Antidepresivos y masacres de estudiantes: la conexión oculta

Parecía “normal”. Sin embargo, Pekka-Eric Auvinen, el joven finlandés que perpetró una masacre de estudiantes inédita en la historia de su país, tenía un inquietante detalle en común con los también juveniles asesinos estadounidenses en quienes seguramente se inspiró para perpetrar su horrible crimen.

Ocurre que en  muchos de los episodios similares registrados en Estados Unidos se habría dado una particular -y al parecer nada casual- coincidencia con el caso ocurrido en Finlandia: los asesinos eran frecuentes consumidores de pastillas antidepresivas, como quedó claramente documentado en el caso de Auvinen y en los de varios de sus “inspiradores” norteamericanos. 

Basta con hacer una simple búsqueda por Internet, de hecho, para encontrar en diversas fuentes datos que permitirían comprobar la existencia de un vínculo entre la ingesta de antidepresivos y la actitud psicótica y/o suicida de quienes han cometido matanzas como la ocurrida en Finlandia.

Varios de esos testimonios pueden encontrarse en la página de la Comisión de Ciudadanos por los Derechos Humanos (CCHR) , entidad norteamericana encargada de vigilar, investigar y denunciar abusos de la industria psiquiátrica.

Tras consumarse el pasado 10 de octubre el último caso de este tipo en Estados Unidos, en el que el joven Asa H. Coon, de 14 años, hirió a tres estudiantes y dos profesores antes de suicidarse, la CCHR denunció concretamente en un informe de prensa que al menos ocho de los últimos 15 “school shooters” (asesinos escolares) estaban bajo los efectos de drogas psiquiátricas en el momento en que consumaron sus crímenes, indicando en cada caso los nombres de los medicamentos que los jóvenes ingerían.

Acaso más preocupante que ello, no obstante, sea tal vez que los entes oficiales encargados de controlar la fabricación y prescripción de drogas en Canadá y Estados Unidos (la Health Canada y la U. S. Food and Drug Administration, respectivamente) permitan la administración a diestra y siniestra de medicamentos psiquiátricos, cuando sus propios responsables admiten a la “tendencia a la violencia y al suicidio” como un riesgo documentado del uso de tales fármacos.

Nada, en definitiva, parece poder detener la venta y el consumo de estas pastillas en el mundo. Ni siquiera, la aparición cada vez más frecuente de episodios como el que hoy hace rasgarse las vestiduras a una sociedad finlandesa que, orgullosa de tener el sistema educativo más prestigioso del mundo, se pregunta y no logra responderse cómo un joven aparentemente “normal” pudo ser capaz de lo que hizo.