—Acaba de recibir un reconocimiento del gobierno de la Comunidad de Madrid. ¿Qué significa para un escritor en el exilio recibir un premio a la tolerancia?
—Me parece muy importante y no en cuanto al beneficio que me pueda traer, que no es nada, sino para la sociedad cubana que está precisamente falta de tolerancia y de libertades. Es decir, es un pueblo sometido durante más de medio siglo a un gobierno que practica la intransigencia como si fuera una virtud y que además aplasta toda forma de disidencia, que no está dispuesto a aceptar a personas que se muevan fuera de los parámetros elegidos por el gobierno de lo cubano y lo revolucionario. Por esto es que han perseguido a los creyentes religiosos, han perseguido a las personas con opciones sexuales distintas a las de los heterosexuales, han perseguido a los artistas que realizan manifestaciones musicales o literarias que son contrarias a la ortodoxia. Todo esto de tal manera que lo que caracteriza al régimen es la intolerancia, de modo que todo lo que sea subrayar la importancia de lo contrario, la importancia de la tolerancia y la importancia de aprender a vivir con lo que no nos gusta, es algo que yo creo que les conviene a los cubanos.
—En este rasgo que marca de la intolerancia, que es típico de regímenes totalitarios, ¿se podría hacer una diferencia con el resto de las dictaduras militares latinoamericanas?
—Yo creo que es un problema de grados. El rasgo que identifica y hace parecidas a todas las dictaduras es la intolerancia, la intolerancia con el adversario y con el que es diferente. Lo que pasa es que en ningún país de América latina la cosa ha llegado al extremo de lo que se ha llegado en Cuba. Pero prohibir libros se hizo en la Argentina, no al extremo de someter a la cárcel a una persona por prestar libros prohibidos, como ocurrió en Cuba con los bibliotecarios independientes; perseguir a quienes escriben cosas contrarias a un régimen también ocurrió en todas partes, pero no como en Cuba, que lleva medio siglo con las cárceles repletas de personas que se atrevieron a escribir pacíficamente algunos comentarios críticos sobre el gobierno. Así que yo creo que es principalmente una cuestión de grados, pues en Cuba se ha llevado la intolerancia a unos parámetros que no se habían visto en América latina.
—¿Por qué cree que hay tanta complacencia internacional con Cuba? Esto teniendo en cuenta que cuando se sanciona la Declaración Universal de los Derechos Humanos, precisamente en lo que se hace hincapié es en que hay ciertos derechos que son universales y que todos los países la deben respetar sin que ningún gobierno pueda argumentar que tiene sus propias reglas; en este caso, que se basan en la intolerancia.
—Yo creo que la aceptación parcial del gobierno cubano ocurre más que nada en el nivel público, porque cada vez que hay una encuesta, que Lati-nobarómetro hace todos los años sobre el nivel de popularidad del gobierno cubano, resulta ser el más bajo de la región. En la Argentina, por ejemplo, es bajo el nivel de popularidad pero es el más alto de toda América latina, porque en la Argentina hay una grave confusión de valores hace muchísimo tiempo. Pero en general cuando la pregunta es: “¿Usted quisiera un régimen para su país como el cubano?”, la respuesta abrumadora es que de ninguna manera. Ahora, todos los gobiernos tienen una actitud distinta, tienen un mecanismo de protección, de no crearse problemas y no abrirse frente para que se los tiren a ellos. Por ejemplo en el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, países como Irán, China, Rusia, Libia y Cuba se ponen de acuerdo para establecer políticas comunes para defenderse de los ataques a las violaciones a los derechos humanos y ponen la diplomacia al servicio de eso. Ante esto, entonces, lo que hacen es esconder bajo la alfombra sus crímenes y lo hacen con la complicidad de otros países. Y lo que hacen muchos países para no meterse en problemas diplomáticos es ceder, lo que sucede mucho en América latina.
—Uno ve lo que acaba de pasar con Suecia, que al mencionar a Cuba entre los países del mundo que violan los derechos humanos en el mundo, sufrió la arremetida del gobierno cubano. Por eso, ¿coincide en que la principal exportación del régimen castrista es la intolerancia política?
