Tras 72 horas de febriles e infructuosas negociaciones en El Cairo, venció ayer la tregua entre Israel y Hamas y se reanudaron las hostilidades en Gaza. El grupo islamista disparó cohetes contra el país vecino, hiriendo a dos soldados. En respuesta, el gobierno de Benjamin Netanyahu ordenó nuevos bombardeos, que mataron a cinco personas, entre ellas un niño de diez años. El traspié del diálogo de paz indirecto amenaza con desembocar en una nueva espiral de violencia.
La mediación del presidente egipcio Abdelfatah al-Sisi no supo destrabar las posiciones irreductibles de ambos bandos. “Egipto se lamenta por la falta de compromiso de las partes israelí y palestina sobre el alto el fuego y pide regresar de inmediato a la mesa de negociaciones”, sostuvo en un comunicado el Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio.
Lo cierto es que un acuerdo duradero parece lejano. Hamas no reconoce al Estado de Israel y plantea su destrucción en su carta orgánica. Por su parte, el gobierno de Netanyahu clasifica a los islamistas como un grupo terrorista y se rehúsa a diálogos directos con ellos.
En el campo militar, tanto Israel como Hamas se sienten victoriosos tras la Operación Margen Protector. Los palestinos dicen haber frenado a uno de los ejércitos más poderosos sobre la faz de la Tierra. Y, además, creen que la ofensiva pone a la opinión pública internacional contra Israel.
“Nosotros matamos a sus soldados. Ellos asesinaron a la gente”, le confió un miliciano de Hamas a la revista británica The Economist. Según Naciones Unidas, más de 1.800 palestinos murieron por los enfrentamientos, de los cuales tres cuartos de ellos eran civiles. En tanto, el mando militar y político de la facción que controla la Franja de Gaza no fue alcanzado por las bombas.
En los enfrentamientos perdieron la vida 66 israelíes, el quíntuple que en la Operación Plomo Fundido de 2009. “Hamas buscó, y, sin duda, todavía busca una victoria política tangible, estratégica o militar, o algo que pueda presentar a su público. Lo que está en juego es su enfoque de la lucha armada y su credibilidad”, explicó a PERFIL Hussein Ibish, miembro de la American Task Force on Palestine, el lobby propalestino en Washington.
La batalla política del grupo islamista no es con Israel, sino con la Autoridad Palestina, comandada por el presidente Mahmoud Abbas. De tendencia más moderada, los nacionalistas seculares sí reconocen a su contraparte israelí, aunque integran un gobierno de unidad con Hamas.
Israel, por su parte, se plantea destruir la infraestructura militar de Hamas. Con ese objetivo, comunicó que destruyó todos los túneles que utilizaban los milicianos para infiltrarse y lanzar ataques en Israel. Ante la lluvia de cohetes disparada ayer, la delegación abandonó El Cairo. “La Operación Margen Protector todavía no terminó y Hamas no fue derrotada”, aseveró el ministro de Economía Naftali Bennet, del partido de ultraderecha Hogar Judío.
En la mesa de negociaciones, Hamas puso como condición el levantamiento del bloqueo a la Franja de Gaza, impuesto por Israel y Egipto en 2007, para terminar con las hostilidades. Además, exigió la liberación de cientos de palestinos presos en Israel. “La guerra no se acabó, nuestros hombres siguen en el campo de batalla, sus dedos en el gatillo, los cohetes apuntando a Tel Aviv, a Lod y al resto del país”, aseveró el jueves Mushir al-Masri, de Hamas.
Por su parte, Netanyahu reclamó la desmilitarización de los islamistas, para garantizar de manera duradera la seguridad de Israel.
La paz en Gaza quedó postergada ayer, luego de que los halcones de ambos sectores interpusieran sus condiciones antes que el bienestar de 1,8 millones de palestinos. Para Hamas y la extrema derecha israelí, el mantenimiento del statu quo se convirtió en una extraña y paradójica manera de proclamarse vencedores.