Cuando la radicalización en política alcanza a todas las instituciones de una democracia, la suerte de un Estado funcional al servicio de su comunidad se encuentra echada. Las Fuerzas Armadas han sido árbitros en la dinámica política venezolana desde el frustrado golpe de estado a Hugo Chávez, realizado por un grupo de militares disidentes que respondía al Gral. Efraín Vásquez Velazco. El Gral. Lucas Rincón Romero intentó remover de manera rápida al entonces presidente legítimo de Venezuela.
La población y los cuadros militares leales a Chávez lo hicieron fracasar en 48 horas como lo muestra el documental “La revolución no será televisada”. De esta forma, la oposición y el oficialismo transformaron en un actor político activo a las FF.AA. dando comienzo a un largo ciclo de declinación en aquello que Samuel Huntington llama el “soldado profesional”.
Lo que siguió fue el aprendizaje del chavismo. En ese entonces el problema central era cómo mantener la lealtad militar al régimen emergente. Chávez, con la fortaleza de haber sobrevivido al golpe, se concentró en purgar las filas de las FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana) usando incentivos negativos y positivos, realizando dos cambios que le ayudaron a anular al liderazgo militar anterior. El primero fue el rápido reemplazo del equipamiento militar de origen occidental por material militar de Rusia y de China, accediendo a sistemas de armas de última generación mejorando los medios de combate transformando, por ejemplo, a la Fuerza Aérea y a su sistema de defensa aéreo en uno de los más capaces de la región. Esa acción le permitió que sus oficiales y suboficiales se entrenaran con fuerzas militares altamente profesionales, que funcionan con mecanismos de control político interno. En las nuevas FANB, los militares relacionados con el equipamiento y entrenamiento en Occidente no tendrían ningún lugar. Eso habilitó la segunda acción. El establecimiento de un sistema de control político cerrado sobre la FANB con ayuda de Cuba y sus asesores militares; de facto una intervención cooperativa de la soberanía venezolana.
A ello se sumaron dos incentivos positivos. En primer lugar, el envío a educarse en las instituciones militares latinoamericanas del núcleo bolivariano a oficiales y suboficiales reforzando la solidaridad ideológica existente en ese momento. Nada más común que encontrarse con oficiales bolivarianos en las aulas de las Escuelas de Guerra de América Latina defendiendo la revolución. Un segundo lugar, se mejoraron las condiciones económicas de vida de los militares. De esta manera se logró la lealtad monolítica de los militares al gobierno y a la constitución promulgada por este. Una nueva institucionalización emergió.
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La paradoja de esta nueva realidad fue el arresto por supuesta corrupción del General Baduel, el militar que rescatara a Chávez de su prisión militar en 2002 y diera origen al chavismo tal como lo conocemos hoy. Aun así, el régimen siempre tuvo reservas sobre las lealtades de los militares, para lo cual destinó recursos para la creación de las milicias bolivarianas, cuyo número efectivo de hombres en armas hoy es desconocido y solo se sabe de su lealtad a los hombres del régimen.
Esta combinación de estatalidad y para estatalidad es la que recibió Maduro cuando ganó su primer mandato quien, junto con Diosdado Cabellos y Padrino López, completaron la politización de las FANB agregando a las misiones militares tradiciones -como la protección de la soberanía del Estado, y la integridad territorial- las misiones de seguridad interna, operaciones de contra narcóticos y protección del régimen. Gracias al Plan Zamora (2017), los militares pasaron a controlar bienes estratégicos del Estado transformándolos además en agentes económicos internos.
A pesar de los problemas económicos, los fondos para las FANB nunca fueron escasos, aunque, según el Military Balance de 2018, acompañaron la debacle del país pasando de U$S 4.73 en 2014 a U$S 1.2 mil millones en 2018. Los militares comenzaron a dejar las fuerzas a partir del 2014 como consecuencia de una caída en su forma de vida y en misiones con las que no estaban de acuerdo. Como contrapartida, el control interno aumentó.
Sin embargo, el 23F no generó el efecto deseado de ruptura de las FF.AA. como sucedió en 2002. Si bien existieron deserciones, hoy llegan a 354 hombres. Esto representa el 0,2% del total de 123.000 que hoy las integran. La sangría por goteo puede continuar, pero parece que todavía estamos lejos de un quiebre. Como árbitros, son los garantes, por ahora, del sostenimiento del régimen producto de la construcción institucional que la “Nomenklatura” venezolana supo realizar. Sin embargo, su rol principal se juega en el futuro. Como administradores legítimos de la violencia, cuando el régimen termine ellos serán quienes tendrán la responsabilidad de evitar que Venezuela descienda aún más en el estado de naturaleza que hoy se encuentra sumergida. Su rol será determinante –para bien o para mal- en la Venezuela pos Maduro.
Ciertos líderes dejan un legado con consecuencias para sus países aún mucho tiempo después de su fallecimiento.
*Profesor de Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE.