ap/ansa desde Kabul
En una jornada violenta, con una ola de atentados que provocaron al menos 45 muertos, los afganos acudieron ayer a las urnas para elegir presidente, desafiando así a las amenazas de los talibanes. En lo que representa la primera transferencia democrática del poder en el país, la participación de los electores fue tan numerosa que en algunos centros de votación se acabaron las planillas para sufragar.
Tras más de una década de guerra y ocupación, la emoción ganaba en las calles, ante la posibilidad de elegir al sucesor de Hamid Karzai.
En el menú electoral se destacan los ocho candidatos presidenciales y los aspirantes a los concejos provinciales. Sin embargo, la elección tendría un resultado incierto, ya que probablemente ninguno de los tres postulantes favoritos logre la mayoría de votos para alzarse con la victoria en primera vuelta.
Las amenazas. Sin embargo, la violencia empañó la jornada cívica. Los extremistas habían anunciado que impedirían la realización de los comicios con ataques contra los centros de votación y los trabajadores electorales. De hecho, cumplieron con su promesa. Una bomba explotó ayer en una escuela repleta de electores en la provincia de Logar, dejando dos heridos, uno de ellos de gravedad.
Ataques con cohetes y balaceras obligaron a las autoridades a cerrar otros 211 centros electorales, lo que elevó a 959 el total de sitios de votación que no abrieron por cuestiones de seguridad.
No obstante, el episodio más sangriento ocurrió en la provincia oriental de Ghazni, donde en un feroz enfrentamiento armado entre talibanes y fuerzas de seguridad murieron 45 extremistas.
Más allá de los choques armados, la afluencia de votantes fue masiva. Rodeados de estrictas medidas de seguridad, hombres vestidos con túnicas tradicionales y pantalones flojos, así como mujeres cubiertas con burkas, hicieron filas por separado más de media hora antes de que abrieran los centros de votación en Kabul y otras ciudades. En un hospital en Kandahar la fila de los hombres salía hasta la calle. En la provincia de Helmand las mujeres se empujaban y discutían mientras disputaban su lugar en una larga línea a la espera de votar.
Adiós a las tropas. El presidente Hamid Karzai, que gobernó el país desde el derrocamiento del Talibán en 2001, y que a ha menudo se ha visto envuelto en denuncias de corrupción que condicionaron su relación con Washington y sus aliados, no puede pretender un tercer período porque lo prohíbe la constitución.
Las fuerzas de ocupación militares extranjeras dejarán Afganistán a finales de año, fecha en la que el gobierno de ese país tendrá que lidiar
en soledad con los islamistas que buscan recuperar el poder. El mayor desafío de las autoridades es combatir la pobreza extrema y la corrupción.