En el Palacio de Itamaraty, están reunidos 11 presidentes sudamericanos y un representante de Perú. Se trata de un “retiro espiritual” y no de una cumbre destinada a tomar decisiones. Pero el proyecto que ha movilizado a los gobernantes de la región, invitados por Lula da Silva, es de rescatar la Unasur, aquella organización que quedó paralizada durante casi ocho años. No es una cuestión exclusivamente política, ni tampoco solo económica. Lo que está en el corazón de esta cita regional es la chance que ofrece de evitar la caída en el precipicio.
El anfitrión definió la situación actual de toda la región como un momento aciago, pues a la pandemia le siguió la guerra entre Rusia y Ucrania. Entre dolencias y conflictos se evaporaron los mercados de energía y fertilizantes “lo que provocó la volatilidad de los precios de los alimentos y empeoró nuestras condiciones de vida”. Según Lula, las cadenas de insumos para la producción fueron afectadas por un conjunto de factores que pusieron en evidencia nuestras propias carencias de infraestructura y nuestras vulnerabilidades externas”. Como consecuencia de ese escenario “la región paró de crecer, aumentó el desempleo y subió la inflación”.
Una de las salidas propuestas por Lula en la cumbre fue crear una moneda única que sirva a los fines comerciales. Como señaló durante la cita sería “una unidad de referencia”, que permita a los países comerciar en sus respectivas unidades monetarias. La idea de reemplazo del dólar tomó fuerza a partir de las dificultades que atraviesa la Argentina, que posee exangües reservas en su Banco Central.
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El líder brasileño le adjudicó gran importancia al hecho de que, en los últimos años, “dejamos que las ideologías nos dividieran y así abandonamos los canales de diálogo y mecanismo de cooperación. Y con eso todos perdemos”. En ese contexto expresó su ansiedad de “reavivar nuestro compromiso con la integración sudamericana, que es esencial también para fortalecer la unidad con las naciones de América Latina y el Caribe”.
En su visión, llegó el momento de movilizar “una América fuerte, confiada y políticamente organizada”, pues “ninguno de nuestros países podrá enfrentar solo la crisis sistémica”. La expectativa, a futuro, es que la revitalización del bloque contribuya “a formarnos como una robusta área de libre comercio. Los intercambios entre nuestros países llegaron a sumar 124 mil millones de dólares al año en 2011”. A eso, Brasil le suma la “diversificación del intercambio” comparado con el comercio extra regional, constituido básicamente por materias primas. Para la diplomacia brasileña no es un dato menor un continente con más de 450 millones de habitantes: “Es el quinto PBI mundial”.
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Hay muchos elementos a favor de la integración evalúan en el Palacio del Planalto. “Tenemos un mercado de consumo muy importante y el más variado potencial energético del mundo; con reservas de petróleo, gas, hidroelectricidad, nuclear y solar” concluyó el presidente brasileño".
Claro que hay un largo camino a construir para que las célebres riquezas regionales, entre ellas los grandes reservatorios de agua y las minas litio, sean aprovechadas por las empresas regionales. Tal vez, haya más facilidad entre los brasileños, dueños de compañías que se tornaron multinacionales. Pero, también existe la posibilidad de integrar cadenas de insumos sudamericanas, lo que favorecería el desarrollo industrial y tecnológico regional. En fin, sobran las buenas intenciones; pero no es posible desconocer que existen sectores que se opondrán a una u otra iniciativa. Sin ir más lejos, Brasil vive en este momento una contradicción: las altas de interés, entre las mayores del mundo, encarecen la financiación de las empresas productivas y disminuye sensiblemente el consumo doméstico.