Su departamento de soltero se transformó, por unos días, en la casa cordobesa de su infancia. Por el estreno de Caíto se vino de Marcos Juárez toda la familia y ahí están dando vueltas por el living sus hermanos y un sobrinito, mientras una tía toca el timbre y espera abajo. Para Guillermo Pfening (35) estos son tiempos de plena actividad. En un par de meses se juntaron el lanzamiento de su ópera prima con el éxito de Wakolda, el film de Lucía Puenzo en el que interpreta a una especie de mano derecha de Josef Mengele en Bariloche y que fue preseleccionada para representar a Argentina en los Oscar. Pero faltaba algo más: su incorporación a Farsantes, tira a la que se suma para cubrir la partida de Benjamín Vicuña. “La verdad que es una casualidad mágica, son muchas cosas juntas que se potencian entre sí”, cuenta a PERFIL el actor que fue convocado para ser Franco Nazarre, la nueva pareja del personaje que compone Julio Chávez.
—¿Viste el trabajo de Benjamín Vicuña y la repercusión que tiene?
—Benjamín es una persona que quiero y lo vi mucho. Me gusta lo que hizo, su llegada a la gente es impresionante. No era tan consciente de cómo al público le pegó esa pareja. Hubo fanáticas que pegaron carteles y protestaban por su partida de la tira. Me odian (ríe), hoy se tuvo que meter Mario Pasik a frenarlas en Twitter porque me decían de todo.
—¿Interpretar a un gay y que sea Julio Chávez tu pareja aumenta la presión?
—No, al contrario, que sea él me agranda un poco, me potencia. A Julio lo conozco, charlamos muchas veces, sé que es un tipo súper interesante. Hacer un personaje homosexual tiene la particularidad obvia de tratar de seducir al hombre que tenés enfrente, nada más. Lo preparo como a cualquier otro personaje, aunque siento que me gusta más la masculinidad del chico gay. Aparte a Guillermo (Chávez) le gustan los tipos masculinos, yo hago lo que él quiera (ríe).
—¿Se verán muchas diferencias entre tu personaje y el de Benjamín Vicuña?
—Arranca de lo opuesto, porque Pedro tenía una doble vida y Franco está asumido como gay, por eso también lo pincha todo el tiempo a Guillermo para que deje de ocultar su sexualidad. Además, el mío es un tanto arrogante y canchero. En un principio habrá mala onda, pero no va a sostenerse en el tiempo. Nos conocemos en la Universidad.
—Seguro viste la escena de sexo entre ellos. ¿Imaginás cómo va a ser la tuya?
—Sí, la vi. No es nada. Es más lo que ve la gente en su casa que lo que en realidad se ve, me parece perfecto y me encanta que sea así. No sé cómo será la nuestra, porque todavía no tengo los libros, pero seguro habrá amor.
—¿Cómo vivís el éxito de una tira cuya pareja protagonista es homosexual?
—Está buenísimo que haya en horario central una apuesta de este tipo. Eso abre debate, indiscutiblemente. Si bien hay todavía gente que sigue discriminando, también siento que hay un cambio en la sociedad, que hay más aceptación y creo que en eso también tiene que ver la sanción de la Ley de matrimonio igualitario. Son transformaciones que se van a afianzar con las siguientes generaciones, por ahora es algo más intelectual que natural.
El peso de Trapero
—¿Cómo viviste el proceso de filmar algo tan íntimo como “Caíto”?
—De todos los estrenos de mi vida, este claramente es el más especial. Todo fue muy fuerte. En un principio, en lo único que pensaba era poder terminar el guión y tratar de conseguir el dinero para filmar. Es muy difícil hacer una peli, más para alguien que no dirigió nunca.
—Al film lo produjo Pablo Trapero. ¿Cuánto tuvo que ver en la toma de decisiones?
—Mucho. Trabajamos un montón en toda la autorreferencia que hay en Caíto. Pablo siempre me decía que yo tenía que estar dentro de la película y yo no quería porque tenía el prurito de no querer estar en el guión, la dirección, y además delante de cámara. Hacer un corto es muy fácil. Un par de amigos, una cámara y ya. En un largometraje se suman las responsabilidades, los miedos y las frustraciones de todas las cosas que te van gustando y las que no.