INTERNACIONAL
Elecciones en Estados Unidos

La hora de la verdad para la política del futuro

Si pierde Clinton, hoy habrá fracasado la campaña más sofisticada de la historia. Trump enfrentó la ciencia electoral y el Big Data de su rival con una estrategia tan rudimentaria como efectiva.

Hillary Clinton y Donald Trump se enfrentan en el segundo debate.
Hillary Clinton y Donald Trump se enfrentan en el segundo debate. | AFP
Si Donald Trump gana las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, no solo habrá sido derrotada Hillary Clinton sino también una nueva forma de hacer política. La ex secretaria de Estado fue protagonista de la campaña electoral más sofisticada y tecnológica de la historia. El Partido Demócrata puso a su servicio una maquinaria de convencimiento y movilización de votantes basada en modelos estadísticos que permiten identificar a ciudadanos más “persuadibles” para cierto candidato y enviarles mensajes directos y personalizados, sin malgastar recursos en electores que ya decidieron su voto y que no lo cambiarían bajo ningún concepto.

Es la magia del Big Data, considerada por la clase dirigente estadounidense como una herramienta capaz de revolucionar el proselitismo electoral. A partir del análisis masivo de datos del padrón, interacciones de los usuarios en las redes sociales, utilización de motores de búsqueda en internet, registros de compras en línea y otras decenas de variables, las consultoras dedicadas al Big Data elaboran fórmulas y algoritmos sobre los que construyen “modelos de votantes” y preseleccionan segmentos de la población en función de sus probables comportamientos electorales.

Clinton invirtió el quíntuple de dinero que Trump en esta clase de tecnologías, que ya habían sido utilizadas por el equipo de Barack Obama en 2008 y 2012. Cuatro años después, el Big Data demócrata ha vuelto en su versión más perfecta, a tal punto que fue utilizado por los asesores de Clinton para saber a qué ciudades, barrios, manzanas, cuadras y hasta puertas de hogares acudir en busca de potenciales votantes.

En el otro extremo del ring, Trump apeló a una estrategia tan improvisada y rudimentaria como efectiva. Convencido de que “el Big Data está sobrevalorado” y de que, en 2008 y 2012, “el que consiguió los votos fue Obama y no sus máquinas de procesamiento de datos”, el candidato republicano prescindió de las tecnologías más refinadas y organizó su campaña en torno a lo llamativo –y, por tanto, convocante– de su propia y excéntrica figura.

“The Donald” se desligó de las ataduras del Partido Republicano –cuyo Comité Nacional, por cierto, no tiene nada que envidiar a los demócratas en materia de recolección y procesamiento de datos– y se embarcó en una odisea personal y personalista. La clave de su estrellato no fue el dinero: otros precandidatos republicanos gastaron mucho más que él. El contacto “cuerpo a cuerpo” con los votantes tampoco ha sido su fuerte. Ni hizo una lectura inteligente u oportunista de las encuestas: la modelación de su discurso jamás respondió a las tendencias en los sondeos, sino simplemente a lo que a él mismo se le pasara por la cabeza.

La receta para el éxito parcial de Trump fue su proyección hasta el hartazgo en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales, que no hubiera ocurrido si no fuera porque Trump es Trump. Su habilidad para mantenerse en el centro de la escena, muchas veces a fuerza de comentarios repudiables o actitudes repugnantes, le garantizó centenares de horas en virtual cadena nacional televisiva. Su estrategia consistió, básicamente, en pasar la mayor cantidad de tiempo posible expuesto ante la mayor audiencia posible.

Lo cual implica una diferencia sustancial con la estrategia de Clinton: mientras que la ex primera dama adaptó su mensaje en función de cada votante, Trump dirigió un mensaje único y estandarizado a hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, blancos, negros, musulmanes, latinos, empresarios, trabajadores y un interminable etcétera. En definitiva, una campaña más típica de los años setenta que de la proclamada era de la información.

Si gana Trump, habrá demostrado que la “política del futuro” no es tal. Que la política sigue siendo política. Y el resto, humo.