La cita es a las 8 de la noche. Susana ha estado grabando todo el día para su nuevo programa, pero no se ve ni cansada ni apurada. Con mucho profesionalismo, parece tener la noche por delante y ofrece gaseosas o café o “lo que vos quieras. ¿Un vinito?”. La casa de Barrio Parque, tantas veces filmada y fotografiada por la prensa, tiene en su interior una calidez insospechada. Paredes empapeladas con flores y colores cálidos, sillones clásicos pero cómodos. Un living con hermosísimos cuadros. En especial, uno. De Quirós. Increíblemente romántico, muestra una casa de principios del siglo XIX cubierta de enredaderas, en las que se refleja una luz exquisita.
—Sí, busco en los remates. Bueno... no voy yo. Cuando algo me gusta, lo elijo y después mando a alguien. ¡Imaginate! ¡Si voy yo, seguro que me cobran más caro! –Susana se ríe con absoluta franqueza–. La verdad es que me gusta mucho la pintura. Me fascina. Y eso de ir a los remates lo heredé de mis padres que, cuando se vestían para salir, me explicaban que iban a un remate. Vivían haciéndolo. Les gustaba mucho. Bueno, era muy de la época.
—¿Te hubiera gustado pintar?
—Sí, desde ya, como muchas otras cosas que me hubiera gustado hacer. ¡Qué sé yo! Cantar fabulosamente bien. Bailar con mucha técnica. Ni hablar de la pintura. Te repito que me fascina, pero tengo más dotes para el baile –dice, y agita las manos como siguiendo el compás de una melodía contagiosa.
—La verdad, Susana, es que tenés un eterno buen humor... No sé si es una apreciación superficial, ¡pero lo transmitís! Ganas de vivir...
—Sí, es cierto. A pesar de que estoy agotada y con mucho trabajo, trato de estar de buen humor. Yo creo que la cosa negativa no te lleva a nada, y hay que luchar contra eso. Mucha gente es naturalmente negativa, pero hay que pelearla. Mirá, por ejemplo, ¡no me gusta una tele que muestra la delincuencia o, cómo se hace el “paco”! No, no... Detesto eso porque va contra todo lo que nos han enseñado. Hacer apología del delito, te repito, ¡enseñar a los chicos cómo se hace el “paco”! No, francamente es espantoso. Prefiero que les enseñen computación, ¡qué sé yo! Es el lado feo, horrible, de la vida. No es bueno para ninguno de nosotros. Pensemos en todo lo que está pasando. Habría que luchar un poco contra esta tendencia...
—Casualmente, todo lo que se adelanta acerca de tu nuevo programa es lo opuesto a cualquier onda triste y deprimente...
—Totalmente. Por supuesto que siempre me ha gustado hacer programas que tengan mi personalidad. Alegres, para arriba, y que cuando la gente se siente frente a la tele, lo haga con una sonrisa. De hecho, es lo que me dice la gente: “Mirá, Susana, yo a esa hora me sirvo la comida en una bandeja, cierro la puerta para no atender el teléfono y tengo una sonrisa en la cara”. Vos sabés que a mí escuchar estas cosas me da mucha ternura. Me encanta.
— Sí, pero, al mismo tiempo, ¡qué peso! La gente te está obligando a darle algo que es tan difícil de conseguir...
—Por supuesto. No es fácil, pero te aseguro que se puede, aunque a mí a veces me pasen cosas y no esté muy bien. Siempre hago como que está todo bien; en positivo. Y lo logro, lo logro... Después, por ahí se apaga la tele y me digo “Ay, Dios mío”, cuando me está pasando algo dramático. Pero te repito que cuando estoy con ellos, con la gente, me la banco. ¿Sabés? La vida es demasiado terrible. Todo lo que está ocurriendo es agobiante, te querés matar... Y bueno, uno tiene la obligación de luchar contra la mala onda.
—¿Gustavo Yankelevich está de acuerdo con este planteo?
—Totalmente. Te digo más, la producción del programa para este año se basa en tres cosas: humor, emoción y... ¡fiesta!
—¿Cómo se arma eso?
