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Brasil: otra foto, con menos sonrisas

Lo que parecía una victoria “al trotecito” de la oficialista Dilma Rousseff en primera vuelta no se hizo realidad. ¿Cómo deberá comportarse la Argentina con su mayor socio comercial?

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| Cedoc

Hace dos domingos, mientras el analista Rosendo Fraga en este mismo diario daba por cierta la victoria de Dilma Rousseff en el segundo turno del próximo 31 de octubre, y explicaba su posible influencia sobre la Argentina a partir de la posición estratégica de Brasil en la región, los diarios brasileños vehiculaban el primer sondeo de opinión pública, para ese ballottage, con cifras que por primera vez ponen en duda el triunfo de la candidata oficialista.

Dilma ganó el primer turno con un poco menos del 47% y Serra con un poco más del 32% de los votos; ahora y cuando Marina Silva y su Partido Verde, la tercera candidata y única estrella popular de estos comicios, se declaró prescindente y sus 20 millones de votos quedan en libertad, los porcentajes se estrecharon en la intención de voto. Dilma, en la nueva encuesta, casi no movió el amperímetro, registró el 48%, crecimiento de un punto; Serra, en cambio, trepó al 41%, crecimiento de 9 puntos porcentuales.

Sondeos posteriores estiraron la ventaja de Dilma, pero el panorama ya no es lo que era y puede cambiar. La decisión de Marina Silva alguna influencia va a tener aunque es bueno significar que la mitad de sus votantes no son “militantes”, no van a seguir su decisión a rajatabla, son “adherentes”. Adhirieron a ella para protestar de los otros candidatos. De cualquier manera, ya no se puede ver el horizonte futuro desde una única ventana: Serra, aunque más remoto, también puede ganar y el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, volver al poder. Frente a esa alternativa vale preguntarse qué cambia para la Argentina y cuál de los candidatos o partidos vencedores, PT o PSDB, es mejor para nuestro país.

Dilma no es Lula y Serra no es Fernando Henrique Cardoso; eso está claro. El pasado no volverá. Dilma y Serra están varios escalones debajo de los líderes naturales de sus respectivos partidos. Los dos sucesores son más radicales y menos cautivantes que los “modelos originales”. Son más ejecutivos y menos negociadores. En política interna, Serra, por ser elogiablemente práctico, puede ser tan eficiente como Cardoso. Dilma, también pragmática, sin embargo sólo lo será si no se “independiza” de Lula, lo escucha y sigue sus consejos. Ya en política externa –la que nos importa–, ninguno de los dos aparece tan confiable cuanto sus antecesores. Nada será igual a como fue en los últimos 16 años. Ese pasado, con ellos, no tiene futuro. Lo pasado pisado. La foto será otra.

En los dos períodos de Cardoso y en los dos de Lula hubo continuismo en los puntos básicos y fundamentales para sustentar el crecimiento brasileño. Por momentos, parecían haberse puesto de acuerdo los dos gobernantes y sólo desentonaban a la hora de proclamarse autores “de lo mismo”, atribuyéndose ambos todos los méritos del conjunto de la obra que tuvieron repartidamente. A juzgar por los resultados obtenidos internamente, no hay mucho reproche porque mucho se propusieron y mucho consiguieron. En política exterior, en cambio, Brasil no fue tan claro ni tan contundente. Por ejemplo, Estados Unidos e Irán fueron tratados del mismo modo con Lula, que toleró de Evo Morales lo inaudito –la confiscación de empresas brasileñas– y ayudó a Chávez más de la cuenta. Aunque, en términos generales, Brasil fue bien.

Fernando Henrique Cardoso reconstruyó la credibilidad que el militarismo primero –en lo político– y Fernando Collor de Mello, después –en lo económico–, habían destruido. Con su inmensa personalidad y extrema sabiduría moderna, sin apartarse de lo clásico, FHC le restituyó a Brasil un lugar en el mundo. Ya Lula, sin modificar esos puntos, y con sus gestos personales cautivantes y a favor de un Primer Mundo complicado por la crisis global, le dio a Brasil algo más que un lugar en el mundo, le sacó chapa de próxima potencia. Porque Rusia no termina de definirse, porque India es una incógnita permanente y porque China no resuelve las libertades individuales ni acomoda su moneda a las necesidades americanas, Brasil empieza a ser la gran figura del promocionado BRIC. Lo que es muy bueno para Brasil y muy bueno para la región... si hay alineamiento.

