Desde el primero de octubre que una ola de terrorismo palestino asola Israel. El primero de octubre unos terroristas dispararon contra el auto de Eitam y Naama Henkin y los mataron frente a los ojos de sus cuatro hijos (de entre 9 años y 4 meses). Los niños se salvaron por mantener silencio, y no fueron detectados por los terroristas que viajaban otro auto. Eitam era el sobrino nieto de Louis Henkin, Profesor en Leyes de la Universidad de Columbia y considerado “el padre de la ley de derechos humanos”.
Ciudades israelíes en todo el país han sido blanco de los atentados palestinos, que mayormente han sido realizados con cuchillos de cocina: Kiriyat Gat al sur, Petaj Tikva, Tel Aviv y Raanana al centro, Gan Shmuel y Afula en el Norte y por supuesto, Jerusalén. El foco de origen de los asesinos puede rastrearse mayormente entre los barrios árabes de Jerusalén (es un error decir Jerusalén Oriental, porque si bien muchos barrios árabes quedan al este, otros quedan al norte de la ciudad).
En Jerusalem y en Gan Shmuel los terroristas han atropellado a sus víctimas con el auto primero, y luego se han bajado a acuchillar con saña a los heridos. El terrorista de Gan Shmuel, que en su ataque hirió de extrema gravedad a una joven soldado de 19 años, Orel, fue apresado con vida. Dos días después del hecho, apareció frente a las cámaras sonriendo con sorna y diciendo que “sólo había tenido un accidente con el auto” y que no tenía nada que ver con el terrorismo. Estas manifestaciones burlonas hacen que a los israelíes les hierva la sangre y reclamen que no se deje a un solo terrorista con vida después del hecho. Los israelíes temen también que el terrorista, luego de cuidados médicos en hospitales israelíes, sea bien alimentado en la prisión y luego salga libre en algún acuerdo con la Autoridad Palestina (que además destina subsidios para la familia del terrorista como premio).
Israel es un país tan pequeño que no es extraño haber estado cerca de algún atentado. Me ha pasado ya dos veces, estando trabajando en mi oficina en la Universidad Hebrea de Jerusalem, en el campus de Monte Scopus, de escuchar las ambulancias corriendo hacia el lugar del ataque: las dos veces en la zona de la estación del tren ligero de Givat Hatajmoshet, apenas a tres cuadras de distancia. La segunda vez, pasé por el lugar de los hechos apenas 10 minutos después, y vi a las ambulancias llevarse a los heridos.
Otros fenómenos desagradables produce el terrorismo palestino: histeria colectiva. Hace no más de una semana, fui a buscar a mis hijas, una a la escuela, la otra al jardín de infantes. Cuando estábamos los tres por salir del jardín de infantes, la maestra jardinera nos dice que iban a cerrar las puertas con llave y que no saliéramos porque dos madres habían visto a un hombre alto, de barba, con un cuchillo y gritando “Allahu Akbar” a la vuelta del jardín. Llevé a mis hijas adentro del aula y me paré afuera. La puerta se abría y cerraba para dejar entrar rápido a los padres que venían a esa misma hora a buscar a sus hijos y a todos se les explicaba la situación. Al cabo de un ratito pido permiso para buscar en el auto lo que yo llamo, en honor a Mafalda, “mi palito de abollar ideologías islámicas”, un palo de escoba viejo, que puse en el asiento de atrás del auto en los últimos días “por las dudas”, y me pongo a montar guardia hasta que llegó la policía. En masa. Y luego de dar vueltas por toda la zona anuncian que no hay peligro. Yo vi a la madre asegurarle a la policía que efectivamente ella había visto con sus propios ojos al tipo alto de barba con el cuchillo. Pero lo había imaginado. Es la histeria. Y yo miro por sobre mi hombro varias veces al día.
