“¿Qui’hubo Juanqui?”, se limitó a decirle Ingrid Betancourt a su marido, mientras le daba dos palmaditas desangeladas en una mejilla.
Las fotos tomadas ese 2 de julio de 2008, cuando regresó a Bogotá después de permanecer 6 años, 4 meses y 9 días secuestrada en la selva por los guerrilleros de la FARC, son un dramático testimonio del estupor que sobrecogió en ese momento a Juan Carlos Lecompte.
“Había imaginado todas las hipótesis, menos ésa”, admite, todavía conmovido, a pesar de los 18 meses transcurridos desde entonces.
Ese gesto frío lo traumatizó a tal punto que decidió utilizar esa foto para ilustrar la portada de un libro demoledor que salió el jueves en París: Ingrid et moi, une liberté douce amère, que podría traducirse como Ingrid y yo, una libertad agridulce.
Sus sorpresas no concluyeron con ese saludo. En el discurso que pronunció pocos minutos después en el aeropuerto, Ingrid Betancourt agradeció a Dios, al presidente colombiano Alvaro Uribe, a su madre y a cada miembro de su familia, a su ex marido, al comando que la rescató de la selva, a Francia y el presidente Nicolas Sarkozy (tiene la doble ciudadanía), a los comités de apoyo… A todos, menos a su marido, que durante esos años había consagrado su vida a movilizar la opinión pública mundial.
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