Imanol Arias define a su personaje en Retiro voluntario como un bondadoso con rincones oscuros. Alguien que quiere hacer las cosas bien, pero “no tiene plan alternativo, no renuncia al bonus ni a una mujer guapa que le mete los cuernos con cualquiera, ni a una casa maravillosa. Siempre me pregunto qué hubiera hecho si el recorte de personal, en vez de ser del 25%, hubiera sido del 5%...”. Admite que su Javier tiene algo bueno: conoce el sistema. “Sabe que hay otras personas que deciden y quién paga los platos. El miedo y la extorsión son los elementos de poder más aterradores que tenemos. De ahí la tendencia del mundo a buscar el equilibrio fuera del miedo, se trabaja más en esa precaución que en la de dejar de fumar”, grafica.
—Y perder el trabajo es una de las mayores extorsiones que puede sufrir una persona.
—Sí, sobre todo en países donde hemos tenido un sistema de protección diferente. No digo en Argentina, que ha sido un país de inmigración, donde la gente venía y conseguía empleo para siempre, donde tenía su negocio para toda la vida. Me crié en el País Vasco, allí estudiábamos en las fábricas donde trabajaban nuestros padres. Si eras bueno, llegabas a jefe de taller. Ahora eso no existe. En Estados Unidos, el miedo a la pérdida de trabajo no es tal porque toda la vida ha sido así, se emplea y se despide todo el tiempo, están en un equilibrio que nuestros países no consiguen. Tenemos unas tasas de paro enormes que generan el submundo del “parado permanente”.
—Tu profesión también tiene una continuidad complicada.
—A mí me contratan y me retiran voluntariamente cada dos meses. No me mantienen el vínculo. A nosotros, cuando nos contratan y despiden cinco veces en un año, es nuestra gran temporada. La vida no es así, no es el mundo artístico... No hemos aprendido, hemos sostenido un sistema donde los que mandan no son los que vemos. El sistema y la irrupción de grandes economías o el puto petróleo hicieron que todo se desboque. Todo el mundo se ha endeudado. Tenemos deudas personales, como empresas o países. No sé quién es el dueño de toda esa deuda…
—¿Qué tan lejos se está de un gobierno de izquierda como los que pregonaban usted, Serrat o Ana Belén?
—No se va a dar. Hablo por mí, me considero un jarrón chino enorme en un apartamento pequeño. Pasamos un momento. A mi hijo, que tiene 15 años, que cree que va a vivir peor que yo, no le puedo pedir que tenga los ideales que yo tenía. Sus convicciones deben venir por otro lado. Nosotros, que podríamos ser ejemplos de algo, ya no lo somos.
—¿Por qué?
—Primero, porque hemos cometido errores. Segundo, porque hemos vivido toda la vida y somos gente a punto de retirarnos. Por lo tanto, tengo un estamento económico, una vida solucionada, que un joven me mira y me dice: “¿Qué me vas a contar de revoluciones?”. Ya no somos símbolos. Me alivia no serlo para gente que tiene que buscarse un futuro. La historia nos demuestra que se produce un crack y se pueden transformar cosas, pero nunca será como el pasado. El sistema de producción no es el mismo y las economías no están aisladas. Quizá por eso nos entretiene con un barullo político. Vivimos la política como una serie, viendo actitudes personales y fanatismos que en el fondo enmascaran una gran verdad: somos 7 mil millones y todo se agota.
—Dijo que su generación cometió errores. ¿Lo sucedido con los Panamá Papers está entre ellos?
—Mi error fue ser muy consecuente con mi asesoría. Cuando me dicen la primera vez: “Esto puede pasar con los impuestos, pero no tienen razón”, debí asustarme, pero nunca fui empresario. Se dieron dos circunstancias que se mezclaron. Por un lado, cuando era legal, invertí en Johnson & Johnson. No puedes ir a la empresa a comprar acciones, sino que tienes que hacerlo a través de una corporación, que a su vez tiene despachos en Panamá. Además de que era legal, lo hice con dinero que había pagado impuestos y que cuando volvió a España lo di de alta otra vez. O sea, mi parte es un nombre que sale. Eso se mezcla con un cambio de ley que vivimos los actores y que es retroactiva. No se nos permite tener sociedades, por lo tanto somos “trabajadores”, personas físicas. De todo lo que gano en Cuéntame o Velvet Colecciones, en vez del 30% me retienen el 50%. Es confuso por qué nos llaman así, pero no tenemos los mismos derechos que cualquier trabajador... Lo tengo que aceptar. Lo que he ganado gracias a la gente no puedo quitárselo. Tampoco puedo asumir que soy un delincuente, porque no lo quise ser nunca.
“Si los catalanes se van, no me dejen afuera”
Es fácil relacionar a Imanol con el cine, pero desde 2001 está al frente de Cuéntame cómo pasó, serie que tiene su versión local en la TV Pública y que Arias pudo ver en su rato en Argentina. “Han comprado nuestros guiones y me parece un milagro que lo hagan diariamente. Nosotros tardamos 11 días en hacer un capítulo”, comenta. Esa no es su única aparición televisiva porque, además de Cuéntame, se sumó al spin off de Velvet.
—¿Cómo transita el cambio industrial alguien que hizo una enorme carrera en cine?
—Lo que han hecho las grandes plataformas de streaming es que por un dinero factible las personas ya no tienen que trasladarse. Hay unas víctimas de todo eso que en un momento fueron verdugos: los exhibidores. A todo el mundo le llega su Uber.
—Velvet colecciones transcurre en Barcelona, que es noticia por el atentado y el referéndum independentista. ¿Cómo se viven ambas cosas?
—El atentado te deja en shock. Se genera un shock que trae una secuela de cosas que no terminan. Es terrorífico. Respecto del referéndum, creo en la oportunidad de los pueblos de tomar decisiones, pero no creo en fórmulas que no sirvan para que el proceso sea legal, perenne, controlado y decente. No sé si Cataluña necesita tanto una independencia como una clarificación de su gobierno o una limpieza de la corrupción. Es uno de los lugares más ricos de España y tiene problemas educativos y sanitarios que no existen en otras regiones. Me siento de acuerdo con que se consulte a la gente, pero no en que no sirva para nada y que se genere un caos judicial que desespere a la gente. Amo esa tierra, hablo catalán y lo único que puedo decir casi de broma es: si se van, cuenten conmigo. No me dejen afuera.