La invasión rusa a Ucrania produjo un giro en la concepción militar de Europa. Las potencias del continente decidieron rápidamente reforzar su Fuerzas Armadas de distintas formas. En lo que coincidieron fue en reintroducir el servicio militar voluntario o mantenerlo y ampliarlo, las que lo tenían.
Mariano Bartolomé, analista internacional, doctor en Relaciones Internacinales y profesor de grado y posgrado de la Universidad española Camilo José Cela, habló con Perfil sobre esta nueva etapa de Europa, resaltando en primer lugar que el continente percibe un riesgo real de conflicto con Rusia, y no en un futuro lejano. El problema, explica, es que los líderes mantienen diferencias muy marcadas.
—¿Por qué Europa vuelve a discutir –y en algunos casos reinstalar– el servicio militar?
—La razón central es la percepción de que existen probabilidades importantes de un conflicto armado en el mediano plazo con Rusia. Este debate tomó forma después de la invasión a Ucrania, que muchos interpretaron como el primer paso de un proceso más amplio que podría involucrar a países de Europa occidental colindantes con Rusia, como Polonia y las naciones bálticas. Y, eventualmente, podría derivar en un enfrentamiento con la OTAN en su conjunto.
—¿Europa está preparada para una guerra con Rusia?
—En términos de poder militar convencional, Europa está a la par de Rusia y, en algunos sectores, incluso la supera. Europa occidental no es Ucrania: es muchísimo más fuerte, y ese punto es clave. Tampoco puede descartarse que EE.UU. termine tomando partido por sus aliados europeos, más allá de la sintonía personal entre Donald Trump y Vladimir Putin. Donde Rusia sí mantiene una ventaja significativa es en materia nuclear –tanto táctica como estratégica–, una capacidad que ejerce un fuerte efecto disuasorio. Respecto de sus motivaciones, Putin tiene objetivos, metas y aspiraciones vinculadas al rediseño del escenario de seguridad europeo, objetivos que involucran a varias naciones de Europa occidental y que eventualmente podrían llevarlo a considerar el uso del instrumento militar. Sin embargo, creo que Putin es una persona prudente y un estratega que maneja muy bien los tiempos. Más allá de sus amenazas o mensajes, no considero que su primera opción sea recurrir al poder militar.
—La OTAN debate sobre el gasto y la capacidad militar. ¿Cuánto influye la presión de EE.UU. para que Europa refuerce su compromiso y su personal?
—La influencia de Estados Unidos es total. Europa siempre confió en que, ante una agresión, Washington acudiría en su defensa porque así lo establece el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. Durante la Guerra Fría y también después, frente a una eventual agresión soviética primero y rusa luego, EE.UU. estaba dispuesto a intervenir. Ahora, Washington advierte que esa ecuación ya no puede sostenerse del mismo modo: lleva décadas invirtiendo enormes recursos, dinero y personal para garantizar la seguridad europea, mientras que muchos países del continente no asumieron esfuerzos equivalentes. El mensaje estadounidense es claro: “Si ustedes no empiezan por defenderse, ¿por qué tendría que hacerlo yo?”. Y es ahí donde Europa descubre que su vulnerabilidad es mayor de lo que creía, al depender tanto de la decisión norteamericana. EE.UU. exige más inversión en defensa y mayor compra de armamento. Y, en esa línea, también busca que buena parte de esas adquisiciones provengan de su propia industria militar.
—¿Por qué la UE no logró construir aún una capacidad militar propia?
—El tema de la autonomía estratégica de Europa es central, y lo cierto es que el continente todavía carece de ella. A lo largo de las décadas hubo intentos: la Unión Europea Occidental, la Brigada Franco-Alemana, el Eurocuerpo y algunas iniciativas en el Mediterráneo. Pero ninguna llegó a consolidarse como una estructura de defensa autónoma. Cada vez que Europa necesitó realizar despliegues militares de envergadura fuera de sus fronteras –como en Kosovo– tuvo que recurrir a la logística estadounidense. Hoy, nuevamente, se discute en Europa la necesidad de construir por fin una autonomía estratégica. Pero eso no se logra de un día para el otro: es el resultado de un programa sostenido en el tiempo. Y, aunque hay avances en materia de aumento del gasto militar, todavía no existe dentro de la Unión Europea un desarrollo completo y operativo de su política exterior y de seguridad común que permita hablar de una autonomía real.
—Respecto de los jóvenes, ¿están dispuestos a asumir un rol más activo como “ciudadanos-soldados”?
—Como profesor universitario, interactúo con jóvenes de distintos países europeos que vienen a España por intercambios académicos, y no los veo particularmente proclives a involucrarse en cuestiones militares. Existe conciencia de la amenaza que representa Rusia, pero no percibo disposición a asumir un rol militar para hacer frente a esa amenaza.
Por eso, cualquier proceso de rearme o de búsqueda de autonomía estratégica tendrá que ir acompañado por un fuerte énfasis en la cultura de la defensa y en la comunicación de los riesgos reales que enfrenta el estilo de vida europeo. Solo así será posible generar entre los jóvenes los consensos y respaldos necesarios para el desafío que se viene.
Ahora bien, el problema central no pasa tanto por los jóvenes, sino por los líderes europeos. El primer consenso que Europa necesita es entre sus dirigentes. Lo que hoy se observa son divergencias, disensos y actitudes muy distintas que dificultan la construcción de una posición común. Y esa falta de cohesión es una debilidad seria frente a un interlocutor único y monolítico como Rusia. Recién cuando la dirigencia europea esté a la altura de las circunstancias se podrá pensar en trasladar ese consenso a las nuevas generaciones.