—Sí, totalmente de acuerdo. Además, atraviesan sus fronteras, tú ves todo lo que hacen en Argentina y lo que financian. La mano autoritaria e intolerante se manifiesta en el exterior, no con la misma fuerza que en Cuba porque no pueden meter a la cárcel ni fusilar a la gente, pero con la misma virulencia.
—Pasando ahora al resto de América latina, ¿cómo considera que se encuentra en la región el estado de la tolerancia, una característica clave de la vida democrática?
—Hasta ahora en la Argentina hay presiones económicas contra los medios de comunicación incómodos para el Gobierno, pero no hay un acoso judicial importante, o por lo menos si lo hay yo no lo conozco. Tampoco a las personas que tienen una actitud crítica se las trata con severidad. Claro que el Gobierno tiene una mayoría muy cómoda y no sé cómo va a cambiar ese respaldo, porque se está viviendo una bonanza económica por los precios internacionales y por el consumo internacional, lo que genera un pronóstico de unos cuantos años de bonanza y crecimiento y, por lo tanto, de respaldo. Pero donde yo veo síntomas gravísimos es en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Ahí sí las cosas están muy mal.
—¿Cómo entiende la saludable realización de procesos electorales en América latina y que, al mismo tiempo, emerjan gobiernos como el de Correa en Ecuador?
—Hay señales mixtas, porque por una parte hay cuenta de que se respeta el ejercicio democrático, pero por otra hay pueblos que eligen la solución que no es solución sino la salida populista de la crisis, como es el caso de Ecuador. Pero la razón por la que eso sucede es porque falló el Estado ecuatoriano de manera estrepitosa. Los gobiernos anteriores durante veinte años se dedicaron a desnaturalizar la esencia de una república, que es el respeto por los poderes diferentes, el Judicial, el Legislativo y por supuesto el Ejecutivo; la falta de respeto a la ley en general, los niveles de corrupción y la incapacidad del Estado para crear los bienes que tiene que crear o los servicios que tiene que proporcionar de una manera adecuada. Entonces, si la educación pública es un desastre, si la salud pública es un desastre y la Justicia es prácticamente inencontrable en el país, y la Policía no protege de los atropellos y los problemas, entonces la gente para qué quiere a ese Estado si en vez de solucionarle los problemas lo que hace es aumentarlos. Es ahí donde se produce un giro, que es un giro suicida hacia un caudillo, que es el que los va a sacar de los conflictos y problemas. Ellos eligieron a Correa, que es un economista graduado en Estados Unidos y en Bélgica, pero con las ideas de un populista de izquierda inclinado a hacer en Ecuador la locura que está sucediendo en Venezuela, con lo que tendremos entonces a alguien que, en lugar de ser elegido para solucionar problemas, ha sido elegido para crearlos. Es eso lo que vamos a ver.
—¿Cómo analiza la situación de los partidos políticos en América latina y cuán necesaria sería una modernización de ellos?
—En general están muy mal los partidos políticos en América latina. Hay fuerza emergente antipartido que, muchas veces, por la misma falta de fuerza de los partidos esas fuerzas emergentes acaparan la atención de la opinión pública y se convierten en protagonistas. Creo que eso es gravísimo. Los partidos tienen que encontrar un diseño adecuado a la sociedad en la que viven, no todos pueden ser iguales. En segundo lugar, una idea clara de cuál es su función en el mantenimiento de la república; y al mismo tiempo, hacer todo esto sin que se produzca una oferta clientelista, es decir convertir a los partidos políticos en dispensadores de privilegios para sus partidarios, eso es lo que hay que evitar a toda costa. Pero por otra parte es muy difícil de evitar porque las sociedades y las personas quieren partidos políticos que los favorezcan a ellos personalmente, como individuos, y no al conjunto del país, por lo que hay que buscar un equilibrio muy complicado. En algunos países es más fácil, por ejemplo en Europa, donde los partidos aún son fuertes, al igual que en Estados Unidos. Pero para que los partidos sean fuertes y funcionen, lo primero que tiene que funcionar es el estado de derecho y el Estado tiene que dar sus frutos, porque ante Estados fallidos la consecuencia es la explosión de los partidos. La pregunta que se hace la gente es: “¿Para qué quiero partidos políticos, si la consecuencia de que pasen por el poder es un desastre?”.
