Existe una distancia material y hasta inmaterial entre el “aquí y ahora” y el sueño o proyecto que se desea alcanzar. Ese lapso de tiempo es una especie de salto al vacío que nos desafía a creer en lo imposible.
El Antiguo Testamento está plagado de historias ricas que despiertan la curiosidad de todo lector. La de Jonás es una de ellas. “Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí. Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.” (Jonás 1:1-3)
Paradójicamente el profeta recibe una orden de Dios y en vez de seguir sus consejos, se aparta a la ciudad opuesta. El precio que tuvo que pagar fue elevado. La tempestad que se levantó fue tan grande que la tripulación decide arrojarlo al mar luego de echar suertes y descubrir que las aguas estaban embravecidas a causa suya. Ya en el vientre de un gran pez, Jonás recapacita y busca a Dios. Luego de tres días y tres noches vuelve a nacer literalmente al ser vomitado y depositado en tierra.
Esa segunda vida lo encontró al profeta en Nínive, la ciudad elegida por Dios para recibir el mensaje de arrepentimiento. Ya no huiría a Tarsis, estaba allí dispuesto a enfrentar su destino.
Cada uno de nosotros somos o fuimos capaces de visualizar un horizonte llamado “anhelo, sueño, proyecto” y pareciera que naufragamos con destino hacia las concreciones. La barca de nuestra vida fija su rumbo en las coordenadas estipuladas aunque no todo es tan lineal. El hecho de no asir con nuestras manos lo que se busca, abre paso a un sentimiento encontrado en el fuero íntimo: la impaciencia. Pasan los días, los meses, los años y aquella vasta idea configurada en la mente va evaporándose hasta resultar perdidosa en la batalla que libra la esperanza contra el desánimo. El frenesí inmanejable nos empuja a tomar determinaciones, pequeñas o grandes decisiones que poco a poco condicionan el resultado final. Se trata de “atajos” si se pondera el marco en el que se desarrollan. Apresurarse no siempre es el mejor aliado.
Argentina volvió a los mercados financieros internacionales sin restricciones luego del pago a los holdouts permitiendo la salida del default declarado en 2001. El juez neoyorkino Thomas Griesa levantó las cautelares de todas las causas. El Gobierno ha puesto foco en el acceso al mercado internacional de capitales para alcanzar crecimiento y desarrollo. El aumento de incertidumbre para un país, constituye el principal enemigo de la economía real y los mercados a partir del deterioro que opera tanto en consumidores, inversores como empresarios. La inestabilidad en el sistema financiero doméstico conlleva retiro de los depósitos bancarios, menores créditos, retracción de la demanda, caída de la actividad productiva y, lo que es aún más grave, desilusión social.
Cuando la desazón llega al corazón de una persona, automáticamente se pierden los niveles de credibilidad depositados en el sistema político. La crisis se origina en la pérdida de confianza, en el desgaste de una relación que se construye poco a poco y pide de sí misma atención permanente. El diálogo entre el político y el ciudadano debe retroalimentarte con acciones constantes. La fidelidad y lealtad que está dispuesto a brindar el ciudadano, debe ser correspondida por el político teniendo la sensibilidad necesaria como para escuchar y corregir el rumbo de una embarcación antes de que colisione y sea ya demasiado tarde.
Puede que el político pida paciencia. Hoy estamos ya a varios meses luego del 10 de diciembre pasado y los inputs sociales se están haciendo sentir en el sistema político. Aún los outputs que emanan, no despiertan total apoyo social.
Pese a ello, el rumbo trazado por el Gobierno es claro. En materia internacional se busca un nuevo posicionamiento no sólo en la región sino a nivel global en lo que concierne a mercados financieros a partir de afrontar compromisos adquiridos.
En medio las tormentas avanzan sin pedir permiso: inflación aún no controlada, pérdida del poder adquisitivo, aumento de tarifas. La espera conlleva paciencia. La paciencia moldea nuestro carácter despertando la templanza en pos de evitar decisiones apresuradas. Tanto gobernantes como gobernados requieren del discernimiento necesario como para ser colaborativos los unos con los otros.
Jonás prejuzgó a todo un pueblo. Condenó a Nínive sin comprender que en el corazón de Dios había un plan para esa ciudad. Se apresuró, no supo discernir. Su entendimiento estaba entenebrecido. Cuando la mente se embota las decisiones que se toman no resultan racionales y, lo que es peor, nos alejan del horizonte anhelado.
Comprender implica aprender a esperar. Menguar en nuestro yo interior llamado desesperación para dar paso a la esperanza que pide de uno mismo discernir, separar entre “mi voluntad” y el plan especial que Dios tiene para mi vida.
El tiempo de espera se traduce en una prueba, un obstáculo a sortear. Pasar con éxito ese desafío permite elevarnos a una nueva dimensión dejando atrás la vieja manera de prejuzgar y concebir situaciones. Esta suerte de promoción aclara nuestra visión de manera de ascender un peldaño más en la gran escalinata que nos conduce hacia la realización personal y torna en asible lo inasible, en material lo inmaterial: nuestros sueños.
(*) Analista Internacional. Magister en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA). Twitter: @GretelLedo | www.gretel-ledo.com