminado por 130 equipos de última tecnología, que se repartían entre reflectores e imponentes columnas de colores, y grandes llamaradas de fuego que, para quienes estaban cerca, aumentaron la temperatura ambiente.
Con una pantalla gigante de fondo y dos laterales que acercaban al público imágenes en detalle del artista, lo primero que sonó fue Radio, uno de sus hits movidos más reconocidos.
Con el final del tema, llegó la incertidumbre: por problemas técnicos, la magia con la que arrancó el ingles se vio frenada por 10 interminables minutos para las fans por problemas técnicos. No le costó a Williams retomar el clima festivo. Nuevamente en escena, todo River saltó al ritmo de Rock DJ.
El recital trascendió los límites de un simple concierto musical y Robbie demostró sus dotes de showman. Entre tema y tema, no dejó de levantar suspiros femeninos con frases en español, movimientos por demás extraños, exhibicionismo, un poco de demagogia.
De jean, camiseta con escote pronunciado, saco largo negro y un pañuelo verde al cuello, la primera parte del espectáculo hizo saltar a la platea con temas como Come Undone, Tripping, Let me Entertain You, Supreme y Road to Mandalay y su nuevo tema Rudebox.
El sonido no fue de los mejor, pero nada importaba al sinfín de mujeres que saltaron con los temas más movidos y lagrimearon con las canciones de amor.
De frente al público, el artista intentó hablar en castellano, y, con su mejor actitud de chico malo “que pone cara de bueno porque sabe que está diciendo barbaridades”, le dijo “putas” a todas las presentes, habló de sexo, pidió una chica que le corte la abstinencia en el país, mostro la cola y repitió frases sin coherencia. A los ojos de la platea femenina, el guiño del artista le da impunidad a la ofensa, y todo suena simpático.
Sin duda, Williams demostró que es un artista completo cuando, luego de presentar a su “mejor amigo” Jonathan Wilkes realizaron un show de swing a duo en donde las expresiones y el ritmo hicieron brillar al artista. Además, no pedió oportunidad para bailar y contonearse muy cerca de las coristas y el resto de la banda.
Con gran capacidad para la autoparodia, Williams recordó sus viejos tiempos de joven y bailarín espástico, según él mismo representó, durante su paso por la Banda Take That y entonó la canción Back for Good, a modo de revival. Además, intercaló en el espectáculo fragmentos de Red Hot Chilli Pepers y Bob Marley.
La balada quedó para el final, y luego de un cambio de ropa –jean y camperita blanca de algodón- y la presentación del tema Rudebox, que le da nombre al CD que sale a la venta hoy en todo el mundo, entonó Agels, la canción que le dio reconocimiento mundial.
El final fue puro halago. Besando la camiseta argentina, Robbie Williams no paró de repetir que el público argentino es de los mejores que conoció durante su carrera. “Gracias por hacer mi trabajo más fácil”, esgrimió y aseguró que los espectadores del domingo superaron ampliamente a los de la noche anterior. Obviamente, las mujeres delilaron y le creyeron. Con la promesa de volver pronto, Robbie Williams desapareció del escenario alrededor de las 11. El show había terminado.