El cambio climático no es una cuestión del futuro. Es un problema de ahora”. La frase, una convocatoria ya no a la reflexión sino a la acción inmediata, es de Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Lo que afirma el PNUMA es que las chances de limitar el aumento de la temperatura global en 1,5 grados, depende de lo que se haga en los ocho años que faltan para la próxima década. “El reloj corre muy rápido” concluyó Andersen.
¿Qué catástrofes aguardan? Muchas: incendios forestales, sequías intensas, huracanes, tsunamis, entre ellas. Tal como están formuladas, las promesas climáticas para 2030 llevarán al mundo a un aumento de al menos 2,7% en lo que resta del siglo.
A Brasil le toca un papel esencial dentro del conjunto de naciones que deben atender desde ahora los reclamos de los organismos internacionales. El inconveniente es que, según analizan los propios científicos brasileños, en vez de ser una ayuda “el país puede convertirse en un obstáculo” para las medidas mundiales por tomar. Carlos Bocuhy, titular del Instituto Brasileño de Protección ambiental declaró, pocos días atrás, que los objetivos de la Conferencia de las Partes en Glasgow (el órgano directivo de la Convención Cuadro de las Naciones Unidas sobre la Mudanza del Clima de 1992) pueden resultar “escamoteados” por las autoridades brasileñas. El ambientalista sostiene que “Brasil presentará metas irreales en la COP 26”. La razón es que el plan de reducción de los gases de efecto estufa (GEE) se basa en las emisiones contabilizadas en 2005 y no las de 2020, que por supuesto son muchos mayores que las de 15 años atrás.
“Brasil presentará metas irreales en la COP 26”, dijo Carlos Bocuhy
De hecho, el compromiso del gobierno es disminuir en 43% las emanaciones de CO2 al final de este decenio; pero la artimaña que permitirá a la diplomacia y a los funcionarios de Brasil demostrar un aporte que no existe, es “poco creíble” para el resto del mundo. Al punto que, como señaló el informe de las Naciones Unidas, la contribución prometida por el país en verdad se convertirá en “un aumento absoluto” de las emisiones de GEE del orden de los 300 millones de toneladas.
Según un informe de la ONU publicado esta semana, y ampliamente citado por la prensa brasileña, Brasil es el que más retrocedió entre los países del G20, en la meta de su programa de reducción poco, o nada, ambiciosos. Del otro lado, hay 12 miembros del G20 (entre ellos Argentina) que se comprometieron a llegar para esa fecha con emisiones líquidas cero.
Brasil es el que más retrocedió entre los países del G20, en la meta de su programa de reducción poco, o nada, ambiciosos.
Con todo, el gobierno de Jair Bolsonaro defiende sus propuestas. Afirma que en la COP 26 revelará un conjunto de iniciativas sobre “la transición para la economía verde, con la regulación del mercado del carbono y el fin de la deforestación ilegal hasta 2030”. Incluye Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC) de 37% en 2025. Según el ingeniero ambiental Rubens Born “Brasil no será tomado en serio en esta COP”.
La falta de confianza tiene su base en los números reales. El vecino brasileño fue el único país que registró un aumento de las emisiones de 2020, hasta ahora el peor año de la pandemia; las globales, en cambio, cayeron 5,4%.
En el documento de las Naciones Unidas, que se presentó el martes último, se afirma que si realmente se llegan a implementar a nivel global los compromisos anticipados por 120 naciones en septiembre del año pasado, habrá una posibilidad real de bajar la temperatura mundial en 0,5 grados centígrados.
Para el presidente de la COP 26, Alok Sharma, “si los países cumplen con los NDC prometidos y conm las emisiones líquidas cero, estaremos caminando para aumentos medios del calentamiento de poco más de 2 grados centígrados” hacia el final del siglo.
*Autor de Brasil 7 días. Desde San Pablo, Brasil.