Voy a hablar de otro fenómeno desagradable, pero que esta vez viene del exterior. Me refiero a las justificaciones y “explicaciones” sobre por qué los israelíes nos merecemos el terrorismo palestino. Ocupación, Apartheid, Opresión, palestinos desesperados. Tonterías. Una tontería tras otra. Uno no diría que una persona de La Matanza se merece ser fusilada por vivir allí y tener un auto. Nadie defiende o “comprende” a los asesinos, si el asesinato no ocurre en Israel, claro está. Los israelíes creemos –como creen los argentinos- que si a un asesino se lo atrapa vivo, no merece ser linchado. Y en verdad no lo es. Pero no se nos ocurriría explicarle al hijo de una persona fusilada por ladrones en un robo frustrado que todo es culpa de a quién votó. O del modelo de auto que se compró su padre. O que vive en La Matanza y bueno, es su culpa por no vivir en Recoleta y en realidad los ladrones estaban “desesperados” y son las verdaderas víctimas.
La mayoría de los asesinos proviene de los barrios árabe-palestinos de Jerusalén. Déjenme explicarles algo: los palestinos que viven en Jerusalén tienen permiso de residencia permanente en Israel. Pueden trabajar en cualquier ciudad de Israel y pasear por cualquier ciudad de Israel. Pueden ir a cualquier playa de Israel, entrar a cualquier centro de diversiones de Israel y ser atendidos en cualquier clínica israelí. Tienen jubilación y obra social en Israel. Pueden votar por el intendente que prefieran para Jerusalén, judío o árabe (pero salvo contadas excepciones, no usan este derecho). Y si lo desean, también pueden pedir la ciudadanía israelí y ésta se les otorga (nuevamente, pocos han aprovechado este derecho) y votar por el Primer Ministro que quieran, sea judío o árabe. No viven bajo ocupación, no viven bajo apartheid y no viven bajo opresión. Y si durante todas estas décadas hubieran usufructuado su derecho a voto en las elecciones municipales, y hubieran metido representantes al Consejo Municipal de Jerusalén, sus barrios estarían tan cuidados, tan parquizados y tendrían tanto presupuesto como los barrios judíos. Lo que es cierto para Argentina es cierto para Israel: si no votas, no influencias, no te quejes luego. Y aún conviviendo con los israelíes y con sus mismos derechos, salen con un cuchillo para matar.
Un amigo mío que vive en Reús, Cataluña ha escrito hace unos días en su Facebook: “Esta mañana leí en una crónica que los jóvenes palestinos que salían cuchillo en mano para atacar a civiles o policías israelíes eran la generación pérdida de Oslo, jóvenes con estudios universitarios, sin trabajo, sin unas buenas perspectivas de futuro... Yo también tengo estudios universitarios, no tengo trabajo y bueno mis perspectivas tampoco son para lanzar las campanas al vuelo. Sin embargo, a mí y a muchos jóvenes en mi situación, no se nos pasa por la cabeza salir de casa armados con un cuchillo y apuñalar al primer chivo expiatorio que nos encontramos (banqueros, políticos locales, emigrantes, pelirrojos... que cada uno ponga el chivo expiatorio que prefiera).” Pero claro, mi amigo vive en su propio país, un estado independiente, otro sería el caso si viviera bajo ocupación española… ¡ups!
A lo que voy es que no es correcto, si partimos de una moral de raíz judeo cristiana (aunque seamos ateos), desviar la culpa de una persona que toma la decisión de salir con un cuchillo a matar, hacia estructuras impersonales como “ocupación”, “opresión”, o incluso “apartheid”, que no sólo como he mostrado son falsas, sino que transforman un acto (in)moral en una mera ecuación Newtoniana: acción, reacción. Pero el terrorista no es una esfera de acero sobre la que se aplica una fuerza F, sino un agente con responsabilidad por sus propias acciones. Por más falta de trabajo que mi amigo catalán sufra y por más que el Parlamento Español se desentienda del resultado de los plebiscitos, no lo veré nunca acuchillando a una anciana desconocida en la estación de micros (lo que pasó ayer por la noche).
Bien, me dirán, ¿y por qué no hacen la paz con los palestinos? Bueno, quizás podrían decirme quién del lado palestino está disponible para hacer la paz. La verdad es que no hay nadie. Dejemos al Hamás de lado, que en la Franja de Gaza gobierna y en Judea y Samaria espera su turno para reemplazar por la fuerza a la Autoridad Palestina y que, según las encuestas, es la opción preferida de los palestinos. El Presidente de la Autoridad Palestina se llama Mahmoud Abbas. Tiene 80 años. Su nombre de guerra (el nombre con el que los palestinos lo llaman) es Abu Mazen, sobrenombre que adquirió cuando en 1968 se convirtió en parte del ejecutivo de la OLP, por entonces una organización que inventaba el secuestro de aviones (pueden agradecer las colas y el chequeo de seguridad en los aeropuertos a los palestinos).
