La danza puede generar infinitas sensaciones. Es un misterio, como los sueños, como la muerte. ¿De qué están hechos los sueños?; ¿qué es, cómo es la muerte? Hay tantas danzas como bailarines que danzan y tantas sensaciones como espectadores que las observan. Bailar da la sensación de que el alma sale del cuerpo: “Cuando bailo, desaparezco” dice, palabras más palabras menos, Billy Elliot.
Para mí, tomar clases de danza ya era bailar. Pero el escenario tiene el plus del espectador. Cuando yo interpretaba a la doncella, en La consagración de la primavera en el Teatro San Martín, y miraba hacia el vacío que produce el oscuro de la platea, sentía que esa mirada atravesaba la pared del fondo de la sala Martín Coronado y emergía hacia el infinito. Es hermoso estar en el esplendor de ese momento y puede ser que, entonces, el espectador perciba y sienta lo mismo. Cuando un buen bailarín salta, el público siente que vuela, y vuela con él. Por eso, lo importante es la emoción y la transmisión de esa emoción. Admirar, juzgar es una cosa, pero la emoción es lo más importante. No siempre hay coincidencia entre el bailarín y el espectador… pero siempre hay un momento de magia en esta relación.
Para que todo esto suceda, debe haber refinamiento en la danza; la vulgaridad no debería entrar en ella porque entonces no es danza. Se puede bailar algo popular con gran refinamiento. Sin embargo, existe otro misterio, por el cual hay personas vulgares que bailan refinadamente y personas refinadas que bailan con torpeza (pero es mejor no dar nombres).
La riqueza de nuestro idioma nos ofrece dos palabras clave: danza y baile. En la palabra danza se vislumbra la diferencia. Danzar un solo, un dúo –que generalmente es la sublimación del amor– es hermoso; bailar en grupo es, sencillamente, maravilloso. El espectador es sensible a la suma de energías y a la alegría. La diversión, el humor son importantes en la danza. En cambio, lo cómico es definitivamente otra cosa, que no me interesa como creadora. Pero sí deseo, para el espectador, sonrisa, emoción y, si aparece una lágrima, no está nada mal…
La conexión entre la danza y el espectador puede suceder a través de géneros populares. A mí me gusta mucho lo popular; lo admiro cuando tiene calidad. Me gusta lo cubano y lo brasileño, y por supuesto, el tango y el folclore argentino. Yo elegí salir de la danza de elite. Enseguida llegué al tango y descubrí su fusión con la danza moderna y el ballet. Es que también el ballet es popular. Este estilo de danza, que pareciera ser la madre de la danza de Occidente, continúa creciendo en cantidad de seguidores, a través de grandes figuras y grandes ballets; no a través de la televisión, un medio maravilloso con un contenido pobre salvo honrosas excepciones. La danza no atraviesa bien la frialdad de la pantalla, salvo con directores como Saura. La danza es presencia.
Sí, es presencia: presencia de bailarines, entre los cuales hay hermosas flores de pantano y bichos de escenario, pero para ser bailarín hay que estudiar ¡mucho, mucho, mucho! Los maestros podemos detectar el talento de un discípulo, a veces enseguida, durante un proceso de trabajo; otras, a través del tiempo. Lo importante del bailarín es que sea un médium que pueda canalizar ideas y deseos propios o del coreógrafo.
De joven, el bailarín está en el esplendor de su energía; luego entran a tallar las limitaciones físicas pero empieza a revelarse una inteligencia, una experiencia que une lo visto, lo sentido, lo leído, lo pensado. Si bien el paso del tiempo se vuelve, al menos para mí, terrible, porque la belleza va desapareciendo, el deseo, como un río, se desliza por otros cauces, como la coreografía y la dirección. Los cuerpos de los bailarines pueden bailar muchos años, pero al aparecer las limitaciones es importante dejar las cosas muy técnicas y crecer en calidad de movimiento y en calidad interior. Dos de mis principales bailarines son ejemplo de todo lo que he planteado. Pedro Calveyra tiene una edad que está más allá del bien y del mal, pero a mí me encanta su presencia escénica. Nora Robles es una síntesis diamantina de bailarina del Bolshoi e intérprete de Jerome Robbins, multiplicada por una obsesión rigurosa y por su capacidad de humor en el movimiento. Los dos son bichos de escenario: pareciera que ése es su lugar favorito; les encanta y me encanta.
Hay muchos roles en la danza, para distintas edades. El más importante es el del espectador, sobre todo, cuando tiene un corazón abierto para recibir, cuando tiene un corazón que escucha, porque en él entra la belleza aunque ésta tome la forma de feísmo y, sobre todo, porque en él aparece la emoción. Por eso, ¡viva la danza!
*Coreógrafa. Presenta Pequeño show nocturno, en el Maipo Kabaret (Esmeralda 443, CABA), los martes a las 21 y los sábados a las 19.