Se inaugura este martes 30 de mayo en Brasilia la Unasur “versión dos”. Los presidentes sudamericanos, salvo de Perú, aceptaron participar de una nueva cumbre, después de 8 años de parálisis, que tiene ahora como protagonista a Luiz Inácio Lula da Silva. En su momento, el bloque llegó a mostrarse dinámico; pero el entusiasmo empezó a menguar en 2015; y en 2017 la unión regional quedó disuelta en los hechos, cuando falló el intento de nombrar al sucesor del último secretario general, Ernesto Samper.
El Poder ejecutivo de Brasil, bajo Jair Bolsonaro, decidió apartarse en forma definitiva. Es que el ex mandatario no tenía ninguna simpatía por esa alianza continental de 12 países. Incluso la Argentina prefirió rumbear hacia otros destinos, como por ejemplo el anuncio en 2018 de un tratado del Mercosur con la Unión Europea; acuerdo que no se concretó. Más aun, hoy vuelve a ser zamarreada esa sociedad por nuevas divergencias en el contenido. Para subsanar La salida brasileña, formalizada por Bolsonaro y su ex canciller Ernesto Araújo, Lula se vio obligado a firmar en abril un decreto de retorno a la organización.
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En la cita de Brasilia está Alberto Fernández, quien viajó con su canciller Santiago Cafiero y que participará de esta cúpula junto con el embajador Daniel Scioli. La vuelta a Brasilia del mandatario argentino configura el segundo encuentro con Lula, a la que deberá sumarse a fines de junio, una visita de Fernández a Brasil como jefe de Estado. En los ámbitos oficialistas hay temores sobre qué puede deparar las elecciones presidenciales argentinas. El líder político brasileño asegura que sea quien fuera el próximo mandatario argentino “nada va a cambiar en las relaciones con la Argentina”. Pero en su entorno no desconocen la alarma frente a candidatos que proceden de la ultraderecha.
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En este nuevo contexto regional, el jefe de Estado brasileño recibió este lunes, con las ceremonias de estilo, al venezolano Nicolás Maduro. Se afirma que esa iniciativa cuenta con el beneplácito de la Casa Blanca. En febrero último, en la bilateral con Joe Biden en Washington, el americano le habría encomendado a su colega brasileño que buscara tender puentes con el gobierno de Caracas. Lula se apresuró a restituir las relaciones con sus vecinos caribeños, y procedió a habilitar nuevamente la sede de la embajada en la capital venezolana. Luego nombró, obviamente, al embajador de su país ya que la misión diplomática permaneció acéfala durante cuatro años.
Para Lula, la venida del venezolano en visita oficial, “refleja que nuestra política externa es seria”. Añadió, en ese sentido, que “después de 8 años, el presidente Maduro retorna a Brasil y nosotros recuperamos el derecho de hacer una política internacional eficaz, sobre todo con los vecinos limítrofes”. Maduro declaró que espera que “las puertas brasileñas no se vuelvan a cerrar. Tenemos enfrente la construcción de un nuevo mapa de cooperación, que pueda abarcar un diálogo directo entre Brasil y Venezuela, como también con toda América del Sur”.
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Lejos de lo que podría suponerse, Estados Unidos busca restablecer relaciones con el actual gobierno venezolano, con una apuesta al cambio vía elecciones. Ese es, de hecho, el compromiso que asumió el brasileño en febrero. Al mismo tiempo, no parece preocuparles en demasía la cumbre de “Unasur 2”; después de todo, esta vuelta del “progresismo” es mucho más light que aquélla versión que reinó en la primera década del siglo XXI. Biden y su secretario de Estado, Anthony Blinken, cuentan además con otro estilo de acercamiento con la región. Por ejemplo, por la vía de alianzas entre las Fuerzas Armadas. Según el columnista Marcelo Godoy, del diario Estado de San Pablo, los Ejércitos estadounidense y brasileño concluyeron recientemente un “centenar de acuerdos”, con “intercambios bilaterales de personal, ejercicios combinados y otras actividades militares profesionales”.