Se la suele presentar como una especie de “ogro” implacable e insaciable, dispuesta a exprimir a Grecia o a cualquiera que se le interponga en el camino hasta las últimas consecuencias. Pero ¿está sola Angela Merkel? ¿O la dureza con que la canciller alemana se ha plantado en las negociaciones con Atenas expresa más bien la opinión de la mayoría de los ciudadanos de su propio país? ¿A qué juega Merkel, y hasta dónde está dispuesta a forzar la situación que tiene en vilo a Europa?
El flamante gobierno griego de Alexis Tsipras (Syriza) se preparaba este fin de semana para una seguidilla de reuniones con los ministros de Finanzas del Eurogrupo, que comenzarán a definir la suerte inmediata de Grecia. El reclamo de máxima de Tsipras es que sus socios europeos acepten renegociar la deuda pública helena –que hoy supera el 175% del PBI del país– y al mismo tiempo admitan que Atenas relaje el plan de ajuste fiscal impuesto por la “troika” (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Comisión Europea) a cambio del multimillonario plan de salvataje financiero para mantener a flote la economía griega.
Del otro lado del ring, Merkel –líder de una nación que es a la vez una de las mayores acreedoras de Grecia– insiste en no ceder y exige que el gobierno griego cumpla con sus compromisos tal y como fueron asumidos por sus antecesores. La canciller se ha convertido en la nave insignia de los acreedores públicos y privados de Grecia, expuestos por miles de millones de euros a su deuda.
“Merkel no está sola: sus puntos de vista son compartidos por una vasta mayoría de alemanes, aparte de la coalición gobernante CDU-SPD en su propio país –dijo a PERFIL el economista alemán Ansgar Belske, consultor del Parlamento de Alemania y titular de Macroeconomía de la Universidad de Duisburg-Essen–. Es más: sus planteos también son acompañados por ciudadanos de Holanda, Finlandia, e incluso países europeos como Bulgaria o Eslovaquia, que llevaron adelante importantes reestructuraciones aun siendo más pobres que Grecia”.
En opinión de Belske, “Merkel decidió que Grecia ya no es un problema sistémico y por lo tanto se mantendrá firme en su dureza”. El mayor argumento de la canciller es la cuestión de la competitividad. Su razonamiento es: la deuda griega es fundamentalmente externa; si las exportaciones griegas siguen creciendo, esa deuda puede volverse manejable, sobre todo con las muy bajas tasas de interés que Grecia paga frente a Italia o Irlanda. Desde esa perspectiva, en el corto plazo Grecia debería estar en condiciones de hacer frente a sus compromisos.
Claro que su inflexibilidad también tiene riesgos, que los analistas describen apelando a la noción lúdica del “juego de la gallina”: si los dos jugadores (Grecia y Alemania) deciden no ceder a su oponente, se exponen a que algún elemento que escape a su control desate el peor resultado posible, aun si ambos continúan comportándose en arreglo racional a sus intereses. En este caso, el escenario de catástrofe sería el llamado “Grexit”, es decir, la eventual salida de Grecia del euro. Una opción que la mayoría de los observadores consideran por ahora improbable, aunque no definitivamente imposible.