En un depósito cercano al aeropuerto internacional de Fiumicino, Roma, un ejército de sobres aguarda su destino final: el Vaticano. Cada semana, alrededor de 500 a 550 kilos de correspondencia llegan para el Papa León XIV, sucesor de Francisco y nuevo líder de la Iglesia católica.
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Aun en plena era digital, la pluma y el papel siguen siendo el puente preferido de miles de fieles con el Sumo Pontífice. Las cartas provienen de todos los rincones del planeta: Hong Kong, Camerún, Brasil, Estados Unidos, Andorra, y muchas están decoradas con corazones, sellos coloridos o dibujos infantiles.

“Recibimos cientos de cartas por día, algunas jornadas superan los 100 kilos”, cuenta Antonello Chidichimo, director del centro de clasificación postal de Fiumicino. “Es increíble ver cómo tanta gente sigue eligiendo escribir a mano al Papa”.
Una vez clasificadas —ya sea por máquinas de lectura óptica o de forma manual cuando las direcciones son imprecisas—, las misivas se cargan en una furgoneta especial que parte hacia el Vaticano, a unos 20 kilómetros de distancia.
La llegada de León XIV (Robert Francis Prevost) al trono papal el pasado 8 de mayo no ha detenido este flujo de mensajes. Aunque aún es poco conocido por el gran público, los fieles no han dejado de escribir. Según los trabajadores postales, incluso en verano el volumen de cartas se mantiene estable, aunque por debajo de los picos que se registraron durante la hospitalización de Francisco en 2024.
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Además de los envíos postales internacionales, muchos peregrinos que visitan Roma también dejan sus mensajes al Papa en las oficinas postales vaticanas ubicadas en Plaza San Pedro. Allí no se necesita franqueo: las cartas se depositan en un buzón especial que se vacía cuatro veces por día.

“Una gran parte de estas cartas proviene de América del Sur y Asia”, cuenta Nicola Vaccaro, empleado de la oficina central. “Suelen ser pedidos de oración por familiares enfermos. Algunas veces incluso hemos recibido paquetes con peluches u objetos simbólicos”.
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Todo el correo es posteriormente centralizado en la Secretaría de Estado vaticana, donde se realiza un filtrado y se clasifican las misivas. Las que llevan una dirección postal tienen posibilidades de recibir una respuesta.
En tiempos de Francisco, muchas respuestas salían directamente de su puño y letra. El Papa emérito solía escribir mensajes breves que luego su secretario escaneaba y enviaba por correo electrónico, manteniendo así una línea de contacto directa y humana con los fieles.
La tradición continúa con León XIV, demostrando que incluso en tiempos de redes sociales, una carta puede seguir siendo un acto de fe.
LV / Gi