Con inflación y desempleo en alza, los brasileños sienten el deterioro económico en sus bolsillos. Suben los precios de los alimentos básicos, de las tarifas del gas y de la luz. Y nadie entrevé mejoras para el 2022. A ese escenario hay que añadirle la perspectiva de una nueva ola de Covid-19, generada por la variante Delta que ya circula en forma comunitaria en varias regiones de Brasil.
Ese es el contexto que debe cercar la campaña del presidente Jair Bolsonaro por su intención de ser reelegido, en octubre de 2022. Con todo, Bolsonaro declaró este viernes a la mañana: “No hubo aumentos de nada en mi gobierno”; y eso a pesar de que la nafta acaba de trepar a 7 reales el litro (1,34 dólares). Añadió luego que “la economía tuvo una sacudida, pero la estamos arreglando”.
Con inflación y desempleo en alza, los brasileños sienten el deterioro económico en sus bolsillos
Los aliados políticos del jefe de Estado no creen que se trate tan solo de un temblor; y muchos de ellos comienzan a desprenderse de su entorno: es que “la situación política y social es muy difícil y no dará tiempo para revertirla” justificó Marcelo Ramos, vicepresidente de la Cámara de Diputados. Esto genera desconfianza en el desempeño electoral del presidente brasileño y explica que una parte importante de los partidos de centro, donde se asentó hasta ahora la base política bolsonarista, comiencen a abandonarla y miren en dirección a otros candidatos, especialmente en Lula da Silva. En ese proceso se encuentra por ejemplo el Partido Liberal, el Demócratas, el MDB y el Progresista. Este último tiene un ministro, Ciro Nogueira, que ocupa un puesto relevante en el Palacio del Planalto: la jefatura de la Casa Civil. Para ellos, urge modificar rápidamente el comportamiento de Bolsonaro y, en simultáneo, conseguir una mejora económica con impacto en el bolsillo la gente.
El proceso de desagregación de la base política del gobierno encendió las alarmas en el ámbito oficialista. Lo que más preocupa ahora es el impacto negativo de la crisis energética que vive el país, por cuenta de la sequía y la bajante de los ríos (Paraná y Paraguay). Con los diques casi vacíos, y una gran dependencia energética de las fuentes hídricas, las tarifas de electricidad subieron en forma significativa. El miércoles pasado, el ministro de Economía Paulo Guedes sostuvo públicamente que él no veía un gran problema en el aumento del precio de la luz. “¿Cuál es la dificultad de que la energía sea un poco más cara?” replicó el ministro ante una pregunta acerca del impacto que tendrá la suba de la tarifa eléctrica.
Semejante declaración alimentó a las fuerzas de oposición, al punto que Bolsonaro se vio obligado a atenuar la repercusión negativa de las palabras de su ministro. En el propio staff gubernamental recordaron lo ocurrido en 2001, último año de gobierno de Fernando Henrique Cardoso, cuando los grandes apagones pusieron en tela de juicio la planificación y nuevas obras en generación y distribución eléctrica. Esta circunstancia iría a favorecer al entonces candidato Lula, quien ganó cómodamente las elecciones de 2002 en competencia con José Serra, el postulante reivindicado por Cardoso para su sucesión.
A semejanza de lo que ocurrió 20 años atrás, los aliados de Bolsonaro temen hoy al impacto del riesgo energético que podrá tornar inviable la reelección del presidente. Inclusive, los apagones pueden anular el efecto positivo del Auxilio Brasil, un estipendio para los más pobres que sustituye al Bolsa Familia de la época lulista.
La pregunta que se formulan en el oficialismo es si Bolsonaro tendrá tiempo de dar vuelta el sombrío escenario. En ese sentido, temen que una nueva ola de Covid-19 termine por abortar las intenciones de conquistar segmentos masivos del electorado por la vía de una mejora económica.
Los aliados de Bolsonaro temen hoy al impacto del riesgo energético que podrá tornar inviable la reelección del presidente
El riesgo de la fiesta patria de Brasil
El 7 de septiembre es una fecha clave en el calendario de las fiestas patrias brasileñas. Fue ese día de 1822 cuando el príncipe portugués Pedro, quien se convertiría luego en el emperador Pedro Primero, declaró la independencia del país. Tradicionalmente, el festejo se realiza en Brasilia, con la presencia presidencial y un desfile militar.
Pero ese acto quedó suspendido por la pandemia. Pese a eso, Bolsonaro pretende convertir la celebración en manifestaciones a su favor que tendrán lugar en el distrito federal y en la ciudad de San Pablo. Si las movilizaciones fueran masivas, deberían marcar un antes y un después en las perspectivas de la reelección presidencial.
Lo que se teme, ahora, es que el presidente brasileño mueva sus huestes de las policías militares (de los estados provinciales), en las que encuentra un apoyo singular. El gobernador paulista Joao Doria alertó sobre posibles enfrentamientos, ya que irían a engrosar las marchas “militantes bolsonaristas armados”. Para evitar confrontaciones violentas, Doria prohibió un acto contrario a Bolsonaro. Sin embargo, este tendrá lugar en el centro paulistano, en el Valle de Anhangabaú. El presidente confirmó que estará presente en la concentración de la Avenida Paulista.
*Autora de Brasil, 7 días. Desde San Pablo, Brasil.
SM CP