INTERNACIONAL
opinión

Es el coronavirus, estúpido

imagen default
| Cedoc

“La economía, estúpido”, rezaba el cartel que colgó el estratega político James Carville en la pared. La frase se convirtió en el mantra de la campaña en la que Bill Clinton desalojó de la Casa Blanca a George H. Bush, el último presidente de Estados Unidos que no fue reelecto. Cuando en febrero se registraron los primeros casos positivos de Covid-19 en el país, la economía pavimentaba el camino de Donald Trump a la victoria. Para él, era ella la que le aseguraría cuatro años más en el poder. Para los demócratas, en cambio, se trataba de una disputa cultural, social, y política: defender a las minorías y las instituciones de un mandatario que las agredía y desafiaba a cada paso. 

Pero con el correr de los meses, la campaña se transformó radicalmente. La economía se hundió, y con ella se ahogó el as de espadas de Trump. Y mientras millones de personas perdían su empleo, 207 mil perdían la vida. La dinámica política ya era otra. En el debate del martes pasado, Carville hubiera actualizado su icónica frase: “Es el coronavirus, estúpido”. 

Según una reciente encuesta del sitio Five Thirty Eight, el Covid-19 es la principal preocupación de los estadounidenses, diez puntos por encima de la economía, cuya caída está íntimamente vinculada con la crisis sanitaria. Si más de un tercio de los consultados consideraba eso antes de que Trump se contagiara, ¿cuántos lo pensarán ahora mientras votan por correo y cuántos el próximo 3 de noviembre, cuando acudan a las urnas? 

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Nadie sabe cómo impactará el cuadro clínico de Trump en el resultado de las elecciones. La incertidumbre sobre su salud, su candidatura y el futuro político del país impide proyectar cualquier análisis. Lo que quedó claro es que los comicios serán un referéndum no sólo sobre su controvertido liderazgo, sino también sobre su gestión de la pandemia. 

Trump hizo todo lo posible para desviar el foco de la atención. Propuso a la jueza Amy Coney Barret para la Corte Suprema; cuestionó las protestas por la violencia policial en ciudades gobernadas por demócratas; puso en duda la integridad de las elecciones; denunció un fraude en el voto por correo; y agitó los fantasmas del Caballo de Troya de la “izquierda radical”.

Pero su hisopado instaló la pandemia, una vez más, en el centro de la escena. Mientras algunos creen que Trump se beneficiará del “Efecto Bolsonaro”, recuperándose de la infección y aumentando su popularidad a pocos días de las elecciones; otros señalan su deficiente gestión sanitaria. La imagen de un dirigente vulnerable, humanizado, que agradece a médicos del Centro Médico Militar Walter Reed, puede generar empatía. Pero su rostro abatido, con un barbijo que tantas veces se negó a usar, afectado por una enfermedad que minimizó, es un boomerang que desarma su estrategia de comunicación política.

Si el presidente hubiera minimizado y descartado la posibilidad de un ataque terrorista y, luego, Estado Islámico hubiera perpetrado un atentado en Estados Unidos, la prensa, la oposición y gran parte de la sociedad le hubiera facturado la negligencia. En este caso, su (i)rresponsabilidad amenaza con espantar al electorado que no integra su núcleo duro, pero que en 2016 lo votó porque era “el mal menor”. 

Para aquellos votantes, la opción entre Trump y Biden puede dirimirse con una pregunta: ¿Quién enfrentará mejor la pandemia?