Es allí donde vive el peligro: alineamiento. Y es a partir de aquí que se debe observar con mirada de largo alcance si Serra o Dilma pueden beneficiar o perjudicar la relación del Mercosur, los lazos con Argentina. Porque, pese a sus personalidades fuertes (fortísimas, diría, para la norma brasileña), no serán ellos quienes darán los primeros pasos negativos, agresivos, si los hubiere en el futuro próximo. No está en la agenda de Itamaraty, la Cancillería brasileña, ese movimiento, no hace a su índole. Brasil no ataca, Brasil espera y negocia. Hasta en el fútbol, teniendo las mejores selecciones, Brasil contraataca. Nunca es activo. Pero con Dilma y Serra puede ser reactivo.

Muy reactivo. Hoy, además, ya puede serlo si lo desea. No nos precisa. Y Argentina en estos 16 años, especialmente en la última década, provocó mucho sin consecuencias fatales. Cardoso, por capacidad intelectual y Lula, por feeling emocional, fueron pacientes y nunca dejaron que la sangre llegase al río. Los brasileños tienen la tolerancia que nos falta a los argentinos. Ese, posiblemente, sea el rasgo que más nos diferencia. Serra y Dilma no serán tan permisivos. Los dos parecen tener algo argentino en su carácter: son más peleadores que la media brasileña. Usarán su crecimiento y su fuerza si la precisan y mostrarán sus dientes si es necesario. Por lo tanto es mejor, de aquí en más, no enojar al león sin necesidad como tantas veces hicimos.

Cardoso y Lula, éste de modo especial, fueron los verdaderos cancilleres de Brasil en sus gestiones gubernamentales. Ellos manejaron los ritmos y midieron las temperaturas externas. Y si un país en el mundo se benefició con eso, ése fue Argentina. Lo que los Kirchner y sus sucesores –si los hubiera después de 2011– tendrán que entender es que algo está cambiando con su vecino mayor. No sólo porque Brasil será aún más grande de lo que es y Argentina, si no igual, más chiquita que hoy, y los tamaños modifican las relaciones, sino porque quien maneje el tractor brasileño, sea Dilma o sea Serra, no buscara  la mejor huella para hacer su camino. Encarará y si tiene que pisar algún jardín ajeno, lo hará aunque después, diplomáticamente, Brasil pida disculpas. Dilma y Cristina no prometen aguas quietas. Serra y Néstor no jugarán el juego de la paciencia.

Argentina tendrá que alinearse correctamente, tendrá que aceptar más; y en casos, jugar su papel secundario (aunque emocionalmente duela). Después de 17 años –en tres períodos– viviendo en Brasil, algo me queda claro: con lógica y con motivos, Brasil mira cada vez más a la Argentina con la misma mirada con que la Argentina mira a Uruguay. En el fondo, con más simpatía que respeto, pero ésos son más o menos los formatos actuales. Así lo determinan los tamaños de las economías; fuera, claro, los territoriales y poblacionales. Y si los argentinos no entendemos esto, en una década Brasil nos mirará como nosotros miramos a Paraguay y Bolivia. Si lo entendemos y actuamos en consecuencia, podremos convertir esa mirada brasileña en la que hoy los argentinos tenemos para Chile. Será lo mejor que pueda pasarnos. Al menos, en la próxima década. Ergo, no es de Dilma ni de Serra de quienes tendremos que preocuparnos, es de los Kirchner, de los gobernantes argentinos que siguen creyendo, en sus relaciones vecinales, que estamos en 1930. Si no nos cuidamos de nosotros mismos, entonces sí deberemos preocuparnos de Dilma o de Serra. Brasil sin Argentina, mal que nos pese, vivirá igual que hoy, no se resentirá.

En cambio, Argentina sin Brasil está frita. ¿Tan difícil de entender es esto? ¿Tan grande es nuestra miopía? ¿Puede un falso patriotismo llevarnos a creer, como en el ’82, que podemos ganarles militarmente a los ingleses? ¿Tan estúpidos podemos ser creyéndonos tan vivos? ¿No advertimos que seguimos viajando en un desvencijado Rambler con nafta adulterada, mientras Brasil vuela en sus flamantes jets Phantom de Embraer, movidos a etanol propio (va a suceder en cualquier momento)? Ojalá despertemos de nuestro utópico sueño argentino de grandeza imaginaria. Ojalá no perdamos a nuestro mejor socio por caprichitos de vecindad. Todo depende de nosotros mismos. Casi nada de Dilma o Serra.

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(*) Director de Perfil Brasil