Desde Roma
El papa Francisco presidió ayer en Roma su segundo Vía Crucis desde que inició su pontificado, con el Coliseo romano como telón de fondo. Durante la ceremonia, en la cual se conmemoró el calvario de Cristo hasta su crucifixión, las autoridades religiosas abordaron problemáticas actuales, como la crisis financiera internacional, la desocupación, las drogas, las guerras y el drama de los niños soldados. En cada una de las estaciones, la cruz fue cargada por trabajadores, empresarios, inmigrantes, detenidos, huérfanos o enfermos.
Miles de turistas y religiosos que portaban antorchas asistieron al tradicional rito del Viernes Santo, que contó con la presencia de Jorge Bergoglio, de 77 años.
Francisco encargó la redacción de las meditaciones que se leyeron en cada estación del Vía Crucis al obispo italiano de Campobasso, Giancarlo Bregantini, conocido por sus batallas contra la mafia, que le colocó una bomba en 1994 en su ordenación como obispo.
El “padre Giancarlo”, que en su juventud fue obrero, también denunció en los textos el drama de los refugiados, la trata de seres humanos, el alcohol y los abusos de las organizaciones criminales.
Un párrafo aparte mereció el calvario de los inmigrantes, muchos de los cuales mueren al intentar arribar a Europa. “Es necesario no cerrar la puerta a quien golpea la de nuestras casas pidiendo asilo, dignidad y patria. Conscientes de nuestra fragilidad, aceptaremos la fragilidad del inmigrante”, aseveró el religioso italiano.
Francisco siguió la ceremonia en silencio, mientras varias pantallas gigantes instaladas en la céntrica zona del Foro Imperial transmitían todos los detalles para los miles de peregrinos y turistas.
“El Papa desea orar en silencio y dar la bendición”, adelantó a la prensa el vocero del Vaticano, padre Federico Lombardi