INTERNACIONAL
el negocio de la guerra

Colombia, una potencia exportadora de mercenarios

Miles de exintegrantes del Ejército, grupos paramilitares y facciones guerrilleras son contratados por grandes sumas de dinero para luchar en conflictos de distintas partes del mundo, como los de Yemen, Ucrania y de países africanos. También para servir como escoltas privados de multimillonarios en el extranjero. Hay toda una red clandestina que los capta, evitando que intervengan directamente los gobiernos. Los requieren por sus habilidades para el combate en “guerra de guerrillas” y su duro entrenamiento en la lucha contra el narcoterrorismo.

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Combatientes. Los soldados colombianos tienen un duro y sofisticado entrenamiento militar. | afp

Colombia, un país que enfrentó durante décadas conflictos internos, parece haber encontrado un nuevo y lucrativo nicho de mercado: la exportación de combatientes experimentados.

A medida que la violencia se redujo tras los acuerdos de paz con la guerrilla, miles de soldados, policías, paramilitares y guerrilleros quedaron sin empleo, pero dotados de una habilidad muy solicitada en el escenario global: la capacidad de combatir.

Este fenómeno, alimentado por la precariedad económica y la falta de oportunidades, ha convertido a Colombia en una de las principales fuentes de mercenarios para conflictos armados en todo el mundo.

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Desde la Guerra de Ucrania hasta los problemas en Medio Oriente, pasando por golpes de Estado en África, los “soldados de fortuna” colombianos se han vuelto una pieza clave en el tablero de la geopolítica mundial.

Se estima que aproximadamente 10 mil colombianos han servido como mercenarios en Medio Oriente durante la última década, con una gran mayoría contratada por los Emiratos Árabes Unidos.

Este flujo de combatientes se ve alimentado por un contingente masivo de personal retirado: en los últimos diez años, más de 110 mil efectivos se han desvinculado de la fuerza pública colombiana, generando una “creciente diáspora de mercenarios”.

De la selva a las trincheras. Durante las décadas de conflicto interno, el ejército colombiano se profesionalizó y se convirtió en una de las fuerzas más experimentadas de Occidente.

La figura del mercenario en Colombia emergió en la década de 1980, estrechamente vinculada a la figura del narcotraficante Pablo Escobar. Este período marcó el inicio de una profesionalización de la violencia, donde combatientes a sueldo comenzaron a desempeñar un papel en el panorama criminal del país.

A lo largo de los años, miles de jóvenes soldados perfeccionaron lo que se ha descrito como “el arte de la violencia” dentro de uno de los ejércitos más brutales del mundo, forjado a lo largo de seis décadas de conflicto interno.

Las fuerzas militares y policiales colombianas han estado inmersas en una batalla constante contra guerrillas como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o el Ejército de Liberación Nacional (ELP), y carteles de drogas. Esta lucha les ha proporcionado una valiosa y singular experiencia en guerra de guerrillas, narcoterrorismo y operaciones de contrainsurgencia.

La formación de estos soldados ha sido, en gran medida, influida por potencias occidentales. Los soldados colombianos han recibido entrenamiento ideológico y militar, tras la firma del primer tratado militar entre Washington y Bogotá en el continente.

Con la firma de los acuerdos de paz y la desmovilización de grupos armados, miles de hombres con entrenamiento militar quedaron en la calle.

Para muchos, las promesas de reinserción social y económica no se cumplieron, y la única salida que encontraron fue la de ofrecer sus servicios a contratistas de seguridad privados y gobiernos extranjeros.

El fenómeno se ha extendido a diferentes partes del mundo. Según un informe de El País de España, mercenarios colombianos fueron reclutados para proteger a altos funcionarios en Afganistán, y para combatir en el conflicto de Yemen. En la guerra de Ucrania, se ha documentado la presencia de combatientes colombianos, que han sido contratados por el Ejército.

El diario francés Le Monde Diplomatique señala que la figura del mercenario colombiano se ha consolidado por su reputación de ser “duro”, “leal” y “experto en guerra de guerrillas”, lo que los hace particularmente atractivos para contratistas de seguridad privada en África.

Redes clandestinas. El reclutamiento de mercenarios colombianos se realiza a través de una compleja red que opera en la clandestinidad.

El proceso se inicia a través de anuncios en redes sociales y grupos de WhatsApp, donde se ofrecen “oportunidades de trabajo en el extranjero” con salarios atractivos.

Los reclutadores, a menudo exmilitares que ya han servido en conflictos internacionales, se encargan de contactar a los candidatos, verificar sus antecedentes militares y coordinar los trámites para su salida del país.

Las empresas de seguridad privada, que operan bajo un marco legal ambiguo, actúan como intermediarias entre los gobiernos y los combatientes. Estas compañías, a menudo con sede en países como Estados Unidos, Reino Unido o Emiratos Árabes Unidos, se encargan de la logística, el transporte y el pago de los mercenarios.

Oferta salarial. Las promesas salariales son el principal motor de esta migración de combatientes. En México, los carteles ofrecen entre 40 mil y 48 mil pesos mexicanos mensuales (unos 2.500 dólares).

Un mensaje de oferta de estos grupos citado por El País lo demuestra: “El trabajo es para un cartel, al menos son 40 mil pesos mexicanos, en pesos colombianos son 10 millones mensuales. El tiempo mínimo es por cuatro meses. El trabajo es cuidar la plaza, que nadie se meta, y limpiar a los que se quieran meter. Hacer lo que el comando de zona les ordene. ¿Alguna pregunta?”.

En Medio Oriente, particularmente en Yemen (contratados por Emiratos Árabes), las ofertas pueden alcanzar los 90 dólares al día, o entre 2 mil y 3 mil dólares al mes, con un bono semanal adicional de mil dólares por despliegue en campo.

En Ucrania, las promesas iniciales de sueldo pueden ser aún más elevadas, alcanzando los 19 millones de pesos colombianos (unos 4.300 dólares) al mes.

Sin embargo, el dinero no compensa los peligros de la profesión. No solo son proclives a morir en combate y a soportar heridas graves, que generan incapacidades permanentes, sino también a no recibir el dinero prometido en un ambiente turbio y sombrío como ese.