La ratificación de la condena por corrupción en segunda instancia contra Luiz Inácio Lula da Silva no tomó por sorpresa al Partido de los Trabajadores (PT). Sus dirigentes aseguran en público que llevarán la candidatura presidencial de Lula hasta las últimas consecuencias: para eso, deberán apelar el fallo del Tribunal Regional Federal de la Cuarta Región (TRF-4) ante instancias superiores para mantener a su líder en campaña tanto tiempo como sea posible.
Sin embargo, desde hace algunas semanas, cuando empezó a divisarse esta tormenta judicial sobre la cabeza del ex presidente, el petismo deja trascender en la prensa brasileña que ya baraja otros nombres para las elecciones de octubre, ya que considera que la inhabilitación de Lula es casi un hecho.
La unanimidad y dureza de los jueces en el fallo de este miércoles confirma esos temores y reduce significativamente las alternativas jurídicas de la defensa para combatir el fallo del TRF-4.
"No tenemos plan A, B ni C; sólo plan L, y es Lula presidente", había asegurado esta semana el ex gobernador del estado de Bahía, Jaques Wagner, principal aliado del ex mandatario en el norte pobre de Brasil. Wagner es hoy uno de los dos dirigentes petistas que suenan con más fuerza para sustituir a Lula. El otro es el ex alcalde de San Pablo, Fernando Haddad.
Sin embargo, Wagner también admitió que el PT podría verse forzado a construir un "plan E, de emergencia", en caso de que la candidatura de Lula resultara definitivamente vetada en los próximos meses por el Tribunal Superior Electoral. Si eso ocurriera, dijo Wagner, el partido debería "encontrar o apoyar a otro candidato".
Lo de Wagner no es mero sincericidio. Si la caída en desgracia de Lula complica seriamente las chances electorales del PT, el partido necesita al menos un caudal de votos suficiente como para no sufrir una sangría mayúscula en su actual base parlamentaria. Eso explica, también, por qué Lula "perdonó" a quienes impulsaron el impeachment contra Dilma Rousseff. De aquí a octubre, el PT tendrá que forjar alianzas estaduales y municipales con ellos: los mismos de siempre.
En las próximas semanas, el PT deberá ensayar una difícil pirueta política: concentrar toda la atención en Lula, insistiendo en que es víctima de una operación para proscribirlo, y al mismo tiempo empezar a nacionalizar algún otro nombre que, llegado el momento, sea capaz de absorber la mayor cantidad de votos posibles que irían para Lula. Lo paradójico es que, en última instancia, el partido competirá en unas elecciones que, desde hoy, califica públicamente como un "fraude".
El problema mayor es que esa deseada transferencia de votos a Wagner o Haddad no sería, ni de cerca, automática. Los simpatizantes lulistas no son necesariamente petistas: buena parte del 30% o 35% de la intención de voto que hoy ostenta Lula se compone de un electorado pobre y conservador que podría verse atraído por postulantes de otras vertientes políticas. Y más aún si el centro-derecha consiguiera forjar un candidato de unidad y potable para asegurarse la segunda vuelta. Sin Lula en las canchas, el "plan E" del PT será, antes que cualquier otra cosa, garantizar su propia supervivencia política.