—Tenemos formatos nuevos y la estructura es la misma: hechos coyunturales, lo que ocurre en el momento, invitados especiales muy geniales, estrellas. Invitados, también del extranjero. Cantantes. Todo igual, pero con esos dos o tres nuevos formatos. Creo que vamos muy, muy bien.
— Yo creía que, como a vos te gusta tanto la música de Nino Rota, de las películas de Fellini, iba a ser como un gran circo...
—Es cierto. Además del resto. Gustavo (Yankelevich) se debe haber inspirado en eso, porque hay una frase de Fellini que le fascina y que habla del circo como “lo máximo”. Algo así como que los actores deberían pasar por esa experiencia.
—Como en Ocho y medio, cuando todos bailan tomados de las manos...
—¡Tal cual! ¡Qué escena impresionante! Bueno, un peliculón. Y Gustavo se basa mucho en esas cosas. Te repito: es muy, muy bueno. Humor, emoción y fiesta.
—Bueno, a vos la fiesta te gusta...
—Por supuesto. En cuanto a la alegría, al disfrute.
—¿Disfrutaste de este año sabático?
Susana hace un pequeñísima pausa, y subraya:
—Muchísimo. ¿Sabés? ¡Me divertí tanto! Porque... bueno, sobre todo, viajé. Una cosa que no puedo hacer con un programa en vivo saliendo al aire. Fui al Mundial, qué sé yo... Visité lugares que me interesaban. Fui a los Grammy, vi las últimas obras en Broadway... La verdad es que hice de todo –se queda pensando–. Me encantó, me encantó, me encantó... Por ejemplo, ir a Europa en verano... Durante 24 años no pude hacerlo, ya que mis vacaciones son siempre en enero, febrero y marzo, cuando allí hace un frío terrible. Te aseguro que fui muy feliz...
—Y ahora, ¿sos muy feliz?
—Sí, claro que sí. Es otro modo de felicidad, pero soy feliz. Estoy contenta. Muy entusiasmada con el programa, en el que hemos puesto todo en el candelero. Son 20 años en el aire. Es mucho para un programa de televisión... ¡Una vida! Y como es algo inusual, yo creo que tenía que volver este año, para festejarlo con la gente...
—¿Pensás, alguna vez, que te puede ir mal?
— ¡Muchas veces! ¡Siempre! ¡Esto me pasa también con cada obra de teatro, con cada película! En cada cosa que he hecho, he pensado: “Ay, ¿y si no les gusta?... ¿Y si la sala no se llena?... ¿Y si no prenden el televisor?”... Siempre, siempre pensás en eso. Una tiene muchas inseguridades. Un montón. Lo que pasa es que el éxito es, muchas veces, un imponderable. De pronto está todo brutal, la escenografía es increíble, hay buena guita de producción y... por ahí la gente no reacciona. Y no es el caso de la televisión argentina ahora. Creo que hace falta un programa como éste para darle al público un poco de glamour, de cosa....
—¿Te gustó lo que hizo Maradona en el 13?
—¡Sí, estaba brutal! Fui como invitada. Yo soy amiga, lo quiero mucho. Imposible negarme, porque además de que él ha ido siempre a mis programas, lo ha hecho con toda su familia. Yo, entonces, tenía que ir.
—Vos sabés que, a raíz de lo que vos decís sobre los 20 años (algo que implica poner tanta polenta y mucha fuerza), yo pensaba que siempre lograste impactar a la gente. Me acuerdo de cuando hiciste “¡shock!” y toda la Argentina se cayó de espaldas. ¿Pensabas en ese momento que ibas a durar tanto?
