Desde que perdió la reelección frente a Lula, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, permanece en silencio y recluido en la residencia oficial en la capital, sin dar explicaciones, creando una inquietante atmósfera de vacío de poder en el más alto escalón del Estado.
Solo después de más de dos semanas de encierro, interpretado por analistas como el signo de una furiosa incapacidad para aceptar la derrota, apareció una primera explicación oficial.
El aislamiento de Bolsonaro, de 67 años, en el Palacio de la Alvorada desde el 30 de octubre, se debe a una erisipela, una infección bacteriana de la piel que afecta una de sus piernas, aseguró el miércoles su vicepresidente, Hamilton Mourao.
“Tiene un problema de salud. No puede ponerse pantalones. ¿Cómo va a venir en bermudas?”, explicó el vicepresidente al diario O Globo, información aún sin confirmar por parte de la presidencia. El propio vicepresidente había dicho poco antes al diario Valor que Bolsonaro estaba recluido para “un retiro espiritual”.
El general Mourao incluso dio a entender que el encierro de Bolsonaro podría durar hasta el final de su mandato. “Yo no soy el presidente. No puedo entregar la banda presidencial a Luiz Inácio Lula da Silva”, dijo al periódico Valor en caso de que Bolsonaro rechace ese ritual el día de la asunción de su sucesor, el 1 de enero de 2023.
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Agenda reducida. La noche de su derrota, por poco más de dos millones de votos contra Lula, Bolsonaro prefirió irse a la cama sin reconocer la victoria del líder de izquierda.
Dos días después reapareció para un breve y enrevesado discurso, reconociendo a medias su derrota, mientras evocaba “la indignación” y “el sentimiento de injusticia” que sentían sus seguidores, al referirse a los bloqueos de carreteras montados por bolsonaristas que niegan la derrota.
Sus cuentas en las redes sociales, hiperactivas bajo su presidencia, llevan casi tres semanas prácticamente en silencio.
El presidente de la mayor nación de América Latina se ausentó de la cumbre del G20 en Bali y de la conferencia del clima COP27 esta semana. También fue reemplazado por su vicepresidente para la presentación de las cartas credenciales de varios embajadores, incluido el de Argentina, Daniel Scioli, que había renunciado para cubrir brevemente el Ministerio de Desarrollo Productivo, pero volvió a ser designado al frente de la embajada en Brasilia.
Su agenda oficial, comunicada por la presidencia, es muy escasa: apenas reuniones de media hora con ministros o asesores, siempre en la Alvorada.
Bolsonaro también abandonó su tradicional transmisión de los jueves por la noche en Facebook, donde solía cuestionar el abordaje de los medios a temas de actualidad y defender su gestión, hablándoles directamente a los brasileños.
“Ego herido”. Para Oliver Stuenkel, de la Fundación Getulio Vargas (FGV), el silencio presidencial es ante todo político. Bolsonaro “no puede reconocer oficialmente el resultado (de la elección), pero tampoco puede impugnarlo explícitamente por temor a problemas con la justicia electoral”, dice.
“Guardar silencio es la mejor solución” para el presidente, dijo el profesor de la FGV. “No quiere perder el apoyo de sus partidarios más radicales que se manifiestan frente al cuartel general del ejército” a favor de la intervención militar. “Y funciona”. El martes, feriado en Brasil, miles de manifestantes tomaron las calles de las grandes ciudades contra la victoria de Lula, que consideran “robada”.
En las redes sociales, los internautas se inclinaron más por la hipótesis psicológica para explicar el silencio del mandatario ultraderechista.
“Está deprimido y apático. Su derrota destruyó su inmunidad”, bromeó un usuario de Twitter. “¿Pero dónde está esa lesión que impide que Bolsonaro trabaje?”, preguntó otro, “¿En la pierna? ¿En el ego?”.
Sylvio Costa, del sitio Congresso em Foco, no descartó que “la negación se haya convertido en depresión” en Bolsonaro, que “dejó de trabajar”.
“Esta es su primera derrota después de nueve victorias electorales” en más de 30 años: fue elegido concejal de Río, siete veces diputado y luego presidente.
“Sus amigos lo abandonan, es objeto de una decena de investigaciones y teme la cárcel; creo que se siente perdido”, dijo Costa.
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¿Qué puede pasar entre ahora y el 1 de enero? Bolsonaro puede “quedarse confinado o reaparecer con un discurso golpista y crear la mayor turbulencia posible” para el gobierno de Lula, evalúa Costa.
Mientras tanto, Lula fue recibido como si ya fuera el jefe de Estado en la COP27 en Sharm el-Sheikh, y multiplicó las reuniones de alto nivel: “¡Brasil está de regreso!”, exclamó.
“En las elecciones los que ganan ríen y los que pierden lloran. Me parece que los que fueron derrotados ahora no supieron perder”, dijo ayer el presidente electo desde Lisboa.
Quién sería el embajador en Buenos Aires
S.A.F.
Fuentes diplomáticas brasileñas consultadas por PERFIL sostuvieron que uno de los más firmes candidatos a encabezar la embajada en Buenos Aires –uno de los puestos claves para Itamaraty– en el futuro gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva es el diplomático Ricardo Neiva Tavares, que durante la primera gestión del presidente electo era el responsable de la comunicación en la cancillería comandada entonces por Celso Amorim. Neiva Tavares, que ha estado “exiliado” en puestos menores durante la gestión de Jair Bolsonaro, fue asesor internacional hasta poco tiempo atrás del ahora expresidente del Supremo Tribunal Federal, la corte brasileña, Luís Fucs.
Las mismas fuentes agregaron que uno de los nombres que suenan con fuerza para liderar Itamaraty es el de un exembajador en Buenos Aires, Mauro Vieira, que ya ocupó la cancillería durante el segundo mandato de Dilma Rousseff y hoy se encuentra en un destino “frío” y poco influyente en la política exterior, como Croacia. Días atrás, durante la primera visita a Brasilia que hizo tras ser electo, Lula da Silva se reunió con el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, con quien acordó que la Cámara Alta no realice ninguna audiencia de aprobación, las llamadas “sabatinas”, de embajadores propuestos por el gobierno Bolsonaro.