—¿De qué manera analiza la situación actual de Cuba?
—Yo creo que todo el mundo está esperando que muera Castro y que empiece alguna suerte de cambio. El país está congelado con unas ideas de principios del siglo XX y un modo de administración de 1970, que es cuando se calca el modelo soviético. Ya no existe el marxismo ni la URSS, pero el país sigue como una especie de imagen del pasado congelada y la gente desesperada. Pero todos están convencidos de que el régimen va a cambiar y lo probable es que el cambio comience con la muerte del caudillo.
—¿Qué tipo de cambios podría haber?
Creo que el único cambio que podría tener Cuba, como cualquier régimen comunista, es avanzar en cuotas de libertad y de mercado, no hay otro camino. Bueno, el otro podría ser la involución: cavar trincheras y convertirse en algo peor que Corea del Norte. No me parece que eso vaya a pasar, porque la clase dirigente cubana está totalmente desmoralizada, no cree en el sistema y no va a defenderlo.
—¿Cómo ve la situación en Venezuela?
—Como sabemos, todo el poder lo acapara el señor Hugo Chávez. Yo creo que sí hubo en 2004 fraude en el referéndum y a partir de ahí se aceleró el proceso al socialismo, como él lo llama y cuyo modelo es Cuba. Y hacen cosas como el acoso a la prensa, en donde ya gran parte de ella está silenciada o neutralizada. Recientemente, por ejemplo, comenzaron a arrancar las vallas en las carreteras porque eso induce al consumo y eso es malo de acuerdo a las teorías de esta gente. Unos dementes, porque si no hay consumo y no se mueve la economía, a ver cómo prosperan y crecen los países entonces. Ahora están en la fase súper radical, con lo que cierran un canal de televisión, amenazan a un director de un periódico que no se vende a un amigo del gobierno y arrancan las propagandas publicitarias. De manera que ahí vamos hacia una dictadura cada vez más intolerante y cada vez más antioccidental. Se ha dado una emigración que ya es masiva de la gente más educada, en donde, como no se ha podido salvar el capital financiero, se van a salvar el capital humano; se van con sus conocimientos a otra parte, donde los aprovechen mejor y donde puedan hacer mejor sus vidas. Creo que estamos viendo la creciente demolición de la República Venezolana y seguirá hasta que quede en escombros y sea muy pobre. Ya PDVSA, que es el motor económico del país porque es la empresa pública que controla el petróleo, se convirtió en la caja chica de Chávez, que utiliza sus recursos como le da la gana. PDVSA está en una situación financiera sumamente crítica.
—¿No cree que debería haber nuevos lineamientos políticos? Es decir, tradicionalmente los sectores liberales estaban asociados con sectores conservadores, un poco por la defensa de las libertades económicas, en tanto que la izquierda democrática estaba aliada a sectores más radicales de izquierda, también por cuestiones económicas. ¿Acaso no llegó la hora en América latina de ir hacia un liberal progresismo, como uno puede ver en Chile?
—Yo creo que sí. Chile es un caso interesante de cómo los partidos políticos se han agrupado para la defensa en general de un modelo de libertades económicas y políticas. Y es muy importante eso que tú has dicho porque la prioridad es el sostenimiento de un modelo de libertades, y a partir de ahí se empiezan a establecer los matices. Hay países en Europa en donde los liberales han podido convertirse en opciones de gobierno con los demócrata-cristianos o con los socialdemócratas, como en Alemania. Pero arrancándoles a cambio las concesiones de carácter ideológico que se necesitan para el sostenimiento de las libertades. En otras palabras, cuando los liberales alemanes pactan con los demócrata-cristianos, es a cambio de que el Estado continúe siendo un Estado fundamentalmente laico en donde se respeten los derechos individuales de una manera muy clara. Cuando pactan con los socialdemócratas, parte del pacto es que la propiedad privada se respete.
* Periodista de CADAL