—No, no... Me preguntaban: “¿A qué edad se va a retirar?”. Y yo decía, como quien mira al infinito: “¡A los 38!”. Y también como diciendo que era una cosa terrible –se ríe francamente–. Ahora, 38 es... ¡hablar de un bebé! En aquel momento me parecía muchísimo y hoy, bueno, ¡hoy sería un regalazo! –vuelve la risa contagiosa–. Lo del “¡shock!” fue una idea de Carlos Molina (el hermano de Horacio, cuñado de Chunchuna Villafañe), que hacía cine comercial para Castignani Burd Propaganda. Nos fuimos en tren a Córdoba, a Ascochinga. Era julio y ¡hacía un frío que se caían los pájaros de los árboles! ¡Y yo con mi bikini debajo del tapado! Para peor, lloviznaba. Tan es así que pudimos filmar la escena una sola vez. “Agarrá ese jabón, date vuelta y decí “¡shock!”,” me explicaba Carlos. La lluvia era mortal. No era la toma definitiva, sino simplemente una prueba en la que estaban eligiendo a la modelo, y recién meses después él me anunció que yo era la elegida. Esto, por supuesto, cambió mi vida. De la toma en Ascochinga pasamos a Salto del Angel, Venezuela. Esto fue cuando se hizo para toda América latina. Fue divertidísimo. Filmábamos en plena selva virgen. Ni siquiera había hoteles. Con todo el equipo, vivíamos en la casa de una familia que alquilaba cuartos. La verdad es que me he divertido muchísimo en mi vida y en mi trabajo...
No hay demasiada nostalgia en sus recuerdos sino, por el contrario, un humor a veces ácido, pero nunca ausente.
—¿Qué es la felicidad para vos, Susana?
—Mirá, son momentos... Momentos fantásticos, inolvidables... Hay una frase, creo que de García Márquez, que dice algo como “la vida, la felicidad, es lo que uno recuerda”. Y yo creo que es así. La gente trata de olvidar lo malo, y tu propia computadora termina por borrarlo del disco rígido... Te digo: para mí son etapas, porque nadie puede ser feliz todo el tiempo. No, no, ¡nadie puede ser feliz todo el tiempo! –repite, pensativa–. Serías un tonto, un retardado...
—Es verdad. Tampoco hay que tener miedo de individualizar esos momentos, con el pretexto de que es mejor no hurgar demasiado en los recuerdos. Por ejemplo, yo te recuerdo a vos, Susana, muy, muy feliz, con Darín. Una etapa única...
La respuesta de Susana surge inmediata:
—¡Nos divertíamos desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos! Nos reíamos como locos y... sí, éramos muy felices. Pero aparte de ser felices porque nos reíamos y nos queríamos mucho, era una época en la que jugábamos al truco todos los días después del teatro (hicimos muchas temporadas en Mar del Plata) y, aunque no nos conocimos en Mar del Plata, ahí empezó todo. Yo estaba haciendo una revista y él, no sé, de galancito... Era más chico. Ricardo tenía 23 años. Como te decía, jugábamos al truco hasta las 7 de la mañana y, como no teníamos problemas de engorde ni nada por el estilo, íbamos a comer medialunas a la Boston. ¡Chorreaban manteca! ¡Qué rico todo! Y también los del showbusiness hacíamos mucha vida de grupo. Comíamos juntos, teníamos la mejor onda y jugábamos al truco, al póquer... Con Ricardo, éramos muy de jugar...
— Sí, pero se notaba una cosa que parece haberse mantenido a través de los años... Una cosa de mucho cariño...
—¿Con “Richard”? ¡Síííí!... Ahora es mi mejor amigo, mi hermano. ¡Qué sé yo! Es de la familia...
—Quizá pueda haber habido ocasiones en las que vos brillabas más o situaciones más glamorosas, como con Monzón campeón del mundo, pero desde afuera parecería que la gran felicidad la tuviste con Ricardo...
—Con cada uno tuve mis cosas, pero... sí, Ricardo se reía de todo el esplendor. Cuando me veía vestida de vedette... Claro, era la antítesis. Muy hippie.... Ahora está más grande, es un señor más reposado, aunque siempre con ese humor maravilloso... Ahora va a dirigir la película que dejó Mignona... ¡Pobre Mignona! Qué lástima, qué perdida para el cine... En fin, pero te repito que el cariño con “Richard” no ha variado. El otro día, cuando le festejamos el cumpleaños a China Zorrilla, él trajo a su hijo y, como siempre, lo pasamos bárbaro. Hizo reír a todo el mundo, es muy gracioso. Bueno, es un actor fenomenal, pero siempre fue un muy buen actor. Lo que pasa que cuando sos chico y lindo te agarran para galancito, una se imagina que el tipo es medio boludo. El caso de “Richard” no fue así, para nada...
— Hace un rato, cuando hablabas de García Márquez y del amor lindo, porque no siempre el amor es lindo...
—Obvio...
