Carlos Marx dijo que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. El affaire Trump-México está irresoluto, por lo que no se sabe aún cuál de las dos opciones será. Lo que sí está claro es que hay un antecedente con enormes similitudes con el presente.
En marzo de 1877, Rutherford Hayes asumió la presidencia de Estados Unidos. Los norteamericanos lo llamaban “Rutherfraud” –en Argentina tampoco fue popular, tras el laudo arbitral que le entregó el Gran Chaco a Paraguay–. El candidato del Partido Republicano perdió la elección popular por 250 mil votos frente al demócrata Samuel Tilden. Al final del conteo, también parecía haber sido derrotado en el Colegio Electoral: Tilden tenía 184 votos y le faltaba sólo uno para llegar a la Casa Blanca, mientras que Hayes contaba con sólo 165. Pero se impugnaron las elecciones en tres estados, que luego le darían –tras una decisión de una comisión especial integrada por representantes, senadores y jueces de la Corte Suprema– el triunfo al republicano.
La prensa estadunidense condenó “el gran fraude de 1876”. Hayes necesitaba legitimidad con urgencia, y entendió que la ganaría si emprendía una política agresiva con México. El accionar de bandas criminales en la frontera sur fue catalogado entonces como un problema internacional.
El 1 de junio de 1877, el presidente autorizó a las tropas estadunidenses acantonadas en Texas a perseguir a los indios y contrabandistas más allá de la frontera y arrestarlos en territorio mexicano. La orden tenía el objetivo, según luego admitió el embajador John W. Foster, de provocar un incidente que justificara el envío de tropas y la eventual anexión de territorio.
El gobierno de México, encabezado por Porfirio Díaz, evitó escalar el conflicto: pagó puntualmente su deuda y respetó los tratados vigentes, al tiempo que buscó el reconocimiento internacional de su vecino del norte, tras el golpe que lo había llevado al poder. Pero también reforzó las tropas que resguardaban la frontera, a las que ordenó repeler por la fuerza “en caso de que la invasión se verificase”.
Al mismo tiempo, el dictador utilizó la agresión de Estados Unidos para unir a la clase dirigente y la sociedad en torno a su figura, hechizo que recién se quebró con la Revolución Mexicana en 1911. “Es necesario no caer en el lazo que se nos tiende”, aseguraba Díaz. Por estas horas, Peña Nieto, con sólo un 12% de aprobación, haría bien en revisar ese episodio.