El desenvolvimiento de Jorge Mario Bergoglio durante la última dictadura militar siempre estuvo teñido de sospechas. El periodista Horacio Verbitsky le dedicó varias columnas y, a partir de una investigación personal, lo acusaba de haber entregado a los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics a los militares responsables de la ESMA.
Cuando hace casi un año Bergoglio se transformó en el papa Francisco, la Argentina era otra. En ese entonces, el Gobierno, que decía que jamás iba a devaluar la moneda, comenzó un lamento público por el hecho de que hubiesen coronado a quien consideraban su enemigo. Días después, al descubrir que a la opinión pública le fascinaba que hubiese un Papa argentino, comenzó la transformación religiosa: lo que antes era malo de repente era maravilloso, a punto tal que los dirigentes hacían cola para sacarse una foto con el flamante pontífice, desde su amigo de siempre Daniel Scioli hasta un Martín Insaurralde al que no le sirvió de mucho en los comicios donde fue candidato. La presidenta Cristina Kirchner fue la primera mandataria en ser recibida por Francisco, y para la ocasión le llevó de regalo un mate y un termo.
Mientras la dirigencia otrora progesista se travestía, Horacio Verbitsky fue quedando en soledad, aunque insistía con la veracidad de su información. El 15 de marzo del año pasado, uno de las supuestas víctimas de Bergoglio, Francisco Jalics, habló con la prensa suiza para asegurar que Bergoglio nada había tenido que ver con su detención durante la dictadura.
El libro La lista de Bergoglio se mete justamente con ese período oscuro para la Argentina y muestra la versión exactamente opuesta –o quizás, el tiempo lo confirmará o no, complementaria– a la de Verbitsky.
Los mitos suelen tener detractores y defensores, pero por su misma condición de mitos hay algo de lo que siempre están separados: la verdad