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El monstruo de Austria y la encarnación del mal

El filósofo siente horror ante el caso Josef Fritzl e intenta entenderlo, pero choca contra un dilema: ¿tenemos las herramientas conceptuales para comprenderlo?

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| Cedoc

Hace pocos días, una noticia escalofriante sacudió al planeta, despertándonos súbitamente de la somnolencia en la que suelen transcurrir nuestras vidas. Mundo de anhelos y ensueños, alegrías y tristezas, amores y odios, temores y esperanzas, trabajo y descanso; mundo, en fin, humano, demasiado humano.

Un hombre, un pacífico y metódico ciudadano austriaco, de conducta aparentemente intachable, había mantenido durante 24 años a una de sus hijas encerrada en el sótano de su propia casa y procreado con ella siete hijos, de los cuales tres jamás habían salido a la superficie, mientras otros tres integraban la familia visible.

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El séptimo, muerto a poco de nacer, había sido prolijamente incinerado por su padre-abuelo. Nada de todo ello impedía que Josef Friztl –un profesional universitario– trabajara, gozara de sus vacaciones y mantuviera, hasta donde se sabe, una vida conyugal y social armónica.

Un torbellino de preguntas asalta nuestra mente. ¿Es que la esposa no se enteró nunca de nada? ¿O era cómplice? ¿Sucumbió acaso al terror? ¿Y que pasaba con los hermanos de la hija-mujer? ¿Cómo alimentaba el sujeto a los habitantes del mundo subterráneo? ¿Nunca una enfermedad, un médico? ¿Cómo sobrevivieron? ¿En qué estado se encuentran esos seres miserables? ¿Cuáles son las relaciones de los hijos que permanecieron en el sótano con su madre y con su padre-abuelo? Muchas cosas todavía no se saben y, probablemente, algunas jamás se sabrán.

Imposible sustraerse al horror. Por lo que a mí respecta, aludí al caso en mis clases universitarias y en conversaciones privadas, una y otra vez. Repetir para elaborar, como enseñó en su momento Sigmund Freud. Pero uno busca explicaciones. Entender, apacigua, y está bien que sea así.

Sin saber el motivo, recordaba reiteradamente una tesis que enuncia Nietzsche en Humano, demasiado humano acerca de la naturaleza del criminal, figura que tanto lo subyugó. El criminal –escribe Nietzsche– es un hombre atrasado cuyos pensamientos y acciones ya han sido excluidos del círculo de lo humano. El criminal: un atavismo.

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