—... Me acordaba de El amor en los tiempos del cólera , cuando ellos dos se van abrazados en un barquito...
—Es un libro mágico, total. Lo he leído muchas veces. Quien no lo ha hecho, debería ir ¡ya! a comprar ese libro, porque te llena el alma y te enseña muchas cosas.
—Y te quita el miedo al final de las cosas...
—Que es algo que nos han enseñado... Desde chicos nos inculcan el miedo a la muerte. Porque estamos con aquello de “ojo que viene el cuco” o “el que te tira de las patas.” ¡Qué horror, se murió! La gente entonces llora... En cambio, habría que inculcarle al chico que todo el mundo se muere, que morir es parte de la vida, ¿entendés? Uno siempre piensa que todos se van a morir, ¡pero yo no! Por supuesto que es una defensa de tu alma. ¡Qué sé yo! Pero habría que empezar a hablar de eso, como Brian Weiss. Es un psiquiatra del Mount Sinai de Miami que habla de la vida después de la muerte, de la reencarnación, de cosas fabulosas que ha explicado en un montón de libros.
—¿Lo has conocido?
—Sí, me invitaron a escucharlo en una de sus conferencias. Está retirado y ya no hace volver a la gente a sus vidas pasadas. Hicimos un ejercicio con el público, pero los que estábamos allí tuvimos respuestas distintas. Algunos entraron en una especie de trance. Yo no. Pero me resultó muy apasionante escuchar las respuestas sobre lo que otros habían sentido en ese momento. Muy interesante. Yo no tengo dudas de que hay un más allá. No puede ser todo tan corto, tan sufriente. En realidad, la vida tiene momentos fantásticos pero, para la mayoría de la gente, es muy dura y no puede ser que las cosas sean tan breves, tan así. Esta vida tiene que ser o un aprendizaje o algo que estamos pagando... Es la explicación del bien y del mal de una vida anterior en la que, si fuiste una mala persona o un asesino, vas a pagar tus culpas en esta existencia de ahora. Yo creo muchísimo en todo esto porque, aparte, nos hace ser más buenos. ¡Mejor que me porte bien, porque el castigo puede ser, luego, impresionante!
—Si fuera posible reencarnarse, ¿en quién te reencarnarías?
Susana no duda:
—En un artista. O de teatro, o cantante... No sé... Quiero reencarnarme en algo muy relacionado con el showbusiness, porque me enloquece.
—En tu familia, ¿alguien heredó ese entusiasmo?
—No, no... Bueno, Lucía está muy mirándose al espejo. Ya tiene 12 años... Se filma, hace cosas... ¡Es muy canchera, pero no voy a contar, porque a ella no le gusta! Si hay alguien que heredó mi amor por el show es ella... Fijate que desde los 7 años, cuando yo estaba pupila en el colegio, el High School de Quilmes, y nos apagaban la luz a las 8 de la noche, yo abría una ventana para que entrara la Luna y me ponía la funda de la almohada como un vestido strapless, tipo Rita Hayworth (que era mi ídola) en Gilda, ¡y cantaba! Todas las chicas me miraban. ¡Imaginate! La pasión de mi vida, pero nunca pensé que lo iba a lograr. Cuando era chica, ser una artista era algo inalcanzable. Hoy, con la tele, la gente se acercó mucho más.
—¿No te gustaría hacer cine?
—Si encontrara “el” guión, puede ser. Pero no soy un bicho de cine, como dice Graciela (Borges). He hecho 35 películas, pero el cine no es una pasión en mi vida. En cambio,el teatro me encanta. La mujer del año, Sugar. Fue fantástico.
—¿Lo querés mucho a Rama?
—Sí. Es amoroso, buena persona. Me acompaña a todos lados. Es decir, me acompaña con la cabeza, porque él vive en Montevideo y yo aquí. Tenemos vidas apacibles y nos gusta pasar juntos los fines de semana.
—Si te dieran a elegir tres deseos, ¿qué pedirías?
—Bueno, siempre caés en el cliché de pedir salud. Para vos y tu familia. También pediría algo para el país. Algo así como una reconciliación nacional. Un poco de esperanza para la gente que ya no cree en nada. Pediría que venga un patriota, un gran patriota a dirigir este país.