INTERNACIONAL
Entrevista

Dilma, sobre el Lava Jato: “Lo que diga un delator no prueba nada”

De visita en Buenos Aires, Rousseff habló con PERFIL del caso judicial que arruinó a su gobierno y dijo que la corrupción “se utilizó como arma política”. El “parecido” Macri-Temer.

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gestos. Durante su diálogo con PERFIL, Rousseff analizó el apoyo de las clases medias a su destitución parlamentaria y dijo que se debió a la influencia de los medios masivos de comunicación. | obregon

A Dilma Rousseff le hicieron fama de mujer severa y adusta, pero esta mañana luce de buen humor. Invitada a Buenos Aires por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo para brindar una conferencia magistral, la presidenta destituida de Brasil recibe a PERFIL para dialogar sobre el ‘impeachment’ que la sacó del gobierno, de la megainvestigación judicial sobre actos de corrupción que generó las condiciones para lo que ella considera un “golpe parlamentario” y del futuro incierto del gobierno “ilegítimo” de Michel Temer.

—¿Por qué cree que una parte significativa de la población brasileña, y en especial de las clases medias urbanas, apoyó su destitución?

—Es una pregunta que yo también me hice mucho. Creo que acompañaron el golpe parlamentario porque les fue dicho que la salida del gobierno posibilitaría una recuperación rápida de la economía y que la corrupción sería eliminada. Esos dos factores fueron desarrollados intensamente por una campaña mediática sistemática que hizo un trabajo simbólico de deconstrucción de mi gobierno y de mí como gobernante. Si nosotros teníamos una obra concluida en un 90%, ellos anunciaban que faltaba el 10%. Y al mismo tiempo fui atacada como persona. Primero por el hecho de ser mujer. Pero, además, me presentaban como alguien “dura” y sin habilidad política por no haber aceptado negociar con estructuras corruptas. Consiguieron convencer a una parte de la poblacion de que se volcara contra sus propios derechos. Cuando el gobierno ilegítimo aprueba una enmienda constitucional que congela por veinte años el gasto en educación y salud, está hiriendo de muerte a la clase media. Pero la población empieza a percibirlo, y esas medidas terminarán provocando una nueva concientización de las clases medias.

—Muchos dirigentes políticos que impulsaron el ‘impeachment’ habían sido antes aliados de su gobierno. ¿El PT se equivocó al elegir a sus socios?

—Yo diría que nos equivocamos en cierto sentido. La vida cambia y las condiciones en las que uno hace política también. Tras la salida de la dictadura, emergió un espacio político clave para la gobernabilidad del país: el llamado centro democrático. Era muy progresista y comprometido con los derechos sociales, pero no tenía fuerza para impulsar a un hombre propio como presidente. Siempre entraron al gobierno en coalición. Y nosotros hicimos una alianza con ellos. Brasil es muy diverso, no podíamos gobernar solos. ¿Qué sucedió después? El centro se pulverizó, y eso tuvo como consecuencia una creciente hegemonía de la derecha en ese espacio político. Bajo el liderazgo de Eduardo Cunha, ex presidente de la Cámara de Diputados que terminó preso, surgieron fuerzas que originalmente no pertenecían al PMDB pero fueron dominándolo. Cuando nosotros hicimos la primera alianza con el PMDB y Temer, esa hegemonía de derecha aún no estaba consolidada. Su fortalecimiento comenzó al final de la gestión de Lula. Cuando yo comencé mi segundo mandato, el proceso todavía seguía en curso. No teníamos la distancia mínima necesaria para interpretarlo como tal. Por eso tuvimos una parte de la responsabilidad: no fue correcto hacer una alianza con ellos. Pero la consolidación de la derecha se concretó en la vísperas del ‘impeachment’, cuando Cunha asumió el control del PDMB a comienzos de 2016. Fue ahí cuando Temer se inclinó hacia ese sector.

—¿Cómo tomó que el gobierno argentino fuera el primero en reconocer a Temer como presidente legítimo?

—No me sorprende porque sus gobiernos son parecidos. Tienen la visión de que hay que implementar la más dura restricción de gastos para que sus países crezcan. Es una mirada anticuada que sigue prevaleciendo en ciertos ámbitos académicos, pero que ya no acepta ni el FMI.

—El Grupo Odebrecht admitió esta semana haber pagado 600 millones de dólares en coimas entre 2003 y 2016 en Brasil. La Operación Lava Jato involucró en casos de corrupción a casi todos los dirigentes políticos brasileños, incluidas figuras del PT, excepto a usted. ¿La clase política la usó como chivo expiatorio?

—El combate a la corrupción es fundamental. El problema es que, en Brasil, la corrupción fue utilizada como arma político-ideológica. Las filtraciones selectivas de acusaciones judiciales son un ejemplo. También aparece la cuestión de las delaciones premiadas. Yo tengo todo el derecho a cuestionar la credibilidad de los delatores. Un CEO del Grupo Andrade Gutierrez, Otávio Azevedo, hizo una denuncia ante el Tribunal Supremo Electoral en la que dijo que, durante las elecciones de 2014, recibió presiones para donar un millón a la campaña del oficialismo. En su delación citó a las supuestas personas que, según él, lo habían presionado. Pero las investigaciones demostraron que el pago no había sido hecho a la campaña sino al señor vicepresidente Temer, con un cheque nominal. Cuando lo denunciamos por su mentira, Azevedo dijo: “Ay, me equivoqué”. Nadie se equivoca así: lo que hizo fue recalcular cuando se comprobó la mentira. Entonces yo pregunto: ¿qué pasa cuando la mentira no puede ser comprobada? Y respondo: fue mi gobierno el que creó la figura del corruptor e instituyó la figura de la delación premiada. Cuando lo hicimos, dejamos en claro que lo que diga un delator es un indicio, pero no prueba nada. Hoy se utilizan las delaciones sin el menor filtro jurídico, como si fueran grandes verdades reveladas. Porque lo que se busca no es hacer justicia, sino perseguir personas, crear caos. Como no encontraron ningún hecho que me comprometiera, buscaron a alguien que dijera que fue en mi campaña donde hubo corrupción. Esta conducta judicial es inaceptable, corrompe la democracia y vulnera los principios de la carga de la prueba y de la igualdad ante la ley.

—¿Cómo imagina el futuro inmediato del gobierno de Michel Temer y del PT?

—Creo fundamental que en Brasil se cree un frente que no sólo englobe al PT sino también a los demás partidos progresistas del país. Es imposible resolver esta crisis a través de un acuerdo entre cúpulas. La única solución posible es un baño de legitimidad que lave el alma del país. Esto es: una elección presidencial directa con reforma política. Hoy hay tres escenarios posibles. Elección directa; elección indirecta, que sería un “golpe dentro del golpe”; o la extensión del mandato de un presidente que se desangra políticamente, con sus asesores cayendo por corrupción y con él mismo jaqueado por denuncias, lo que lo convertiría en una marioneta mayor de lo que ya es. Para el futuro de Brasil, la única opción viable es la elección directa. Y ahí es donde ellos intentan impedir judicialmente que Lula compita. La candidatura de Lula es crucial porque nos debemos un gran debate sobre nuestro futuro y sobre la forma en que terminaremos con la concentración de la riqueza que aún existe en Brasil.