A simple vista, si uno no los conociera, ninguno de los dos parece condenado a una vida de seductor. Sin embargo, hoy encabezan los rankings de carisma en sus respectivas regiones. Y juntos entusiasman incluso a las bellas mentes de la intelectualidad posizquierdista globalizada. ¿Por qué será?
La alquimia no es nueva: ya el establishment cultural nacido de la Nouvelle Vague sesentista europea aplaudía al ayatolá Khomeini por el presunto efecto libertario de la “revolución iraní”. Ahora, los hijos de aquella platea ovacionan al heredero devaluado de aquel ayatolá. El abrazo de Ahmadinejad y Chávez en Caracas promete a futuro lo que, en presente, no da: mejoras concretas, profundas y duraderas a la calidad de vida de las mayorías. Es cierto que el petróleo del iraní y del venezolano les da resto para exportar su euforia revolucionaria a los vecinos. De paso, inquietan a los centros del poder mundial con sus inversiones militares. Y hay que reconocer que ambos caciques no tienen nada que envidiar a sus pares del Primer Mundo en cuanto a técnicas, talento y cinismo para manipular los medios masivos de comunicación, objetivo que se come una tajada importante de la torta presupuestaria financiada por el petróleo caro.
Es ahí, en el bolsillo, donde hay que buscar la fortaleza de sus discursos; porque megalomanía y “condiciones objetivas” (el mundo siempre es injusto en el reparto) tiene casi cualquiera. Sin embargo, es sintomático que tantos millares de entusiasmados occidentales con el incierto eje Caracas-Teherán no hayan hecho ya sus valijas y sacado pasaje para mudarse a esos paraísos del “socialismo siglo XXI”. Aún más lógico es que tampoco se han registrado hasta hoy masivas migraciones de pobres del planeta en dirección a las tierras iraníes y venezolanas, en busca de un refugio solidario: esos flujos migratorios continúan equivocando el camino, perforando día a día las fronteras de las potencias explotadoras y frívolas de Europa y Norteamérica. ¿Por qué será?.