Marcola, el líder de los presos paulistas que tuvo en vilo a la ciudad más grande de América del Sur por más de cuatro días -a golpes de fuego cruzado y artillería pesada-, y Fernandinho Beira-Mar, el capo del narcotráfico carioca, parecerán niños de pecho cuando se conozcan los detalles de la historia de Francisco das Chagas Rodrígues Brito, acusado del asesinato de al menos 42 jóvenes en el estado brasileño de Marañón, al nordeste de ese país.
Rodrígues Brito aparece involucrado, en principio, con el homicidio de Jonathan Silva Viera, de 15 años, cuyo cadáver, con signos de estrangulamiento, apareció en diciembre de 2003. Pero no sería su única víctima: la prensa ha crucificado al ex bicicletero de 42 años antes del juicio oral y público que empezó ayer en la ciudad de San José de Ribamar.
Entre las pasiones más o menos probadas de Das Chagas están los rituales umbanda, en esta zona del Brasil más emparentados con las ceremonias vudú que se practican en Haití que con el candomblé bahiano que suele ser festejado por los turistas (cuando no se desmayan) y en algunas composiciones de Caetano Veloso.
En rigor, el hombre también está imputado de haber matado a dos niños, y es sospechoso de 39 asesinatos más, todos vinculados a otra de sus pasiones además de la religiosa: la violación, el trozado y el canibalismo eventual. Esto lo ha vuelto una presa codiciada para la prensa, que lo rebautizó como el mayor criminal en serie de la historia del vecino país.
Das Chagas se presentó como víctima de abusos sexuales, los mismos que repitió sobre los infantes que cayeron bajo sus garras: como es de rigor en estos casos, lloró y pidió perdón, además de calificar a su propia niñez como “sufrida”. Las fuentes judiciales citadas por Folha on line, indicaron que las sospechas sobre el reo nacieron en el 2004, cuando se encontraron en los fondos de su jardín huesitos en cantidad, y no precisamente de perros, gatos o gallinas, animales que suelen usar los pai en sus ritos, vagamente satánicos.