Ellas hacen historia, ocupan la escena. Son las grandes protagonistas de un siglo que será recordado como el de “la revolución de las mujeres” En los últimos años, el feminismo se popularizó, sus demandas se hicieron más visibles y calaron hondo en las conciencias que percibían en el orden patriarcal establecido una amenaza a su libertad y a sus vidas.
Las primeras convocatorias se hicieron eco de un reclamo masivo y desesperado contra una violencia de género que no cesa y que atraviesa a la sociedad toda, mucho más si se es mujer y joven. El “Ni una menos” acogió y brindó sororidad a las víctimas potenciales o reales, dispuestas también a transmutar en sujetos libres, dueñas de sus cuerpos, de sus decisiones, de sus presentes y de sus futuros.
Las 24 horas de una movilización que el frío convirtió en estoica y el verde en una marea que entrelazó casi un millón de voluntades, marcó un punto de inflexión en el correlato entre legitimidad y representación política. La Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo ganó legitimidad antes que legalidad. La batalla cultural, el “nuevo sentido común” se construyó en las calles, en los colegios, en las redes, en las discusiones amistosas y en las peleas duras. La impresionante marcha del 3 de junio hizo el resto, sellando en la retina de los argentinos la imagen de que ese oleaje de pañuelos verdes y actitud decidida era imparable.
Los dos meses de debate en los que distintos referentes sociales expusieron sus argumentos a favor y en contra, fue la caja de resonancia institucional de un movimiento que reunió durante años a más de 50 mil mujeres en el Encuentro Nacional, pero que fue invisibilizado y ninguneado en la agenda pública o por los grandes medios.
Con media sanción en diputados y la tendencia que marcan los últimos movimientos en el Senado, el aborto legal, seguro y gratuito es casi una realidad que salvará muchas vidas y liberará otras. Pero atrás de un tema que involucra a la salud pública y la ampliación de derechos, también está en juego la salud de una democracia no diagnosticada en su enfermedad, pero desbordada por los síntomas.
El Congreso y la calle plasmaron la tensión existente entre la representación política y las expectativas de un electorado decepcionado por la interminable lista de promesas incumplidas y algunas traicionadas. La multitudinaria movilización, diversa, plural, con mayoría de jóvenes que compartieron vigilia con luchadoras de larga data, mostró la disrupción en la forma de pensar y ejercer la política. Se trató de una sociedad civil transversal, convocada y autoconvocada, con referentes en lugar de dirigentes, con decisiones horizontales, consensuadas. La batalla en sí no es nueva. Lo original es su masividad, las voces impensadas y la creatividad en el uso de herramientas nuevas.
La media sanción de la Ley mostró discursos aberrantes, disidencias en los bloques, empatías sorprendentes, legisladores que separaron sus creencias de sus responsabilidades. Algunos votaron por imposición de sus hijas o presión de sus mujeres. Lo cierto es que hubo un fantasma que sobrevoló el Congreso: el miedo a una nueva grieta o a decepcionar a los jóvenes que ven en la política la posibilidad de transformar la realidad que los golpea.
Hubo situaciones previsibles: la votación mostró un voto más conservador en el norte que en el sur, un peronismo que en sus distintas variantes aprobó la Ley en un 60%, la UCR con el 18%, el PRO con el 13% y la izquierda con el 100%. El 50% de las mujeres votó a favor, mientras el otro 50 lo hizo en contra o se abstuvo. En los varones el 51% la aprobó.
No hay vuelta atrás para esas chicas y chicos que caminan desafiantes empoderados por pañuelos, para mujeres que ayudan generosamente a proyectar otros futuros o para varones que entienden que han vivido equivocados. Atrás de todo esto asoma la libertad. La tensión entre quienes quieren ejercerla y quienes pretenden cercenarla ha marcado la historia de la humanidad. Hoy las mujeres somos un poco más libres y menos desiguales, aunque todavía el camino sea largo. Como decía la escritora y feminista escocesa Frances Wright: “La igualdad es el alma de la libertad; de hecho, no hay libertad sin ella”.
(*) Politóloga. Experta en medios, contenidos y comunicación. Para leer las columnas de Bernarda Llorente y Claudio Villarruel, hace click aquí.