Diferencias. Esa palabra me da vueltas en la cabeza desde hace menos de 24 horas. Ayer, junto a Marcelo Aballay dejamos de lado por un rato el Juicio del Valijgate para meternos en el color de la carrera por la presidencia de los Estados Unidos. La coyuntura nos llevó por delante desde que arribamos a Miami, hace ya casi dos meses. Crisis económica, elecciones y Antonini Wilson, todo junto en las tierras del Tío Sam. El demócrata y principal candidato a Washington, el senador por Illinois, Barack Obama, pisaba el estado de La Florida, con todo su huracán de marketing y movilización. No queríamos perdernos la oportunidad de vivir en carne propia el "efecto Obama".
La cita era en el Bicentennial Park, a metros del centro financiero de Miami. Llegué con las sensaciones de la experiencia de haber cubierto numerosas veces los actos políticos en las campañas argentinas. La tediosa acreditación y la pelea constante por llegar a los protagonistas es una figurita repetida en el proselitismo argentino. Sin olvidarme del divismo de la dirigencia política. Teniendo en cuenta eso y que ahora se trataba del posible hombre más poderoso del mundo, mis expectativas se conformaban con escuchar su discurso con buen audio y, al menos, poder verlo a unos cuantos metros.
Entramos por la entrada de prensa y me encontré con la primera sorpresa. Sólo bastó con decir que éramos periodistas para acceder a los controles de seguridad y nuestra respectiva acreditación. Pasamos el detector de metales y en algunos minutos ya estábamos junto a la prensa nacional e internacional, a un costado del escenario principal. Nadie preguntó de qué medio éramos corresponsales, ni nuestros nombres. En el parque, más de 30 mil personas vitoreaban por el líder demócrata, mientras que en el escenario daba un fuerte discurso Michelle Obama, la mujer de Barack.
En forma automática me acordé de las peripecias de los actos kirchneristas. Funcionarios que no hablan, prenseros que hacen su mejor trabajo: obstruir, candidatos estrellas, punteros mafiosos, colectivos, runfla, rosca, y todo lo que eso encierra. Y la inquietud de que si uno pregunta de más puede quedar afuera del escenario. Sólo diferencias.
Me centré en analizar la composición de la tribuna. No había facciones, ni peleas por el lugar. No había banderas de intendentes, ni de concejales, ni de nada. Afuera no había colectivos, ni punteros políticos repartiendo viandas. Ya era una diferencia descomunal, todos gritaban por lo mismo. Familias enteras, todas en su lugar, sin peligros de batallas campales. A los pocos minutos ingresó Obama, cual estrella de rock. Muy distendido, muy canchero, exhalando carisma. Y nosotros estábamos ahí, a sólo veinte metros de él. Habló por más de 40 minutos, con una fuerza discursiva asombrosa.
Mucho mensaje dirigido a su contrincante John Mc Caín, pero siempre sin entrar en el terreno del ataque. Habló, arengó y se despidió. Bajó del escenario, se saludó con la gente y pasó por el sector de prensa. Saludó muy amablemente y se fue. No me interesaba abalanzarme para conseguir un textual, la idea era sólo conocer de cerca la campaña del furor mediático de Obama. Afuera, la gente desbordaba de felicidad, se sienten ganadores. Una banda haitiana "Haitian Ra Ra band", le daba color a una fiesta que se prolongó por más de una hora, donde miles de personas se confundían en un solo grito: “Yes we can”, al ritmo de los pegadizos ritmos afroamericanos. Ahora sólo me queda conocer la otra parte de la película, la versión republicana. Pero al menos ya me voy con algo muy seguro dentro de mí: diferencias, sólo de eso se trata y solo eso nos aleja.
* Redactor del diario Perfil.