Abu Mazen es Presidente de la AP desde el año 2005 cuando fueron las últimas elecciones que los palestinos realizaron (desde entonces, por la división violenta entre el Hamás y el Fatah, no hay más). Es decir que hace seis años que esta gerontocracia palestina gobierna de facto. Olvidemos por un momento que el tamaño de la corrupción en la AP es casi inimaginable (la Autoridad Palestina ha recibido una cantidad de dinero equivalente a 15 Planes Marshall desde 1993 y aún así está prácticamente quebrada), ¿qué es lo que ha dicho Abu Mazen en estos días? ¿Ha utilizado su control de la televisión palestina para calmar los ánimos?
Bueno, la respuesta es no. Ha hecho justo lo contrario. Ha promovido la violencia afirmando que Israel quería “cambiar el status qvo en Al Aqsa” y ha acusado a Israel de “ejecutar” palestinos inocentes. Ha mostrado imágenes captadas en los momentos posteriores a los atentados palestinos, cuando el terrorista era abatido o capturado, para clamar que los israelíes habían ejecutado a sangre fría a palestinos inocentes que simplemente pasaban por la calle. Ha mostrado la foto de uno de los terroristas, Ahmad Manasra, un adolescente árabe de 13 años que acuchilló a otro joven de 13 años, pero judío, y dijo que había sido “ejecutado”. Abu Mazen sabía perfectamente en el momento de decir esas palabras que Ahmad Manasra no había recibido un solo disparo (había sido reducido a golpes), y que en lugar de estar muerto, se recuperaba en el hospital israelí de Hadassa Ein Kerem, en Jerusalem. Entonces, ¿se puede hacer la paz con un mentiroso, una persona que en lugar de querer la paz quiere la violencia, y que si incluso no fuera así, que está en una edad cercana a su muerte y carece del apoyo de su población? ¿Cuánto valdría un acuerdo de paz con Abu Mazen? Probablemente menos del papel con que estuviera escrito. Abu Mazen saldrá de la escena por una razón u otra muy pronto. Dejará un legado tan venenoso como el que dejó su mentor: Yasser Arafat.
Finalmente, me he encontrado con un fenómeno ya conocido por mí, que dediqué mucho tiempo a discutir sobre las posibilidades de paz en la región. Hoy una argentina que vive en Holanda me escribió, también en Facebook: “Es terrible lo que está pasando, pero es de ambos bandos, eh..” y me envió un link a un artículo en un diario israelí que describía un atentado terrorista palestino contra judíos, en un colectivo de Jerusalén. Y aclaró “[los del] ataque del bus, eran residentes israelies”. Esta persona no era capaz de comprender que Baha Aliyan y Bilal Ranem (imaj shmam - “que sus nombres sean borrados”), los terroristas del colectivo, eran palestinos, es decir árabes, residentes en Israel. Esos palestinos que viven en los barrios árabes de Jerusalem de los que hablé más arriba. Ella leyó “residentes en Israel” y entendió (y aún ahora sigue sin dar el brazo a torcer) que los terroristas eran judíos israelíes. ¡Confundió a los asesinos con sus víctimas! Ella sin hablar hebreo ni árabe, ni conocer lo más básico de la geografía y demografía israelí piensa que tiene conocimientos suficientes para opinar y repartir culpas en el conflicto árabe israelí. Yo no tendría jamás la caradurez de repartir culpas sobre eventos en Holanda sin saber hablar holandés.
Con muchos deseos de que esta ola de violencia termine y que podamos escuchar de un líder palestino, cualquiera, las mismas palabras que escuchamos todos estos años de nuestro Primer Ministro, Benjamin Netanyahu: “estoy dispuesto a encontrarme con la otra parte para discutir sobre todos los temas pendientes y sin ninguna precondición”. Amén.
(*) Especial para Perfil.com. Fabián Glagovsky tiene doble ciudadanía, argentina e israelí. Vive en Israel desde el año 2004. Trabaja en tecnologías educativas en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Vive en Rehovot con su mujer y sus dos hijas.