AFP
Desde San Pablo
Las protestas sindicales en demanda de aumentos salariales y el deslucido triunfo de la selección amenazaron ayer con empañar el Mundial, que la presidenta Dilma Rousseff calificó como “la Copa de todas las Copas”. Los trabajadores del subterráneo de San Pablo ratificaron ayer la huelga iniciada el jueves, muy criticada por el gobierno, y amenazaron con extenderla también a la semana próxima, cuando comenzará la cita deportiva.
“Vamos a aguardar hasta el domingo; si hay más choques con la policía hablaremos con todos los gremios. Si hay hechos de sangre contra nosotros vamos a pedir la ayuda de los metalúrgicos, de los bancarios”, advirtió el dirigente gremial Altino de Mele Prazeres Júnior. Durante una asamblea en la que se resolvió prolongar el paro, que ya lleva tres días, los trabajadores amenazaron con “un día de huelga general a las puertas de la Copa”.
Rousseff calificó como “lamentable” la medida de fuerza y garantizó el normal desarrollo de la ceremonia inaugural, prevista para el 12 de junio en el estadio Itaquerao, en el este paulista. “No voy a admitir que haya ningún tipo de desmanes con la intención de impedir que la gente tenga acceso a la Copa. No es democrático destruir la propiedad privada y pública, y mucho menos que las manifestaciones tengan costos humanos”, aseveró la sucesora de Luiz Inácio Lula da Silva.
Los anuncios de la dirigencia sindical llegaron tras el caos que conmocionó el viernes a San Pablo, donde hubo congestionamientos de tránsito de más de 250 kilómetros. Los subterráneos transportan cuatro millones de pasajeros por día, y son clave para garantizar la movilidad de los asistentes al Mundial.
El temor a la irrupción de protestas durante los próximos treinta días generó que el gobierno diseñara un gigante operativo de seguridad. Esas medidas fueron ayer constatadas por la prensa internacional, que retrató a un submarino que emergía a poca distancia de la playa de Mangaritiva, al sur de Río de Janeiro, donde entrena el seleccionado italiano.
Otro factor que provocó ayer el malestar de los brasileños fue la fallida despedida de la selección nacional, que finalizó su preparación para el Mundial con un pálido triunfo 1-0 ante Serbia. Los abucheos al final del partido de gran parte de los 62.300 “torcedores” que colmaron el Morumbí le dejaron un sabor amargo al equipo de Luiz Felipe Scolari, que calificó como “normales” los silbidos.