En la casa de Gran hermano se pasean como hamsters, un grupo de adolescentes que con sólo diez palabras, han resuelto el dilema del idioma; dedican sus horas al ocio desatado, a torpes intentos de intriga o amagues sexuales. Todo condimentado con el narcisismo implícito de las 34 cámaras que lo filman noche y día.
Probablemente, Gran hermano sea un programa obsceno y perverso, dos cualidades imbatibles para convocar al rating. Se sabe también que las dos primeras expulsadas fueron mujeres, como aparentemente lo serán las dos próximas. La sospecha inicial podría indicar que se trata de un acto de machismo pero la verdad suele ser algo más complicada que un eslogan.
Quizá porque Gran hermano debe ser observado en una doble perspectiva: lo que ocurre entre los protagonistas y lo que esto produce en quienes lo miran, es entonces cuando se pone al descubierto una maraña de prejuicios que abarcan a mujeres y varones por igual. Con énfasis desproporcionados y olvidos inquietantes.
A la manera de los dramas griegos, cada una de estas dos niñas expulsadas tienen atrás una historia que, fatal como el destino, debía llevarlas a ese final. Además, cada uno de sus pasos dentro de la Casa, las fueron conduciendo allí, pero como esto es televisión, el destino no es siempre fatal y el coro sólo aporta un sinfín de prejuicios y frases hechas.
Claudia, la que comenzó el éxodo, era demasiado linda y se creía demasiado linda. De profesión modelo y, según sus propias palabras, de profunda vocación exhibicionista. Fue la primera en tener un entrevero amoroso (muy mal visto) con uno de los chicos, (casualmente el guapo). Es el tipo de chica que en una fiesta siempre apunta al más lindo y se lo lleva al hombro.
Resumiendo: la clase de mujeres que las demás no soportan y fueron ellas las que la votaron con entusiasmo. También la votaron algunos varones quizás porque sabían que no tenían el look de winner que cautiva a la rubia. Al salir la esperaba un contrato de Play Boy para posar desnuda: su sueño hecho realidad. El coro mediático la dio por perdedora, el coro de las vecinas la juzgó ligerita, pero ¿perdió al salir, o se ahorró interminables días de boludeo? Alcanzada su meta, Claudia se ha sumado al coro mediático y aunque no opina con la certeza de Hegel o la contundencia de Simone de Beauvoir, no desentona para nada en mesas y paneles.
La segunda expulsada fue Melisa que abrió uno de los capítulos más delirantes e hipócritas de esta historia. Los medios le dedicaron por estos días mucho más espacio que a la guerra de Irak y a todos los muertos juntos por el terrorismo.
Melisa, de profesión aspirante a actriz, nacida y criada en los suburbios de Buenos Aires, acumuló en su breve estadía varios “pecados” seriamente juzgados por la moralina ambiente. Contó que era la novia de Sergio Denis y a continuación avanzó sobre un flaco y en un confuso episodio se lo llevó a la cama donde “no ocurrió nada más que un beso”, según ella. Después lloró sobre la foto de su novio, mientras el flaco, en una suerte de improvisada asamblea, contaba con lujo de lenguas y detalles lo que había ocurrido. De allí en más se desató el tsunami.
El coro se desquició: medios y vecinas tomaron un feroz partido por el engañado y en nombre del “deber ser”, Melisa ,fue sacada a empujones por varones y mujeres y un 80 por ciento de votos en contra, en un brote nacional de moral y buenas costumbres. Dudo que los derechos humanos consigan un porcentaje tan alto.
La infidelidad es un divertimento tan antiguo como la humanidad y además, suele desatar desgracias varias. Ana Karenina se tiró bajo un tren y todavía se lapida a las mujeres en algunas atrasadas regiones del planeta. A Melisa le fue mejor, aunque metafóricamente también fue lapidada. Resultaba increíble ver hordas de varones y mujeres tan pendientes y solidarios con su novio.
Se crearon foros de apoyo, se armaron cruzadas solidarias, blogs de Internet con la consigna “Sergio te banco”. Curiosamente parecía que las hordas femeninas mostraban un frenesí mayor: fans maduritas, trasnochados clubes de admiradoras, salieron en defensa del señor Melisa, también hay que reconocerlo, caminó hacia su desgracia con la ceguera de los inocentes.
Vamos a dejar de lado el escaso tiempo que pasó entre su llegada a la casa y su “pecado” porque, aunque la cuestión insumió horas de debate, nadie atinó a explicar qué clase de atenuantes da el tiempo en esos casos. Cabe resaltar, en cambio, que Melisa pasó por alto la primera regla para estas transgresiones : la discreción. Ser infiel bajo la mirada de varios millones de personas no es precisamente lo prudente. Y el escándalo –desde la Biblia a nuestros días– agrava la culpa.
Tras este énfasis desproporcionado aparece el olvido inquietante: mientras la infrascripta se defendía con cierta candidez de todo tipo de acusaciones, mientras su novio, cual Judas la negaba tres veces al calor de tanta moral exasperada, se pasó por alto al verdadero villano de la historia: ese joven que hacía público aquello que cualquier varón debe callar: el relato pormenorizado de la intimidad con una mujer.
Lo cierto es que mientras se avecina la votación, a las inminentes expulsadas no las une el amor sino el espanto. La casa del Gran Hermano desprovista de cualquier inteligencia y abrumada por el momento de la paquetería del adentro y del afuera, hace añorar las antiguas Casas donde, de madrugada, una de las chicas enseñaba como practicar una correcta fellatio; algunos trenzaban con la habilidad de todos los demonios y otro sucumbía de un ataque místico frente a cámara...
Detrás de tanto ruido fatuo y de dilemas sin sentido, queda en pie la pregunta del millón : ¿esos chicos abúlicos son los representantes de la juventud argentina o apenas un rejunte de lo que se pudo encontrar? Y hasta dar con la respuesta resuena como nunca la frase “no te preocupes del mundo que vas a dejar a tus hijos sino de los hijos que vas a dejar a este mundo” y ¡si de eso se trata, Dios nos libre!.
*Periodista, escritora, guionista de TV y autora teatral