ESPECTACULOS

Una artista elegante con vocación por el clasicismo

Ritmo. Marisa Monte, al frente de su banda, en un reencuentro.
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La relación de Marisa Monte con el público argentino parece haberse consolidado definitivamente. Eso se respiró a lo largo de la hora y media pasadita que duró la primera de las dos funciones que la artista carioca ofreció en Buenos Aires esta semana, en una de las escalas de su tour internacional Verdade uma ilusão, que continuará ahora con dos conciertos en Nueva York y seis en San Pablo. Tanto como para que ella misma se animara a repetir en un par de oportunidades que se trataba de “una noche especial”. Y tiene sentido creerle porque en su propio país O que você quer saber de verdade, su último trabajo hasta la fecha, no logró el consenso de otros de su carrera, iniciada en el ‘89 con MM, un álbum que vendió nada menos que medio millón de copias.
Se podría decir que Marisa necesitaba del calor de su público, menos quisquilloso que la crítica, más entregado a disfrutar del encanto irresistible de esta mujer capaz de enhebrar en su repertorio la riquísima tradición de la música popular brasileña con un tema del repertorio de Mina (Come tu me vuoi), y un tango de Juan de Dios Filiberto que en los 50 se hizo famoso en Brasil gracias a la versión de Dalva de Oliveira (El pañuelito, reconvertido en Lencinho querido).
Monte no apela a la novedad sonora, sino más bien al diálogo con la tradición. Tiene más vocación por el clasicismo que por la experimentación. Y su técnica vocal impecable –notable dominio de los planos, la respiración y los matices– se luce mucho más con el apoyo de una banda sólida que regaló un sonido sin fisuras ni estridencias. La base la componen tres integrantes de Nacao Zumbi, grupo de Recife que en los 90 inventó el manguebeat (ritmos brasileños cruzados con rock, hip hop y electrónica), más dos colaboradores de vieja data (el guitarrista Dadi y el tecladista Carlos Trilha). Y las coloraturas las aporta un cuarteto de cuerdas que apuesta más a la sutileza y la efectividad que al virtuosismo. La puesta (con proyecciones de obras de diferentes artistas brasileños contemporáneos) está resuelta con imaginación y buen gusto. Y todo parece fríamente calculado (salvo la aparición de Julieta Venegas, invitada para cantar Ilusión, aprovechando que estaba en Bs. As.): desde el inicio, con un telón semitransparente que apenas oculta el escenario hasta los pasajes íntimos en los que Monte toca el ukelele, y el final con dos hits demoledores de clima muy diferente, la cándida Amor I Love You y la festiva Ja sei namorar, con la que Tribalistas batió récords de venta en todo el mundo. Son muchas las armas con las que Marisa Monte logra seducir en escena, pero la más poderosa es aquella que por definición califica a los que tienen sencillez, nobleza y gracia: la palabra es elegancia.