Es un hito histórico: por primera vez desde la Revolución Islámica de 1979, los presidentes de los Estados Unidos e Irán mantuvieron un contacto directo. Barack Obama anunció ayer que llamó por teléfono a su par iraní, Hassan Rohani, para dialogar sobre un acuerdo en torno al programa nuclear de Teherán. La comunicación entre ambos mandatarios coronó los gestos de apertura que Rohani había ensayado esta semana durante la Asamblea General de la ONU en Nueva York.
“Los dos discutimos los esfuerzos para alcanzar un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán –comentó Obama tras el diálogo–. Le reiteré al presidente Rohani lo que dije en Nueva York: aunque seguramente habrá importantes obstáculos para avanzar y el éxito no está absolutamente garantizado, creo que podemos llegar a una solución integral”. El jefe de Estado norteamericano aseveró que el cambio de mando en Teherán ofrece una “oportunidad única” y dijo que existen las bases para construir una “nueva relación” bilateral.
Con el reemplazo de Mahmud Ahmadinejad por Rohani, el gobierno de Irán pasó de la negación del Holocausto a la condena de los crímenes del nazismo, de la intransigencia sobre su programa nuclear a la promesa de que se puede llegar a un acuerdo en menos de un año, y del congelamiento absoluto de las relaciones con los Estados Unidos a un acercamiento inédito entre ambos países.
Expertos y analistas se preguntan ahora si la nueva cara que muestra Rohani refleja un cambio sustancial, o si es más de lo mismo con nuevo envase. La incógnita es si el régimen político iraní le dejará margen de maniobra al mandatario para concretar su disposición al “diálogo y la moderación”.
Un ejemplo de ello es el hecho de que Rohani haya propiciado un encuentro al nivel de cancilleres y luego le haya atendido el teléfono a Obama, pero no haya accedido a una reunión bilateral con su par estadounidense para evitar una foto que podría traerle reproches internos.
El voto masivo a Rohani en las últimas elecciones presidenciales evidenció el hartazgo de los iraníes frente a la forma de relacionarse con el mundo que había adoptado Ahmadinejad. “El mensaje de las urnas fue claro: los iraníes buscaron al candidato con más chances de revertir las sanciones económicas internacionales que hicieron miserable la vida de millones de ciudadanos”, escribió el analista David Rothkopf en la revista especializada Foreign Policy.
El asunto es qué tan lejos podrá ir Rohani. Los defensores del gobierno iraní sostienen que el mandatario avanzará sin restricciones. “Rohani tiene absoluta autoridad para negociar, lo que no está claro es si los Estados Unidos y sus aliados serán lo suficientemente maduros y racionales”, dijo a PERFIL Mohamad Marandi, catedrático de la Universidad de Teherán.
Pero la mayoría de los analistas no comparten ese diagnóstico. “Rohani es mucho más moderado que Ahmadinejad, pero el gran problema que tiene es su jefe Jamenei –afirmó a este diario Meir Javedanfar, experto en asuntos iraníes del Centro Interdisciplinario de Herzliya en Israel–. El peligro más grande para el ayatolá son las sanciones, por lo que probablemente dejará que Rohani llegue a un acuerdo con los Estados Unidos sobre el programa nuclear. Pero no irá más lejos”.
Ese equilibrio inestable se observa en el Parlamento iraní. “Al igual que ocurrió con Ahmadinejad, el establishment político respaldará a Rohani mientras él tenga el apoyo de Jamenei”, subrayó el investigador iraní Alex Vatanka, del Middle East Institute.