El 15 de diciembre de 2000, a las 13:17, la Central Nuclear de Chernóbil cerró definitivamente sus puertas, poniendo fin a la operación de su último reactor en funcionamiento, el Reactor No. 3. Aquel evento, que marcó el cese de la generación de energía nuclear en el sitio del peor desastre nuclear de la historia, no fue un acto silencioso, sino una ceremonia televisada a nivel nacional y ampliamente cubierta por los medios.
Saliendo desde la capital, Kiev, el entonces presidente ucraniano Leonid Kuchma dio la orden de apagado. El ingeniero de la sala de control, Oleksandr Yelchishchev, fue el encargado de pulsar el interruptor AZ-5, activando el sistema automático de seguridad que deslizó las barras de control hacia el núcleo del reactor. Fue una culminación agridulce: el fin de un riesgo nuclear inaceptable, pero también el cierre de una fuente de energía que aún proporcionaba el 5% de la electricidad de Ucrania, y el despido de miles de trabajadores.

Presión occidental y una promesa aplazada
A pesar del catastrófico accidente del Reactor No. 4 en 1986, los reactores restantes (Unidades 1, 2 y 3) de tipo RBMK-1000 continuaron operando durante años. De hecho, el Reactor 3 estuvo en servicio desde 1982, operando por más de 18 años hasta su cierre final, incluso después de las modificaciones de seguridad implementadas post 1986.
La presión de los países occidentales y grupos ambientalistas para el cierre definitivo fue intensa y sostenida. Ucrania se resistió inicialmente, argumentando la necesidad de la electricidad producida y los miles de puestos de trabajo que dependían de la planta. El gobierno ucraniano exigió ayuda financiera externa a cambio.
Finalmente, el presidente Kuchma se comprometió con el cierre durante una visita del presidente estadounidense Bill Clinton en mayo de 2000. El acuerdo incluyó asistencia financiera de la Unión Europea y países occidentales (a través de programas como TACIS) para ayudar a Ucrania a abordar la provisión de electricidad de reemplazo.
El legado imborrable y los retos actuales
A 25 años del apagón, el legado de Chernóbil sigue siendo ineludible. Aunque el cierre de 2000 eliminó el riesgo de un nuevo accidente operativo en el sitio, la tragedia original dejó una herida abierta. Cifras oficiales ucranianas indican que miles de trabajadores de limpieza (liquidadores) han fallecido o han quedado discapacitados por la radiación. Millones de personas en Ucrania, Bielorrusia y Rusia sufren de enfermedades relacionadas con la lluvia radiactiva.
El desafío inmediato después del cierre fue el desmantelamiento y la gestión de los residuos. La Unidad 4, destruida en 1986, quedó encapsulada por el sarcófago original (un refugio construido apresuradamente). Posteriormente, se construyó el Nuevo Confinamiento Seguro (NSC), una gigantesca estructura móvil completada en 2019, diseñada para permitir el desmantelamiento seguro del sarcófago envejecido y la gestión de 200 toneladas de material altamente radiactivo.
Bajo presión de EE.UU., Ucrania y Europa buscan acuerdos básicos
Sin embargo, el sitio de Chernóbil sigue siendo un punto crítico, en el contexto del conflicto bélico en curso en Ucrania. La zona de exclusión ha sido objeto de ocupación militar, lo que ha puesto en riesgo la seguridad nuclear del sitio. Informes recientes (diciembre de 2025) señalan que el NSC sufrió daños por un ataque con drones en febrero de 2025, comprometiendo su función principal de contención, aunque los niveles de radiación se mantuvieron estables.
La promesa de 2000 —que el desastre nuclear de Chernóbil terminaría con un simple interruptor de apagado— nunca fue del todo cierta. El cierre fue un hito histórico necesario, pero la limpieza, el desmantelamiento, y la gestión del residuo radiactivo, agravada por la inestabilidad geopolítica, demuestran que la pesadilla de Chernóbil es una saga que Ucrania y la comunidad internacional aún no terminan de escribir.