Del 6 al 12 de agosto, el Ballet Nacional denominado escuetamente Danza –antes también llamado Danza por la Inclusión–, que depende del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y que dirige Iñaki Urlezaga, se presenta en el Teatro Opera, con participación de la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires. Allí se verá a Urlezaga como director, intérprete y coreógrafo, pues está sobre el escenario y también es el responsable de la coreografía de Cuentos de Chopin, que integra el programa, junto a Carmen (del cubano Alberto Alonso, sobre música de Bizet y Schedrin) y Bolero (del italiano Aurel Milloss, sobre la melodía de Ravel). Las entradas, gratuitas y casi agotadas, se consiguen a través de http://www.desarrollosocial.gob.ar/danza. Y para quienes no alcancen estas funciones, habrá otras en el Teatro Coliseo Podestá de La Plata, el 17 y 18 de este mes.
—¿Cómo sintetizarías el estado de desarrollo de este ballet, que comenzaste a concebir en 2013?
—La compañía se encuentra llegando a un piso donde hoy uno puede estar seguro como para sentirse más sólido, con las herramientas que a lo largo del tiempo hemos trabajado juntos. Los 53 chicos van creciendo artística y profesionalmente. Este ballet le da oportunidad a gente que no ha tenido experiencia profesional, a los que hay que enseñarles el camino de la profesión: explicarles cómo se maquilla, cómo se coloca la ropa…
—Cuando arrancó este ballet, fue la ministra Alicia Kirchner quien le dio el aval. ¿Cómo fue para vos el cambio de gestión, pese al cual permaneciste en el rol de director?
—Si bien este año todo se atrasó un poco y avanzamos más lento por el cambio de gestión, estoy feliz de que el proyecto continúe. Ajeno a que yo hubiera continuado o no, para mí lo importante es el proyecto, independientemente del gobierno de turno. Tuve una charla muy sincera con Carolina Stanley, ministra de Desarrollo Social de la Nación; le expliqué el proyecto, creado para darles la oportunidad de una primera experiencia artística a tantos chicos del interior y de Buenos Aires. Ella fue muy receptiva a lo que se había logrado en los primeros dos años y quiso mantenerlo y profundizarlo. Así que no hubo ningún corte. Además, tenemos una sede que se construyó para el ballet, en Chacarita [inaugurada en la gestión pasada, dentro del ex Hogar de Niñas Garrigós], donde hay tres grandes salas de ensayo, una de las cuales se la prestamos este año al Ballet del San Martín, porque no tiene dónde trabajar.
—Tenés 40 años, estás bailando: ¿cómo te sentís como intérprete?
—He podido profundizar mis conocimientos, mis ideas y mis obsesiones en la danza. Me siento mucho más maduro; en otra etapa de mi vida, con otra felicidad, con otra delicadeza y con otra contemplación de lo que hago. Me parece que vivo la danza más reposada y reflexivamente. Eso tiene que ver con la mirada que uno tiene hacia la vida, que no es la misma de la juventud, cuando uno se lleva todo puesto.
—¿Eso quiere decir menos piruetas y proezas?
—No; eso quiere decir mayor profundidad.