Durante décadas, cuando se aludía al “conflicto de Medio Oriente”, se hablaba de la lucha entre israelíes y palestinos, tras el surgimiento de Israel en un océano de países árabes. Pero hace tiempo ya que ese enfrentamiento ha sido opacado por la violenta disputa por la hegemonía regional entre sunitas y chiítas, las dos ramas mayoritarias del Islam, a través de las dos teocracias que los representan: Arabia Saudita y la República Islámica de Irán.
A la manera de la Guerra Fría, Ryad y Teherán se enfrentan a través de aliados en Yemen, Siria e Irak y ahora crece el riesgo de que el Líbano, devastado por una guerra civil entre 1975 y 1990, sea el nuevo escenario de ese choque.
Aviso. La cancillería saudita ordenó este jueves a sus ciudadanos abandonar el Líbano lo más rápido posible. “Debido a la situación en Líbano, el reino pide a sus nacionales que visitan o viven en Líbano a irse lo antes posible, y aconseja a sus ciudadanos no viajar" a ese país, informó la cancillería, que no aludió a ninguna amenaza concreta.
El sábado, el primer ministro libanés, Rafik Hariri, que es sunita, anunció sorpresivamente desde Arabia Saudita su renuncia indeclinable, acusando a Hezbollah, la milicia chiíta aliada de Irán, de tener el “control” del gobierno de Beirut, y denunciando un complot para asesinarlo.
Líbano lleva más de una década marcado por una profunda división entre el campo liderado por Hariri, un sunita apoyado por Arabia Saudita, que tiene doble nacionalidad, y el dirigido por Hezbollah, respaldado por el régimen sirio y por Irán. El padre de Hariri, Rafic, murió en 2005 en un atentado por el que fue acusado el régimen sirio. Cinco militantes de Hezbollah están procesados por ese crimen.
Explicación. La crisis libanesa debe ser entendida en el contexto regional de enfrentamiento entre Arabia Saudita e Irán, explicó a PERFIL el analista libanés Ohannes Geukjian, director del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Americana de Beirut.
“En Siria, Yemen e Irak, Hezbollah ha estado luchando junto a fuerzas chiítas contra sunitas respaldados por Arabia Saudita, Qatar, Turquía y otros estados sunitas”, recuerda Geukjian. El especialista subraya que la milicia libanesa “ha sido apoyada por Irán con armas y dinero para desarrollar sus políticas regionales, al punto que hoy es ya una herramienta de Teherán para extender su influencia en Líbano y Medio Oriente”.
Según el analista libanés, Hariri debió renunciar al quedar bajo la presión de su aliado saudita, que ve amenazados sus intereses en la región por la expansión de la influencia iraní, motorizada por Hezbollah.
El presidente libanés, Michel Aoun, que siempre ha defendido la necesidad de que Líbano permanezca al margen del conflicto entre Ryad y Teherán, aún no aceptó la renuncia de Hariri, y hoy el canciller, Gebran Bassil, pidió el retorno del primer ministro a Beirut.
El diario libanés Al-Akhbar, cercano a Hezbollah, sugirió que Hariri era un “rehén” de Arabia Saudita.