Por detrás de las denuncias y críticas contra el papa Francisco aparecen fuertes y antiguos disensos, de cuando Jorge Bergoglio era el “provincial”, el jefe, de los jesuitas en nuestro país. Pero, como no siempre se explicitan, a veces cuesta entender por qué tanta saña con el
argentino que se ha vuelto más conocido a nivel mundial.
Bergoglio fue nombrado en aquel cargo en 1973 con el propósito de poner en orden a la Compañía de Jesús, varios de cuyos miembros habían adherido a la Teología de la Liberación e incluso simpatizaban más de la cuenta con el ala izquierda del peronismo, con la llamada Tendencia Revolucionaria.
Fue Vittorio Messori, un prolífico escritor católico italiano, quien recordó en el diario Corriere Della Sera esta afinidad entre Bergoglio y su antecesor, Benedicto XVI, que renunció el 28 de febrero y ahora vive en una residencia en las afueras de Roma. Messori sostuvo que el ex arzobispo porteño fue nombrado cardenal en 2001 por Juan Pablo II siguiendo una recomendación de Jospeh Ratzinger, en aquel momento prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Una suerte de vigilante, cancerbero o perro guardián de la ortodoxia católica, según sus críticos.
“Ratzinger había apreciado mucho que Bergoglio hubiera estado entre los pocos jesuitas sudamericanos que no aprobaron las prospectivas de los teólogos de la liberación. Aún más, que hubiera sido blanco de críticas y acusaciones por esta causa por parte de sus propios compañeros”, sostuvo Messori, quien fue el primer periodista en entrevistar a Juan Pablo II y es considerado el escritor católico más traducido.
“Por eso –agregó Messori– el encuentro del sábado 23 de marzo en la residencia de Castelgandolfo no fue entre un Papa ‘conservador’ y un Papa ‘progresista’, como querría una poco refinada lectura ideológica, sino entre dos servidores de la Iglesia que saben que hay diferencia entre caridad cristiana y lucha de clases, entre homilía religiosa y discurso político, entre sacerdote de Cristo y guerrillero”.
Lucha armada. Ratzinger, que como Prefecto de la Fe sancionó a destacados exponentes de la Teología de la Liberación, emitió en 1986 la “Instrucción sobre libertad cristiana y liberación”, en la que desechó tanto la lucha de clases como “el odio al otro, tomado individual o colectivamente, incluido el enemigo”; destacó la necesidad de utilizar “medios moralmente lícitos” para cambiar “las estructuras injustas”, y redujo al mínimo la legitimidad del recurso a la lucha armada. Y alertó: “Quienes desacreditan la vía de las reformas en provecho del mito de la revolución incluso favorecen la llegada al poder de regímenes totalitarios”.
Las críticas del periodista Horacio Verbitsky, del líder social Luis D’Elía y de las titulares de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, parecen encuadrarse en esa visión diferente con Bergoglio y Ratzinger sobre el papel político y social que debe cumplir la Iglesia. Un debate que fue atizado por la irrupción en los setenta y ochenta de la Teología de la Liberación, que utilizaba herramientas del marxismo tanto para el análisis como para la corrección de situaciones de grave injusticia. Algunas de esas críticas han amainado en los últimos días, pero sólo por orden de la presidenta Cristina Kirchner y con el objetivo de modelar una nueva relación con el flamante Papa.
La denuncia más repetida en los últimos años, la presunta complicidad de Bergoglio con las detenciones y las torturas a los jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio, ha sido desmentida por el propio Jalics desde Alemania, donde vive ahora como director de una Casa de Ejercicios Espirituales. Yorio murió en el año 2000.
Como señala Messori, Bergoglio es un ortodoxo, un conservador, en cuanto al contenido de la doctrina católica, o al menos se comportó así cuando dirigió la Compañía de Jesús en Argentina, durante seis años, hasta 1979. Una de sus primeras decisiones fue transferir a un grupo de laicos amigos el manejo de la Universidad del Salvador, que estaba en manos directamente de los jesuitas: algunos de los sacerdotes la habían alineado con la izquierda peronista. El giro de la Compañía hizo que algunos jesuitas se fueran; unos se refugiaron en Quilmes, con el obispo Jorge Novak, o en Corrientes; otros se mudaron de país.
En aquellos años donde corrió tanta sangre, Bergoglio mostró la mano firme que se espera que tenga ahora para renovar la Iglesia a nivel global; sus amigos aseguran que él salvó a la Compañía de “males mucho mayores” y a varios de sus miembros de una muerte segura.
*Enviado especial al Vaticano.