El debate con Nixon. El presidente más joven. La lucha contra el racismo. La guerra de Vietnam. El acercamiento a Latinoamérica. Las entrevistas con Arturo Frondizi. El “Soy un berlinés” en Alemania. El Happy Birthday de Marilyn. La crisis de los misiles. El sueño de llegar a la Luna. Su amor incondicional: Jackie. Y el balazo final, del que ayer se cumplieron cincuenta años.
Como toda obra política, la breve gestión de John Fitzgerald Kennedy puede elogiarse o criticarse. Pero lo que ya nadie discute es la dimensión histórica de su figura, a cuya sombra crece el recuerdo de aquellas instantáneas que marcaron su carrera. El asesinato de JFK tiene un lugar en el podio de los eventos más extraordinarios e inexplicables del siglo XX: un presidente de los Estados Unidos masacrado a la vista de todo el mundo, en vivo y en directo.
Como si el tiempo no hubiera pasado, las campanas de Dallas repicaron ayer a las 12.30 del mediodía, la hora exacta en la que el tirador Lee Harvey Oswald apretó el gatillo, y miles de ciudadanos guardaron silencio. “Ese día, las banderas a media asta flamearon hasta en Berlín”, dimensionó el alcalde de la ciudad, Mike Rawlings, durante la ceremonia de homenaje por el 50º aniversario. Las autoridades labraron en piedra un fragmento del discurso que Kennedy había preparado para aquel 22 de noviembre de 1963 y que nunca llegó a pronunciar.
Todavía hoy, la texana y republicana Dallas intenta librarse del rótulo de “ciudad del odio”. Dicen que, antes de llegar al lugar donde sería asesinado, JFK le había advertido a Jacqueline: “Vamos a una tierra de locos”. El resto es historia conocida: un perturbado mental le voló la cabeza. Cinco décadas después, sin embargo, la mayoría de los estadounidenses no cree en la versión oficial que indica que Oswald actuó sin cómplices.
La Casa Blanca optó por honrar al difunto ex mandatario dos días antes del aniversario del crimen, recordándolo más por sus logros políticos que por su trágico final. Por eso Barack Obama, quien el miércoles había visitado la tumba de JFK junto a Bill Clinton, no estuvo presente en la ceremonia de ayer en Dallas y pidió que Kennedy fuera “recordado como fue: joven, valiente y atrevido”.
Aunque el extracto social de Kennedy se parece más al de Clinton que al de Obama, el actual jefe de Estado tiene derecho a sentirse el heredero del legado político de JFK. El “Yes, we can” con el que llegó al poder agitó a las nuevas generaciones del mismo modo que la irrupción de Kennedy había convulsionado a los jóvenes en la campaña de 1960. JFK fue el presidente más joven en llegar a la Casa Blanca y el primero católico; Obama, el primero negro.
Quedará para el recuerdo aquella imagen de la campaña presidencial de 2008, cuando un joven afroamericano que aspiraba a la Casa Blanca recibió de manos de Ted Kennedy, el patriarca de la gran familia demócrata desde la muerte de su hermano, una antorcha que simbolizaba al mismo tiempo una herencia y una chance.
“El permanece en nuestra imaginación no porque se lo llevaron demasiado pronto, sino porque encarnaba el carácter del pueblo al que sirvió”, dijo Obama. Cincuenta años después, el misterio en torno a la muerte de Kennedy sigue siendo el mismo. La fascinación por su figura, también.
¿Se puede repetir la tragedia?
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo ayer que no se preocupaba por su propia seguridad y que duda de que un nuevo magnicidio pueda ocurrir en los Estados Unidos, en una entrevista realizada al conmemorarse los cincuenta años del asesinato de John F. Kennedy en Dallas. “Yo no pienso en eso”, dijo el 44º mandatario de Estados Unidos en entrevista con la periodista Barbara Walters, en la cadena ABC, al ser interrogado sobre su seguridad personal.
Obama atribuyó su serenidad a la labor del servicio secreto, el cuerpo de policía de élite que lo protege y, según él, realizando “un trabajo extraordinario todos los días”.
“Obviamente, la tragedia (del atentado de Dallas ) ha transformado al servicio secreto de muchas maneras , ellos cumplen su tarea de una forma increíble”, aseguró el presidente.