Jair Bolsonaro está nervioso. Elogió por enésima vez a la dictadura militar, criticó al Tribunal Supremo y, en vísperas de la presentación de las candidaturas para las presidenciales de octubre, el sábado, amenazó al Tribunal Superior Electoral ante la posibilidad de un resultado adverso. Prometió contar los votos. No dijo cómo. El voto impreso fue anulado por el Congreso.
Con Lula como favorito en las encuestas y con Donald Trump como modelo de pataleo, Bolsonaro dejó entrever que sospecha que habrá un fraude o algo por el estilo en las presidenciales.
La popularidad de Bolsonaro aumenta siete meses antes de las elecciones
“El pueblo armado nunca será esclavizado”, llegó a decir mientras encabezaba un rally de oración, motos y cabalgatas en coincidencia con el 58° aniversario del golpe militar de 1964 contra João Goulart, piedra de toque de la dictadura encabezada por Humberto de Alencar Castelo Branco.
Para su campaña, Bolsonaro acuñó un eslogan muy particular: el bien contra el mal. Sus ataques contra el sistema electoral son de rutina. Varias veces dijo que le había ganado las elecciones de 2018 en la primera vuelta a Fernando Haddad. No aportó pruebas. Ganó en la segunda vuelta.
También desconfía de las encuestas mientras la calle muestra otro panorama: uno de cada cuatro brasileños afirma que su familia come mal y salteado y, por cierto, más de la mitad cree que aumentará la corrupción si gana él o Lula, según Datafolha. Lula carga con la cruz de casos emblemáticos de corrupción como el Lava Jato, el mensalão y el petrolão.
Encuesta: los argentinos prefieren que Jair Bolsonaro gane las elecciones en Brasil
Este jueves han dejado sus cargos nueve ministros del gobierno de Bolsonaro por sus aspiraciones a ocupar escaños en el Congreso de Brasil y en legislaturas estatales.
Bolsonaro copia con sus berrinches los de Trump cuando perdió frente a Joe Biden. No sólo está nervioso. También está apurado o, quizás, en apuros.