El papa Francisco visitó ayer los campos de exterminio nazis de Auschwitz y Birkenau, donde un millón cien mil personas fueron asesinadas. Allí, recorrió los barracones, rezó, saludó a diez supervivientes y escribió un emotivo mensaje en el libro de visitas. “Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”, fueron las palabras en español elegidas por Jorge Bergoglio en su paso por los campos de la muerte.
Acompañado por sus guardaespaldas y por fotógrafos, recorrió el lugar en silencio durante una hora y media. Tan sólo habló cuando saludó a los sobrevivientes, a las autoridades y a un grupo de 25 familiares de los “Justos de las Naciones”, un título que se concedió a un grupo de personas por su ayuda a los judíos perseguidos.
El pontífice argentino atravesó solo la entrada de Auschwitz, bajo la macabra inscripción en hierro “Arbeit macht frei” (“El trabajo los hará libres”) y deambuló silenciosamente entre los barracones.
A bordo de un coche eléctrico, se detuvo frente al patio donde se llamaba a los condenados a muerte y donde el sacerdote polaco Maximiliano Kolbe ofreció su vida a cambio de la de un padre de familia que iba a ser ejecutado.
Francisco permaneció ahí sentado con los ojos cerrados y en profundo recogimiento durante algunos minutos y, luego, besó y acarició uno de los postes de madera utilizados para las ejecuciones.
Después se trasladó al bloque 11, donde se encontraban las celdas subterráneas en las que encerraban a los condenados a muerte. Allí, ingresó al cubículo donde el jesuita Kolbe murió, tras tres semanas de inanición y una inyección letal. Francisco permaneció en ese lugar solo, rezando durante aproximadamente diez minutos, en medio de una leve penumbra, sentado en una silla, cabizbajo y con la puerta enrejada abierta a sus espaldas.
Precedido por Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco fue el tercer Pontífice en visitar el emblemático campo de concentración empleado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Además, se trasladó a Birkenau, el “Auschwitz 2”, construido a unos tres kilómetros de distancia, para que Adolf Hitler llevase a cabo la llamada “solución final” con la que exterminó a seis millones de judíos. En la explanada, un millar de personas observó a Francisco pasar delante de las lápidas de mármol con inscripciones en los 23 idiomas de los prisioneros, mientras un rabino entonaba el salmo 130, el De Profundis.
Visiblemente emocionado, Francisco culminó su recorrida por el corazón del horror nazi.