INTERNACIONAL
monasterio de Davidank

Doloroso adiós de los armenios en Nagorno Karabaj

Construido en el siglo XII, la zona donde se ubica el templo pasará a manos de Azerbaiyán a partir de mañana, en base al acuerdo de cese del fuego que puso fin a los enfrentamientos con la mediación de Vladimir Putin.

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Peregrinos. Fueron a despedirse de uno de los símbolos de su cultura. Desde el domingo, el régimen de Bakú asumirá su control. | afp

Los peregrinos llegan por decenas, conmovidos y casi todos con lágrimas en los ojos. A tres días de su devolución a Azerbaiyán, prevista por el alto el fuego en Nagorno Karabaj, el monasterio armenio de Dadivank recibe a sus últimos visitantes.

Los combates cesaron desde principios de semana en el enclave separatista, tras más de un mes de enfrentamientos y de la derrota frente a las tropas azerbaiyanas que, tras un acuerdo auspiciado por Rusia y con el apoyo de Turquía, recuperarán el control de gran parte de los territorios perdidos en una guerra en los años 1990.

El distrito de Kalbajar, con sus altas montañas nevadas, sus gargantas escarpadas y sus empinadas laderas boscosas, debe pasar a manos de Bakú mañana. Y en el sector, se alza, majestuoso, el monasterio de Dadivank, tan querido por los armenios.

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Construido en los siglos XII-XIII y pese a las centurias transcurridas y a una historia agitada, el monasterio sigue siendo hoy un magnífico conjunto de piedras grises, incluida una catedral, orgullo de la Iglesia apostólica armenia.

“Es muy duro, muy doloroso. Hemos venido a decir adiós”, explica, en llanto, una mujer morena de unos 40 años, ocultando las lágrimas detrás de sus gafas de sol.

Grupos de visitantes, muchos de ellos procedentes de Ereván, recorren la plaza, deambulan de la basílica a una capilla, o bien visitan la tumba de San Dadi, supuesto fundador del monasterio.

Bautizo improvisado. En la carretera que lleva hacia el monasterio, casi hay atascos. Si no fuera por la evidente tristeza general, y la presencia de demasiados militares entre los visitantes, la escena recordaría a un paseo de turistas en un fin de semana de vacaciones.

“No puedo creer que sea la última vez que vengo aquí”, se lamenta Miasnik Simonian, de 28 años, que ha venido de Vardenis, en el norte de Armenia, con tres amigos. “Esta tierra es de nuestros abuelos. Estas piedras tienen 800 años”, dice, señalando dos majestuosos jachkars, unas cruces armenias tradicionales esculpidas en la piedra.

Inna Tumanian, recién graduada de la universidad de Ereván, quería “ser bautizada aquí desde hace meses. Era muy importante para mí. Pero luego llegó la guerra. Cuando me enteré de que íbamos a tener que abandonar Dadivank, llamé al sacerdote y me dijo que viniera”, explica.

Son doce ese día, todas mujeres jóvenes, en la iglesia Sourp Astvatsatsin (Santa Madre de Dios), para un bautizo improvisado, en esta pequeña catedral que invita al silencio y al recogimiento.

“No puedo irme de aquí”. Bajo dos impresionantes frescos del siglo XIII, el padre Hovhannes habla con amargura de Azerbaiyán, país de habla turca laico de mayoría chiita, “que no tiene los mismos valores que nosotros”.

Cuando la región estaba controlada por el régimen soviético, tanto en Azerbaiyán como en Armenia, el lugar estaba abandonado. El miércoles, el gobierno armenio se declaró ¡extremadamente preocupado” por el destino de este patrimonio único, a pesar de que Bakú aseguró que preservaría los lugares históricos y espirituales.

“La gente ha perdido a familiares, sus casas. No quieren perder Davidank (...). Tenemos que rezar para salvaguardar nuestro monasterio”, insiste este religioso, de barba gris, sotana negra y crucifijo de plata.

“Sobre todo, no se lleven nada, no roben nada de la casa de Dios”, advierte, pensando en los peregrinos que quizás tenían la intención de llevarse una última reliquia.

El padre Hovhannes explica que no ha recibido ninguna instrucción de Ereván sobre la preservación del lugar. “Este monasterio nos pertenece, no puedo irme de aquí”, confiesa.

En cuanto a llevar a Armenia algunos de los más preciados jachkars del lugar para protegerlos, dice: “¿quién soy yo para quitar las piedras que están aquí desde hace más de 800 años? No puedo hacer eso”, concluye.