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Vaticano

¡Felices Pascuas!

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Es uno de los comienzos más lindos entre los libros de investigación periodística. En Su Santidad, de Carl Bernstein y Marco Politi, el Papa Juan Pablo II está analizando unas fotos satelitales desparramadas sobre su escritorio, que retratan con sofisticación tecnológica la geopolítica europea de los tiempos de la Guerra Fría. Karol Wojtyla dedicaba buena parte de su tiempo terrenal a acelerar la desarticulación del bloque soviético que atenazaba, entre otras naciones, a su querida Polonia. Así se convirtió en uno de los operadores decisivos en la caída de la Cortina de Hierro que partía al planeta en dos mitades ideológicas.

Muerto Juan Pablo II, y entronizada la globalización con sedes en Nueva York, Francfort y Shangai (entre otras filiales claves del capitalismo posmoderno), el sucesor papal asumió sin misión extra-religiosa. Es decir, Joseph Alois Ratzinger tuvo que cruzar el desierto durante los primeros meses de su gestión, padeciendo la incómoda comparación con el carismático estadista de la fe que fue Juan Pablo II. Pero la paciencia alpina de Benedicto XVI comienza a dar frutos.

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Sin temor ni esperanza, el nuevo Papa le dio la espalda al histrionismo mediático de su predecesor, y no se le cayeron los anillos cuando tuvo que expresar sin eufemismos su urticante visión del fundamentalismo islámico. Cosechó tempestades. Fue criticado por varios vaticanistas expertos en comunicación a causa de su falta de tacto.

Políticamente incorrecto hasta la imprudencia, el sumo pontífice optó por plantar bandera, en vez de acomodar su discurso al protocolo diplomático. Así fue testeando su influencia en un terreno que quizá defina el nuevo campo de batalla planetario: la pulseada entre culturas muy distantes, aquello que fue bautizado como “choque de civilizaciones”. La guerra de hoy, el pan nuestro de cada día.

Hombre de fe, sin lugar a dudas, Su Santidad parece haber encontrado su destino globalizado, su misión en el reino de este mundo. La revelación periodística del diario The Guardian indica que Ratzinger aprovechó la crisis de los marinos detenidos por el régimen iraní para entrenarse como mediador intercultural. Tal vez este episodio, con final feliz, haya sido el bautismo de Pascuas para otro liderazgo histórico diseñado en Piazza San Pietro.

Prosecretario de Redacción del Diario Perfil

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